EL SECRETO

EL SECRETO DE VILLAR CAPITULO I

26.10.2014 18:24

CAPITULO I

Vuelta a
Casa


La senda sinuosa que lleva a la casa aparece tras la cerrada curva. El viaje ha sido largo y pesado. La guerra ha dejado sus huellas impresas en todos los rincones, árboles quemados, socavones de las bombas, casas derruidas marcadas por la barbarie y la destrucción. Mi padre decía que no había nada más doloroso que la guerra entre hermanos, vecinos y amigos. El miedo y la rabia nos hacían convertirnos en animales sin escrúpulos y la guerra sólo sacaba lo peor de cada uno. Yo le escuchaba sin saber a qué se refería. Nosotros estábamos en Lisboa lejos de toda crueldad, a mis oídos llegaban los lejanos sones de la guerra a través de su voz gastada y ronca. En esos momentos mamá le acariciaba cariñosa las manos y le susurraba palabras de consuelo. Mamá
tiene la facultad de dominar los cambios bruscos de humor de mi padre, sabe aplacar su rabia e indignación, conforta su alma y le hace sonreír.

Ahora la guerra se ha acabado pero papa no podrá verlo. Una mañana de primavera su corazón cansado y dolorido dejó de latir. Mi madre cumplió sus deseos de ser incinerado para que sus restos descansaran algún día en España, en su Asturias natal. Y, un año después, sin saber que nos encontraríamos al llegar,
regresamos a casa con una urna metida en una maleta. Caminamos despacio, silenciosas, agotadas de las vicisitudes del viaje, llenas de polvo y con
ampollas en los pies.

La emoción del viaje que sentía cuando lo comenzamos se había disipado. Contemplaba horrorizada los estragos de la crueldad humana, empezaba a entender las amargas palabras de mi padre, su ira y desconsuelo. Veía los campos arrasados, los camiones llenos de presos con sus caras sucias, golpeadas y humilladas, su mirada vacía y sin esperanza...

Mamá sólo sonreía cuando me miraba para aliviar mi miedo, luego su gesto volvía a endurecerse marcando su delgadez.

¡Al fin acaba la senda! La casa apareció en medio de un prado verde, yo apenas la recordaba, pero a pesar de su aparente abandono, me pareció acogedora con su piedra desgastada y corredores descascarillados.

La puerta se abrió y por ella salió una mujer vestida de negro, con el pelo blanco recogido en un sencillo moño. Mamá alzó la mano saludando y echó a correr con su pesada carga, la seguí emocionada con el corazón agitado. La mujer emitió un grito sordo y llevó las manos a su boca en un gesto de incredulidad, luego abrió los brazos caminando hacia nosotras.

- ¡Gracias a Dios, ya estáis aquí! -exclamó entre sollozos mientras nos abrazaba y cubría de besos.

- ¡Madre, madre, cuanto te he echado de menos! 

La abuela nos condujo a casa, envueltas en preguntas y respuestas atropelladas. Lloraban y reían sin soltar sus manos y yo las miraba aturdida, en mi corazón
sentía la importancia de ese momento, incapaz de articular palabra, percibiendo la angustia y la alegría del rencuentro.

Cuando quise darme cuenta me encontré envuelta en mi camisón de franela y metida en una gran cama del piso superior.

- Ahora debes descansar -dijo mi madre besando mi frente.

- ¡Pero mamá, si es todavía de día! -protesté intentando levantarme.

- El camino ha sido largo. Mañana podrás corretear por el prado y ayudar a la abuela. Ahora... ¡a dormir!

No seguí porfiando, conocía muy bien a mamá como para desafiarla, así que permanecí echada hasta que sus pasos se perdieron por la escalera. Entonces me levanté sigilosa evitando que mis pies hicieran crujir las viejas maderas y como un fantasma me deslicé hasta sentarme en uno de los peldaños desde donde podía verlas y escuchar su conversación.

- Lara, hija, dime ahora que la niña no está. ¿Cómo fue lo de José? Por tus cartas sé que empeoró su salud, pero fue tan rápido...

- Madre, él murió el día que empezó la guerra -mi madre se retiró un mechón de pelo de su cara- Nunca volvió a ser el mismo. ¡Tenía tantas esperanzas
puestas en que el mundo podría cambiar! Era un idealista, lo sabes, no pudo soportar el dolor de ver como sus sueños caían como cristales rotos.

La abuela tomó sus manos y las acarició.

- Cuando llegamos a Lisboa se sentía culpable de haberlo abandonado todo.-Mamá se levantó y se acercó hasta la cocina de carbón- De nada sirvieron mis
palabras de consuelo. Pasaba el tiempo pegado a la radio oyendo los partes de guerra, sufriendo día a día hasta que su corazón se rindió.

Mamá rompió a llorar desconsoladamente.

- ¡Era todo para mí! ¡Y no supe ayudarle!

La abuela la rodeó con sus brazos meciéndola como hacía conmigo cuando de más niña me tropezaba y caía entre la hierba.

- No te atormentes más. Si tu amor no fue capaz de ayudarlo, nadie más podría haberlo hecho. Toda su corta vida luchó por vivir en paz, intentando que todos pudiésemos vivir juntos sin rencores.- Suspiró- Pero el ser humano es imperfecto y así hemos acabado...

- Y usted madre ¿cómo ha pasado este tiempo? -mamá se secó torpemente sus lágrimas e intentó esbozar una sonrisa- ¿Qué ha sido de nuestros amigos?

- ¡Hay querida Lara! -suspiró la abuela. La rodeó con sus brazos y la llevó de nuevo hasta la mesa. No continuó hablando hasta que la dejó sentada de
nuevo- Han sido tiempos difíciles, todos nos mirábamos con recelo. El que era de derechas y el de izquierdas, el que luchaba por la libertad y el que la
ahogaba, el mejor amigo y el enemigo. ¡Qué razón tenía tu José! Muchos han muerto por las denuncias de sus vecinos, otros en el frente... y el odio se ha instalado por una u otra causa en nuestros corazones.

- ¿Qué ha sido de los Hevia? -preguntó mamá- Aún conservo la pulsera que  compraste a José cuando hice los catorce años.

- Pobre familia.... María ha sufrido mucho. Cuando empezaron los bombardeos en Trubia volvieron aquí, ellos y sus seis hijos. Cogieron una casita muy
destartalada, entraba más agua dentro que fuera cuando llovía, luego consiguieron una un poquito mejor pero a José se lo llevaron.

- ¿A José?  ¿Por qué? ¡Si era un buen hombre!

- Parece ser que durante la República firmó un manifiesto durante su estancia en Trubia. Alguien lo denunció. Una mañana mientras había salido a pasear y
recoger carbón para la cocina, del que se cae de las vagonetas, ya sabes, vino un hombre preguntando por él. Quería que le arreglase un reloj, María se puso
muy contenta, apenas tenían para ir tirando y le dijo que volviese a la mañana siguiente. Vinieron con un camión y lo llevaron al cuartel de la guardia civil.
No ha vuelto a saber de él.

- ¡Dios mío! ¿No podemos hacer nada por él? -en ese momento mis ojos comenzaron a cerrarse pero me froté la cara con mis manos para espabilarme.

- En la última visita la advirtieron que si volvía ella iría por el mismo camino de su marido. Nos tememos lo peor. A veces viene a echarme una mano y yo
comparto con ella lo poco que hay. Al fin y al cabo yo era sola y ella tiene tantas bocas que alimentar...

Vi como mamá se tapaba la boca con sus manos ahogando un sollozo, luego con un hilo de voz siguió preguntando.

- ¿Los Viejo?

- Manuel cayó en la batalla del Ebro y Elena murió de tuberculosis.

- ¿Carmoneo?

- El mayor, Jaime, está preso en Madrid. El pequeño se unió a los nacionales, aún no ha regresado.

Continuaron unos minutos más hasta que mamá preguntó por los "Lobo". La abuela cambió de color. Su piel curtida por el sol se quedó como la cera.

- ¡A esos ni acercarse! ¿Me oyes? -su voz, siempre tan dulce, se tornó dura y fría.     
- ¿Por qué madre? Siempre fueron nuestros amigos...  
- Ahora no lo son de nadie -cortó mi abuela. Pedro se fue con los milicianos y murió en el frente. Su padre, Lisardo, tuvo una apoplejía y quedó postrado en una cama... Jacinta apenas se mueve de su lado rezando para que vuelva su hijo y su marido se recupere. Ha perdido la razón, pobre mujer. Isidro...     
- ¿Isidro...?
- Nunca he visto a un hombre con tanto odio dentro de sí. Es capitán del ejército nacional y el responsable de las desgracias de este concejo. Primero detiene, después  tortura y finalmente  mata. Da igual, hombres, mujeres, ancianos o niños, sin distinción.     
- ¿Cómo es posible? ¡Él también! tiene mujer e hijos...
- Pobres desgraciados, a Elisa le da una paliza día sí y otro también. Y los chicos, no sé... tengo miedo de que les vuelva unos animales como él.

Oía hablar a mi abuela y sentía cómo se me erizaba la piel. No estaba segura de entender el alcance de sus palabras, no había visto tanto dolor hasta que regresé a España. "Lobo" -repetí en mi mente grabando ese apellido- Me imaginé un hombre grande y oscuro como un ogro o un sacamantecas, alguien horrible y malvado y eché a correr por las escaleras hasta mi cuarto. Escondida bajo las sábanas rezaba para que aquel hombre no se acercara hasta nuestra casa, prometía ser buena niña y obedecer a la abuela y a mamá para que el monstruo no apareciera... Y así me quedé dormida hasta la mañana siguiente.


Los días pasaban lentamente, íbamos al pueblo sólo para recoger el pan con la cartilla de racionamiento. Luego ayudábamos a la abuela a ordeñar su única vaca, famélica como todos, y a preparar la tierra para sembrar patatas. Esa era la base de nuestro alimento, patatas, un vaso de leche  y pan. La abuela decía que éramos afortunadas, mucha gente sólo tenía pan y mondas de patata. Asique todas las noches dábamos las gracias por lo que teníamos y nunca me atreví a protestar por aquella situación.

El tiempo que me quedaba libre lo pasaba correteando por los prados, llegando hasta el río, cosa que tenía terminantemente prohibida, y yo como niña infringía. Allí con un palo y una cuerda hacía que pescaba muchas truchas y las llevaba a casa en un cesto y las enseñaba a mamá y a la abuela y ellas reían de felicidad porque comeríamos pescado, otras veces me escondía tras los arbustos y fingía ser una experta cazadora de jabalíes. Mamá decía que era un chicazo, que sólo me gustaban los juegos de niños pero me sentía tan libre en aquella abundante vegetación, aquellos altos árboles, las zarzas, los helechos... Era como estar en plena selva y me parecía una tontería quedarme en casa jugando con un palo a hacer comiditas.

Así pasaban nuestro días tranquilos entre tanta miseria, a veces las oía cuchichear y callaban cuando entraba. Sonreían y me lavaban la cara y las manos en el agua fría que recogíamos del pozo, me daban un pequeño trozo de pan y me mandaban a mi cuarto. A pesar de todo recuerdo aquellos días como los más felices de mi vida.

Y un día apareció él.

El invierno había pasado, atrás quedaba las largas tardes junto a la cocina de carbón mientras la lluvia azotaba los cristales. Las tardes de castañas recogidas de los dos castañales de la abuela, el frío y la humedad clavándose en los huesos y en el alma. Con la llegada de los primeros rayos de sol la casa pareció iluminarse, hasta los rostros de mamá y de la abuela parecieron más alegres.

Yo miraba tras la ventana cómo los campos empezaban a llenarse de vida poco a poco, parecían tener pereza de enfrentarse a una nueva estación. Los tímidos brotes de los árboles intentaban abrirse paso entre el frío y la nieve que aún residían en las altas cumbres y las ardillas asomaban recelosas sus hocicos. Mi sangre sentía la llegada de la vida y las ganas de salir y correr por los prados se me hacían casi insoportables. Sin hacer apenas ruido me escabullí como un espíritu a empaparme de la luz de la mañana. Corrí con el alma llena de gozo y una sonrisa en los labios, parecía haber olvidado mis sabañones en las manos y en los pies, sólo buscaba libertad.

Acabé sentada cerca del río que ahora venía rebosante de agua, escuchaba su pasar encolerizado, golpeando con fuerza las rocas, salpicando mí cara con gotas frías como carámbanos, su ruido feroz ocultaba cualquier otro ruido. Tenía 10 años y me sentía viva entre tanto dolor.

Una mano en mi hombro me hizo salir de mis pensamientos con un sobresalto. Me volví apartándome como un animal herido pero sólo vi a un chico poco mayor que yo que me miraba sorprendido.     
- ¡Andrés! ¿Dónde te has metido?
- El chico se llevó un dedo a los labios indicándome que no hiciera ruido. Me cogió de una mano y nos escondimos entre los arbustos. Su mirada suplicante me
inmovilizó y eché un vistazo hacia donde él observaba.

Allí había un hombre alto, fuerte, vestido de militar, la gorra la llevaba en la mano y golpeaba su pierna impaciente.      
- ¡Capitán Lobo! -llamarón unos hombres tras él- Han visto un grupo de hombres por "El Arenal" - Informó otro acercándose a él.   
- ¡Avisad a los Regulares! -ordenó el capitán- ¡Vamos a qué esperáis!

Dio media vuelta y se paró como si hubiera oído algo a sus espaldas, frunció el ceño enfadado.     
- ¡Maldito niño! -exclamó mientras seguía a sus hombres.

Así qué ese era el famoso Lobo... apenas podía creer que ese hombre diera tanto miedo a mi abuela. Era apuesto, moreno con ojos verdes profundos. Nada que ver con el ogro-sacamantecas que yo me había imaginado. Si no fuera por su gesto enfadado podría ser el príncipe de cualquier cuento de hadas. Volví mi mirada interrogante hacía el muchacho que tenía a mi lado.  
- Es mi padre -dijo en un susurro apartando sus ojos de los míos.
-  ¿Y porque huyes de él? -pregunté incorporándome de mi escondite. ¿Has hecho algo malo?
-  No me gusta ir de monte con él.
-  ¿No te gusta cazar? -pregunté extrañada.- ¡A mí me gustaría poder cazar un venado o un jabalí!
- Créeme  ir de caza con mi padre no te agradaría.  
- ¿Por qué?

Me miró extrañado, tan insistente su mirada que me sentí tonta por hacer la pregunta.      
- ¿No eres de por aquí, verdad? - negué con la cabeza- Eso lo explica todo.
- ¿Sí? Pues yo cada vez entiendo menos -me levanté enfadada. 
- Mi padre... caza hombres. ¿Entiendes?    
- No parece tal malo...
- ¡Ja, ja, ja! Eso es lo que parece, pero no te fíes de las apariencias. En este caso engañan. -Se sacudió los pantalones  y se puso una gorra.

Entonces me fijé en él. Su ropa no era como la nuestra o la de los demás niños que había visto en el pueblo. Los pantalones y la camisa eran nuevos, no tenían remiendos, ni zurcidos, sus manos eran blancas, sin marcas de sabañones ni callos. Parecía bien alimentado y sus mejillas estaban rosadas. El pareció leer mis pensamientos y se ruborizó.    
- Me llamó Andrés -dijo intentando sobreponerse- ¿Y tú? 
- Mara.  
- ¿Volveremos a vernos?  
- No lo creo...    
- Ya, "ni te acerques a los Lobo", ¿verdad? -su mirada se entristeció. Asentí, y una sonrisa sarcástica endureció su rostro, tan parecido al de su padre.    
- Pero... -dije sin pensar- Si tú no dices nada, yo tampoco.

Sus ojos se encendieron para volver a apagarse después.
- No quiero causarte problemas. ¡Hasta la vista! -exclamó sin volver la mirada atrás.

Me quedé sola en el río, la alegría de la mañana había desaparecido, la niebla se había apoderado del lugar y el frío recorría mi espalda. Volví a casa silenciosa y apagada.

¡Qué difícil era todo! Hasta los niños debíamos carecer de amigos. Las relaciones con los demás eran distantes, ahora comprendía lo de "todos contra todos". Así era en realidad, los vecinos se saludaban cordialmente pero no compartían sus pensamientos y nosotros hacíamos lo mismo temerosos de que nuestras palabras abrieran la "caja de los truenos" y todo lo que amábamos saltara por los aires. Por primera vez me sentí sola, como si fuéramos tres náufragos en una pequeña isla desierta, luchando por sobrevivir, temerosos ratones escondidos en su madriguera.

Algo en mí, cambió. El sufrimiento visto a mi alrededor desde mi vuelta a España, el hambre, el miedo... tomaron forma, la venda de mis ojos cayó de golpe, dejando un hueco vacío en mi alma... "Mi padre caza hombres". Esas palabras rotundas se hundieron en mí, como puntas ardientes. Ahora entendía..., lo entendía todo.

Mamá me vio entrar en casa. Para ella, yo era como papá, un libro abierto al que se asomaba y veía sin esfuerzo. No dijo nada, entornó los ojos, apesadumbrada y siguió recogiendo la cocina.

Mi inocencia se estaba rompiendo en pequeños trozos y el dolor empezó a anidar en mí.





 


EL SECRETO DE VILLAR CAPITULO II

26.10.2014 18:22

CAPITULO II

MADRID

 

Poco recuerdo de aquella primavera y el verano que la siguió. Todo está confuso en mi mente. Retazos que van y vienen dejándome llena de desasosiego, como las pesadillas que empecé a sufrir, en las que corría y corría sintiendo el corazón en mis sienes. Sin apenas darme cuenta me desperté en Madrid, en casa del tío Juan y la tía Mercedes.

Al abrir los ojos me encontré en un lugar extraño y con gente que apenas conocía a pesar del parentesco, ni rastro de mamá y de la abuela. Me explicaron que había estado enferma y que me trasladaron hasta allí para poder sanarme. La abuela y mamá no pudieron quedarse, "no había sitio en aquella casa pequeña", dijeron.
Aún estuve un par de semanas más sin levantarme, sentía nauseas cada vez que intentaba incorporarme, además no quería. Estaba enfadada, mi madre nunca me había dejado sola ni en los peores momentos y no entendía que me hubiese abandonado allí. Aquella casa era triste, silenciosa, siempre hablando en susurros o rezando el rosario.

Cuando por fin pude levantarme y me sentaron en una butaca frente al balcón, acabé de hundirme, no había árboles, ni prados, ni se oía el canto de los pájaros. Era invierno y no llovía pero el frío entraba por cualquier hueco instalándose en mi alma. Sólo podía ver una calle empedrada por donde de vez en cuando pasaba algún coche, un carro,  mujeres camino de algún sitio. En otras ocasiones algún niño cruzaba la calle gritando y entonces mi mirada se llenaba de luz, para apagarse minutos después, al entrar la tía Mercedes a rezar el rosario. 


- ¡Vamos Mara! -Decía acompañándome a la cama- es hora de rezar.

No contestaba, en aquellos días me costaba mucho articular palabra, no sé si no podía o no quería, el caso es que la miraba fijamente y ella me sonreía.

 
-  El señor ha querido que te recuperaras -decía arropándome cariñosa- Y hemos de agradecérselo. ¿Querrás hoy rezar conmigo? ¿no? -preguntaba mientras yo dirigía mis ojos hacia otro lado- No importa lo haré sola. Pronto estarás bien del todo y podremos hacerlo juntas.

Sacaba del bolsillo de su vestido oscuro, un rosario de cuentas negras y se persignaba... "Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero,...". Cuenta a cuenta
iba desgranando aquellas bolitas negras, tres avemarías y gloria, misterios gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos, según el día, padrenuestros, jaculatorias... La oía y su susurro me adormecía, hasta que ella muy suavemente me despertaba y volvía a sonreír.

¡Qué podría decir de mis tíos! Eran buena gente, tristes y apagados pero de buen corazón, tanto que no se desesperaban por mi negativa a hablar, a veces a comer o a levantarme de la cama. El tío Juan era hermano de mi padre pero, a pesar de un ligero parecido físico, era completamente distinto. Aunque en mis recuerdos mi padre estaba apesadumbrado y su salud era frágil, en ocasiones sus ojos chispeaban y reían. Intenté buscar esa chispa el los de mi tío pero no lo hallé, aunque si una paz que pocos pudieron darme en el transcurso de los años.

Ellos no habían podido tener hijos y se sentían dichosos de tenerme, les parecía una bendición que "el Señor", como decían, me hubiera llevado hasta allí. Fuero amables, cariñosos y pacientes. Las noches en que me despertaba envuelta en sudor, chillando como una loca, cuando una de aquellas temibles pesadillas me acosaba, estaban junto a mí, enjugando mis lágrimas, abrazando mi cuerpo tembloroso, dándome agua para tranquilizarme. En esos años fueron mis padres, mamá y la abuela venían de vez en cuando pero mamá no parecía la misma. Nerviosa, con la mirada esquiva preguntaba qué tal me encontraba, me decía que había crecido, que estaba muy guapa, me abrazaba como si fuera la última vez y luego se alejaba con lágrimas en los ojos.

En Madrid, empecé el colegio, mis tíos decidieron que era hora de que comenzase a relacionarme con otras niñas de mi edad.  

  
- Mejorará, Mercedes -repetía el tío Juan cogiendo las manos de su mujer- El contacto con otras muchachas la hará olvidar.

¿Olvidar el qué? ¿Olvidar a la abuela, a mamá? ¿Qué tenía que olvidar si apenas tenía recuerdos? Mis preguntas nunca obtenían respuestas, sólo miradas dulces y cambios de conversación.

Como era de esperar me llevaron a un colegio de monjas, donde las niñas y los niños no iban juntos a clase. Nos separaba un alto patio, al que en ciertas ocasiones algún muchacho temerario intentaba asomarse llevándose como recompensa un buen tirón de orejas o clase hasta la caída del sol. Me gustaba aprender aunque las monjas no contestaran a la mayoría de las preguntas que consideraban inconvenientes. En más de una ocasión llamaron a casa e hicieron venir a los tíos para decirles que hablaba poco pero que cuando lo hacía mi boca parecía ser guiada por satanás. No sé qué les contaba el tío Juan el caso es que la madre superiora movía ligeramente la cabeza me miraba con cara de circunstancias y con unas palmadas en el hombro me llevaba de nuevo a clase.

- Mara -me sermoneaba dulcemente el tío- Hay cosas que es mejor no preguntar, no son tiempos para alguna de esas dudas que tienes. Eso es mejor que lo preguntes en casa y nosotros intentaremos contestarte lo mejor que podamos. Deja a las hermanas tranquilas que son muy propensas a escandalizarse.- Me daba la mano y me llevaba a casa, no sin antes parar y comprarme un par de castañas en la castañera de la esquina.

Fueron años dulces, pero aburridos.

Recuerdo como si fuera hoy las pesadas clases, vestida con aquel uniforme azul que me irritaba la piel. Aún tengo en mi memoria aquellos picores y los manotazos de las hermanas cuando me veían arrascarme desesperada.

    
- ¡Una señorita no debe hacer eso! -decía Sor Teresa.

       
- ¡Hermana no puedo evitarlo! -protestaba yo frotando la parte en la que su mano había caído inesperadamente.

       
- ¡Pues aguantas! ¡No eres una muerta de hambre llena de piojos! ¿O quieres que todos crean que los tienes? Eso es lo que pensarán si ven que te arrascas de esa manera...

Agachaba la cabeza y en silencio me dirigía a clase, poniéndome roja del escozor pero inmutable ante ellas. Llegaba a casa corriendo y la tía Mercedes me envolvía en polvos de talco y me ponía un suave vestido de algodón. Así un día tras otro, un año tras otro... Esperando siempre a que en vacaciones mamá me llevase con ella al pueblo. Y de nuevo la desilusión de su negativa... Los tíos veraneaban en Santander, no al principio, las cosas no estaban para irse de vacaciones, pero después encontró un buen puesto en una empresa eléctrica, de asesor y desde entonces nada nos faltó en casa. Yo tenía bonitos vestidos y como decía veraneábamos en Santander. Alquilaban una pequeña casa desde la que se veía el mar.

Para mí era lo más parecido a la libertad, en este tiempo dejaban que me quitara la faja, "esa terrible arma de matar mujeres", como decía mi amiga Elvira e
incluso ponerme un bañador. ¡Qué bonito aquel que me compró la tía de rayas blancas y azules que llevaba una faldita incorporada! Poder meterse en el agua
fría y nadar entre las olas era una bendición, eso sí, bajo la supervisión de mis tíos que además se empeñaban en relacionarme con las hijas de sus amistades, las cuales a mí me parecían sosas y superfluas.

Sólo a Elvira y Candela podía considerarlas mis amigas, aunque para los tíos fueses precisamente las menos recomendables, las únicas que sabían de mi tristeza y desilusión. Ellas se encargaban de que mi existencia fuese más divertida, tanto en el colegio como en Santander, con sus locuras y travesuras. Ellas me enseñaron como maquillarme las piernas para que pareciera que llevaba medias, los trucos para que el moño pareciera llevar muchas horquillas, algo
obligatorio símbolo de la compostura y saber hacer, pero que pudiera hacerse y deshacerse en un momento. Con ellas podía ser "yo misma" sin reprimendas, sin poses, sin esa rigidez que exigían las normas sociales que me acorralaban.

Días de misa, de rosario, de vigilias, de cuaresma, tardes de paseo por la Plaza Mayor, churros y chocolate en San Ginés, noches de angustia y soledad plagada de pesadillas.

Al acabar el colegio, fui una de las pocas que fue a la universidad, quería ser maestra. No sé si por vocación o por volver a mi pequeño pueblo. Conseguí la aprobación gracias a mamá, que en una de sus visitas anuales dijo que quería que estudiase, que a papá le hubiera gustado verme en la universidad. Además era una carrera para mujeres y en el fondo pensaban que serviría para hacerme una mujer más apreciada para un hombre, mi futuro marido.

Así mi preparación en magisterio estuvo acompañada de lecciones de costura, que ya daba desde niña, un poco de piano, no estaba de más que pudiese deleitar a los presentes con mi talento, y cocina; Pues "que mujer que se precie no sabe cocinar y llevar una casa". Las clases eran mixtas pero las chicas, muy pocas, nos sentábamos en un lado del aula  y había poco contacto con el otro sexo, al que se miraba de hurtadillas.

Y... ahora estoy aquí, la tía Mercedes y el tío Juan me han acompañado a recoger mi título, me miran orgullosos y felices. En este tiempo han envejecido un poco. Mi tío tiene el pelo casi canoso y su bigote es totalmente blanco; la tía está un poco más gordita y alguna cana ha empezado a aparecer por sus sienes pero su aspecto es inmaculado como la primera vez que la vi.

       
- Mara, cariño -dice la tía cogiendo mis manos-  ¡Que orgullosos estamos de ti! Para celebrarlo vamos a ir a comer a un restaurante, a ese que a ti te gusta tanto de la Plaza de España. ¿Te parece? -asentí con una sonrisa- Pero antes vamos a pasarnos por la calle Arenal a que te hagas una bonita foto de estudio que nos recuerde a todos este día. Tu madre se pondrá muy contenta cuando la reciba.

No creo que a mi madre le importe demasiado, ya que sólo me ha visitado una vez al año desde que llegué aquí. Ahora tengo veintiuno y no creo que sus costumbres cambien. Sé que "no cambiará" por eso he de conseguir volver a casa siendo maestra y dando clase a los niños de allí. Es tarea difícil, debo convencer al tío Juan y la tía Mercedes. Dos huesos duros de roer ya que se niegan a separarse mí. Vuelvo a sonreír, quiero que ellos compartan mi felicidad y no mis tristezas, vamos a pasar el día juntos y ser felices. Al fin y al cabo siempre he sido una hija para ellos.

El día ha transcurrido feliz. Hemos paseado por los "Jardines del Moro", tomado café en el "Oriente" y comprado violetas de caramelo en la carrera de San
Jerónimo. Esta parte de Madrid ha ido cambiando desde que llegué, la gente va mejor vestida, los coches cruzan por sus calles,  apenas se ven niños con remiendos o desnutridos. Aquí parece que todo ha vuelto a la normalidad. Como si nunca hubiese habido una guerra.

Sé qué no es así. Sé que saliendo de mi círculo de protección, la gente no va ricamente vestida, ni toma caramelos de violeta, si es que saben que existen, y
me siento mal por ellos y por mí. He tenido una vida cómoda, quizá por eso mamá me envió a aquí, a una ciudad  llena de luz, hermosa, maquillada de todas sus miserias. Quizá no quiso que viera más sufrimiento y pobreza. No se dio cuenta, tal vez, de que yo me parezco mucho a papá, y por muchos velos que me tapen puedo ver tras ellos. Sin que  lo supieran muchas tardes en las que debía estar en la biblioteca de al lado de casa, a la que no me acompañaban, yo las
pasaba a las afueras de es burbuja en la que me protegían, ayudando a otros más desafortunados que yo, llevándoles comida a hurtadillas, enseñando a leer a niños y grandes y quitando horas de sueño de la noche para recuperar esas horas que me llenaban de paz. Me habían enseñado a ocultar mis emociones y ante ellos soy la perfecta señorita burguesa, luego está mi otro yo, el que sufre viendo las heridas producidas, los ojos hambrientos y los niños descalzos por la calle. Pero como he dicho hoy es su día y volvemos por las calles iluminadas con gente como nosotros que caminan sin prisa y sin preocupaciones.


Al llegar a casa nos ha abierto Martina, la señora que contrataron mis tíos cuando todo empezó a mejorar, es una señora asturiana que se quedó viuda y vino a trabajar a Madrid. Sus hijos están allá. Y no ve el día en que pueda reunirse con ellos. Me da un poco de envidia cuando me habla de sus niños con tanta
pasión, ¡me gustaría tanto que mi madre hablara así de mí!

       
- Buenas noches señores -conserva su acento cantarín, ese que a mí me llena de nostalgia- La señorita Mara ha recibido una carta de su abuela.

       
- ¿Una carta de la abuela? -pregunto extrañada. La abuela casi nunca escribe.

       
- Sí, señorita. -responde entregándome el sobre.

He dejado el bolso en la silla de la entrada y he empezado a abrirlo atropelladamente. Algo en mi pecho me dice que no son buenas noticias. Mi pulso
tiembla y mi respiración está muy agitada. A penas puedo leer: ..."mamá.... muy enferma... ven... abuela María".

       
- Debo partir -acierto a decir con lágrimas en los ojos- La abuela quiere que vuelva. -He dado la carta al tío Juan que se ha acercado a mi cuando ha notado la palidez de mi rostro y he salido corriendo a mi habitación.

"Mamá muy enferma" -pienso dejándome caer en la cama. La tía Mercedes entra en el cuarto sin llamar y me envuelve en sus brazos.

     
- No te preocupes de nada mi niña -dice retirando las lágrimas que caen silenciosas por mi cara- Ya verás cómo todo se soluciona. Ahora descansa, hija. Mañana por la mañana Martina nos ayudará con tus cosas y podrás irte a verla. El tío Juan se encargará de sacar los billetes. Puedo acompañarte y... si tú quieres...

     
- No, gracias tía. Una persona de la confianza de la abuela vendrá a recogerme. No te preocupes.

     
- ¿Cómo no voy a preocuparme? -dijo mirándome a los ojos. Luego los bajó- Entiendo que quieras ir sola ella es tu madre y te necesita.

     
- Tía, tú has sido mi madre durante todo este tiempo. Nunca olvidaré todo lo que habéis hecho por mí, ¡nunca! ... Pero he de afrontar lo que venga sin pensar en que el tío está solo y tu lejos de él. ¿Lo entiendes verdad?

- ¡Claro que sí! Ahora límpiate esa cara, ponte tu camisón y descansa -contestó cariñosa- Tienes unos días difíciles por delante.



CAPITULO III

26.10.2014 18:20

CAPITULO III

LA MUERTE


He despertado de nuevo envuelta en un sudor frío. Sentía el terror  y el corazón golpeando mi pecho. He tardado en reconocer donde estaba, durante unos segundos creía seguir corriendo por el bosque, sentía las zarzas y los arbustos arañando mis piernas, mis brazos,  mi cara... Corría y corría huyendo de algo o alguien hasta llegar al risco, allí me detenía jadeante pegajosa de sudor y me volvía... Eché a llorar como una niña escondida entre las sábanas, ocultando mi llanto para evitar el desasosiego de mis tíos.

¿Por qué siempre la misma pesadilla?

El tren sale de la Estación del Norte. La estación como todos nosotros ha ido cambiando. Después de la guerra quedó muy deteriorada. Los bombardeos a Madrid habían sido continuos y quedó en ruinas como casi todo en esta España cansada y dolida. Oí decir, ya no recuerdo si fue a mi padre, que estaba herida de muerte, no sé si de muerte, quizá eso lo puedan decir generaciones futuras, pero si hubo algo que se perdió y no hemos podido recuperar. Sé que mi juventud puede dar a entender que no soy quién para hablar así. Parte de mi infancia en
Lisboa y mi existencia privilegiada en Madrid podrían indicar lo contrario. Sin embargo nunca he podido olvidar la mirada en aquellos rostros famélicos cuando llegamos, su inmensa desolación y el sentimiento de pérdida. El mismo que vi en mis primeros paseos por el barrio de mis tíos o en mis escapadas al extrarradio. Incluso ahora en la estación, puedo sentirlo, la gente pulula con su maleta de cartón, o sus hatillos a la espalda, los abrigos a los que se les había dado la vuelta y los zapatos gastados. Sus ojos no muestran la ilusión de un viaje, sino la amargura de quien viene a buscar una forma de vivir distinta a su lugar de origen, una oportunidad de que sus hijos puedan ser distintos a ellos. Sólo en la parte de los vagones de primera ves la sonrisa, la despreocupación, la frivolidad, las maletas de piel y las sombrereras. Me siento fuera de lugar, me avergüenzo de mis ropas nuevas y mi sombrero a la moda, pero los demás apenas me miran, los unos por qué su preocupación se lo impide y los otros por su indiferencia a todo lo que les rodea.

La tía Mercedes me ha dejado sentada en mi compartimento, con la fiel promesa de no entablar conversación con los extraños que puedan sentarse a mi lado. La he tranquilizado y prometido que la escribiría en cuanto llegara, que iría a misa y rezaría el rosario todos los días. El tío Juan nos observaba desde el andén, con su expresión serena, moviendo ligeramente la cabeza ante la actitud de su mujer. Al final ha tenido que entrar a buscarla poco antes de que el tren saliera. No hemos podido evitar una lágrima cuando el tren ha comenzado a moverse.
He bajado la ventana para sacar la cabeza y saludar junto a los demás pasajeros, al fin y al cabo era mi primer viaje sola y a pesar del motivo de éste, estaba emocionada.

Poco a poco nos alejamos de la estación. El viaje es largo. Los campos pasan ante mis ojos, las gentes, los animales, todo corre. Hasta mi corazón que galopa como esos caballos de la Sierra de Madrid que se asustan si el maquinista hace sonar el silbato del tren. En mi compartimento se ha sentado un matrimonio. Ella es muy hermosa y elegante. El parece mucho mayor que ella y no me gusta cómo me mira, asique he salido al pasillo y he recorrido el tren. A pesar de las recomendaciones de la tía he ido al aseo y a la cafetería. Cierto es que hay más hombres que mujeres pero tenía la necesidad de tomar algo. He entrado con la mirada baja tal y como me han enseñado y procurando que mí figura no se moviera al andar. Me he dirigido al camarero con la mayor discreción y le he pedido un café con leche, como no tengo quien me reprenda lo he pedido largo de café. De repente me he sentido libre, como si nada más importara y se me ha escapado una sonrisa que he tapado
inmediatamente. ¡Qué feliz era cuando sólo era una niña en el campo! Me vuelve loca tanta constricción, tanto apocamiento. ¿Por qué no podemos dejar que nuestra alegría o nuestra pena salgan al exterior? El camarero muy atentamente me ha dicho que me lo serviría en mi compartimento, vamos me ha dicho "muy amablemente que ese no era un sitio para mí". Un poco desairada y morruda he vuelto tras mis pasos, el matrimonio ha desaparecido y ha sido sustituido por dos monjas que me miran con cierta desaprobación. He cogido uno de mis libros, procurando que no se viese mucho su título no fuera a ser que también me llamaran la atención por ello y he esperado paciente mi café. En el fondo he pedido café porque tengo miedo a quedarme dormida ante extraños, una cosa es despertar asustada en casa y otra muy distinta hacerlo ante desconocidos, aunque fueran monjas. ¡Ha saber qué pensarían!

A pesar de mis esfuerzos me he quedado dormida, con un sueño ligero y he despertado cuando el revisor ha pasado gritando la siguiente parada.

- ¡Oviedo! Quince minutos -pregonaba  por el pasillo.

Me he sobresaltado un poco pero he guardado la compostura. Mi corazón volvía a latir enfurecido, ahora a causa del miedo al reencuentro con la abuela y con mamá. El hecho de que la abuela hubiera escrito pidiendo que volviera daba a entender que estaba grave. ¿Llegaría a tiempo? - ¡Por favor, por favor, por favor! -me repito una y otra vez a mi misma. ¡Espérame mamá!

Al detenerse el tren he visto a la abuela hablando con alguien que me resultaba familiar. Me ha parecido que ella no estaba cómoda y él, tocándose el ala del sombrero, se ha despedido con una triste sonrisa.

- ¡Abuela! -He gritado desde la ventanilla- ¡Aquí, aquí!

Ha sonreído, su mirada es triste y parece que ha envejecido. Aun así ella ha corrido hacía mi compartimento a esperar a que bajara.

No podría describir lo que he sentido. Miedo a adentrarme en sus ojos, alegría de volver a la que considero mi tierra... ¡Ha sido una mezcla de sentimientos tan dispares...!

- ¡Abuela! -he susurrado abrazándola fuerte- ¡Abuela!

Mis ojos se han llenado de lágrimas incapaz de separarme de ella. Mi abuela María me ha retirado suavemente limpiando mis lágrimas con su pañuelo que huele a limpio, que huele a ella.

- ¡Mara, mi dulce Mara! ¿Cómo ha sido el viaje? ¿Tuviste problemas? -Pregunta acariciando mi cara, retirando mis cabellos del rostro- ¿Has dormido algo?

- Ha ido todo bien, todo bien -respondo cogiendo la maleta y agarrando su brazo- ¿Y mamá? ¿Cómo es que has venido tú a buscarme? ¿No habrá...? -pregunto temerosa.

- Tranquila, pequeña. Tu madre está en casa. No sabe que vienes. No quise alterarla en su estado -intenta parecer tranquila pero sé que me está mintiendo- ¿Te acuerdas de María, nuestra amiga? -Asiento con la cabeza- Se ha ofrecido a quedarse con ella.

- Dime la verdad ¿cómo está? -no puedo más con mi desazón y necesito saber cuál es la situación.

- Cariño... el médico ha dicho que ha aceptado su suerte... no quiere luchar más.

He sentido como mi corazón se encogía, a pesar de mis reproches, de su abandono, de la necesidad de ella durante estos años sin respuesta, mi alma ha gritado su nombre. La quiero y descubro que nunca podría dejar de quererla.

- ¿Cómo empezó todo? ¿Por qué no me avisaste antes? -Hemos empezado a caminar hacia la calle Uría. Sus pasos no son tan firmes como yo recordaba pero siguen siendo decididos.

- Al principio pensamos que era cosa de poco. Ya sabes un resfriado... Al fin conseguí que aceptara visitar a un médico. -Suspiró- La diagnosticó tuberculosis -ahogué una exclamación- He procurado que tuviera buena comida, que descansara. Ha sido inútil. Todo inútil...

- ¿Cómo os habéis apañado? ¿Con las joyas de mamá?

- ¡Shhh! ¡Calla! ¡Eso ni lo nombres! -La abuela me mira enfadada- ¡Hay oídos y ojos en todas partes!

- Pero...

- ¡No hay peros niña! Hay que acostumbrarse a ver, oír y callar.

No ha vuelto hablar hasta llegar a la estación de los coches de línea. Es nueva. Está en el subterráneo de unos altos edificios, he visto la cafetería, las pequeñas tiendas de recuerdos y comida. He remoloneado por allí mientras la abuela sacaba los billetes. Cuando ha venido a buscarme y nos hemos dirigido al coche he visto mucha gente esperando. Hombres y mujeres con cestas que regresan de vender o comprar en el mercado. Algunos han saludado a la abuela y después a mí. Todos elogiaban que estuviera tan alta y tan moza. Otros nos han ofrecido pan para el camino pero ella lo ha rechazado cortésmente.

- ¡Hija son buena gente, pero si les cogemos el pan hoy comerán menos en su casa! -Dice la abuela acariciando mi mano.

El viaje ha sido un paseo comparado con las horas en tren. A través de la ventanilla he visto como poco a poco llegan los paisajes conocidos, el río sinuoso y cantarín, la Peña del Castillo, los riscos que parece que van a
besarse, el tren que pasa cerca de nosotros cargado con el carbón que se saca de las entrañas de la tierra. Las casitas a la vera de la carretera con sus gentes que faenan en el huerto o en los prados. Todo tan diferente a cuando volví la otra vez. Ya no se veían los estragos de las bombas, ni los camiones llenos de prisioneros, ni a los niños solos. Al menos, aparentemente, la vida había surgido allí donde parecía estar muerta para siempre.

Al llegar a nuestro destino, hemos echado a andar hasta llegar al sendero que lleva a casa de la abuela. Mi corazón late tan fuerte que creo que va salir al encuentro de mi madre. A penas me he fijado en el estado del jardín o de la casa. He dejado la maleta en la cocina mientras saludaba a María y subo las escaleras corriendo. Me detengo ante la puerta intentando serenarme. Ahora sí, intentando sujetar mi corazón que se desboca, abro la puerta.

La luz del mediodía entra por la ventana, tamizada por el suave y gastado visillo que la cubre. Mamá está en su cama, en una mesilla mis retratos, todos los que enviaron mis tíos en cada una de las ocasiones importantes de mi vida, en la otra una bandeja con una jarra de agua y unos frasquitos de medicina. Tiene los ojos cerrados y ¡me parece tan pequeña envuelta en sus sábanas blancas, las que ella prefiere, cubierta con una raída colcha de seda!

Despacio me acercó, comiéndome las lágrimas que quieren asomarse a mis ojos. Dulcemente me siento a su lado y acaricio sus suaves cabellos, apartándolos de su frente. Pausadamente abre sus ojos y le cuesta dirigir su mirada hasta mí.

- Mamá -la susurro dándole un beso en su frente. Al fin consigue verme, como si lo hiciera a través de la bruma, a través de un sueño y sonríe.

- ¡Cuánto has crecido mi niña! Eres ya una mujer... -algo enturbia su mirada- No deberías haber venido.

- No hubieras podido impedirlo -he contestado con una gesto- Ya sabes lo cabezota que soy.

- Como tu padre...

- Y como tú.

Mi madre me ha cogido la mano y la acaricia. Sus dedos ya no son tan delicados como antes pero sigue dándome esa seguridad que tanto he echado en falta.

- Prométeme que regresarás a Madrid en cuanto esto termine.

- No, no lo haré -mi voz sale dócil pero mi tono es firme. Mamá cierra los ojos y unas lágrimas asoman en ellos.

- Hija... mi niña querida... no ha habido nada más doloroso que tenerte alejada de mí.

Me agarra fuerte por la muñeca he intenta incorporarse.

- ¡Nunca pienses que no te he querido! ¡Lo he hecho más que a mi propia vida! ¡Nunca lo olvides!

Mamá ha caído pesadamente y su respiración se ha vuelto agitada.

- ¡José, has venido! -exclama con la mirada fija tras de mí.- ¡Cuánto te he echado de menos!

-¡Abuela, abuela! - He gritado desde la escalera- ¡Ven abuela! ¡Mamá, mamá!

- He hecho cuanto he podido, José -continua diciendo mi madre- ¡He intentado protegerla, lo juro!

Mamá ha roto a llorar desconsoladamente y la abuela se ha quedado en el quicio de la puerta como si temiera entrar en el cuarto. He abrazado a mamá colocando mi cabeza en su pecho. Ella lo ha acariciado torpemente y ha seguido diciendo:

- Debo irme, cariño. Tu padre está esperándome....-ha besado mi frente y ha dejado de respirar.

A pasado todo como en una pesadilla de la que no puedes despertarte.

Hemos vestido a mamá con su traje negro, recuerdo lo elegante y guapa que estaba con él. Ahora le queda un poco grande y acentúa la palidez que la muerte ha dejado en su rostro. Entre sus frías manos le han colocado un rosario, tal y como manda la costumbre. La abuela dice que unos días antes de mi llegada el sacerdote vino a darle la extremaunción y que ahora el Señor la habrá acogido en su seno.

Yo no soy capaz de pensar, sólo siento un vacío enorme en mi pecho.  El dolor es tan gigantesco que ha ocupado todo mi ser, mis ojos ya se han secado y las preguntas sin respuestas se deslizan una tras otras en mi cabeza: "apenas había cumplido los cuarenta y tres años, era muy joven, ¿no había sufrido ya bastante?, ¿por qué cuando yo podía regresar a su lado para siempre, ella se había ido?...."

La tía Mercedes y el tío Juan también están aquí. El tío ocupándose de los trámites del entierro y la tía sentada entre la abuela y yo, sin saber a quién intentar consolar, ¡tal es nuestra desolación! Los vecinos han llegado poco a poco, con lo poco que tienen en sus casas; achicoria,  pan dulce, chorizo y queso, vino... para poder pasar la noche. En mis oídos resuenan las palabras de todos:

- Está muy guapa. La muerte ha sido buena con ella...

- Era una gran mujer. Siempre tan dispuesta a echar una mano...

- ¡Qué lástima! Era aún joven...

- Sí, esta maldita enfermedad se está llevando uno a uno a todo el pueblo....

Las idas y venidas de todos los que la apreciaban y de otros, que apenas la conocían pero que aprovechaban estas ocasiones para comer algo caliente y tomar una copa de coñac, eran constantes. Las costumbres del pueblo, acompañar a la familia en ese duro trance y charlar con los vecinos de las vicisitudes del día a día.

No sé con quién, ni cómo he llegado al cementerio. A mamá le hubiese gustado descansar junto a papá, en el prado de delante de casa, bajo las hortensias, pero eso es impensable, incinerar un cuerpo es un sacrilegio, y enterrarlo fuera de tierra sagrada algo así como una maldición. He dejado de luchar contra todo hace mucho tiempo, mis labios no se despegan más que para dar las gracias a los asistentes. Han abierto el panteón familiar, la abuela se ha acercado a mí y me ha abrazado.

- Aquí también estará bien, hija -susurra besando mi mano. De sus ojos brotan finas lágrimas que corren por su rostro marcando cada arruga,  cada pliegue...

La miro y me lleno de compasión hacia ella. Está a mi lado confortándome mientras entierran a su única hija. El dolor es intenso bajo la luz de esta mañana de julio,  a nuestro alrededor, incluso el triste cementerio está lleno de vida.

He cerrado los ojos y he sentido como caía torpemente entre los brazos de la abuela. Después silencio, descanso, paz, nada. Poco a poco, las voces que me llamaban, las manos que golpeaban suavemente mi rostro, los murmullos asustados de los presentes, me han ido devolviendo a la realidad, a esa de la que huía.
Me negaba a abrir los ojos, como una niña ofuscada. Siento unos brazos fuertes que me acogen y he pensado que es el tío Juan que me protege como tantas otras veces lo ha hecho cuando era niña.

Al fin, poco a poco, he ido despegando mis párpados. Entre las brumas que empañan mi mirada ha ido apareciendo un rostro desconocido, y sus ojos se han clavado en los míos. De mi pecho ha brotado un grito ahogado y en sus rasgos se ha dibujado una gran tristeza. Sin decir palabra me ha ayudado a levantarme y el
tío Juan le ha apartado con un suave gesto.

El panteón se está cerrando y he roto a llorar con la angustia de la última despedida, la abuela a mi lado, más anciana que nunca, encogida en su vestido negro, sollozaba amargamente en los brazos de la tía Mercedes.

Después de despedir a los que nos habían acompañado dándoles las gracias con semblante ausente, nos han llevado al coche del tío. Apoyo tristemente mi cabeza sobre el cristal y he vuelto a verle. Lejano y presente al mismo tiempo, llevando de su brazo a una mujer a la que le costaba caminar, a pesar de que parecía tener la
edad de mamá, él la habla suavemente y acaricia cariñoso su mano. Al levantar su cabeza nuestras miradas se han cruzado: era el mismo joven que había visto hablando con la abuela María en la estación del tren.

El coche ha iniciado su marcha y he cerrado los ojos con desconsuelo.

La primera noche sin mamá ha pasado entre duermevelas. La mañana ha llegado sin ser invitada y los rayos de sol se han filtrado entre las contraventanas desvencijadas. Con el peso de la pena he conseguido levantarme torpemente y abrir la ventana. Allí en el prado dos macizos de hortensias moradas.

- Siento no haber podido enterraros juntos.... -digo en voz alta sin darme cuenta.

En camisón, bajo las escaleras suavemente. No oigo ruidos en la casa, quizá aún estén descansando. La cocina está desierta, acaricio la mesa de madera donde de niña me gustaba ayudar a amasar el pan, mis dedos recorren las alacenas, las tazas, los viejos platos... Encuentro el delantal de mamá en un cajón y lo tomo
cuidadosamente llevándolo a mis labios. ¿Es cosa mía o todavía huela a ella? Salgo al patio, estoy descalza, el rocío de la mañana empapa mis pies, siento la tierra en mis dedos y la brisa me envuelve en un suave abrazo. Cierro los ojos y aspiro fuerte el olor de la vida que disipa un poco el dolor de mi pecho.

- ¡Mara! ¿Estás bien?

- ¡Abuela! -Exclamo sobresaltada- Creí que dormías.

- A mis años, se duerme poco y se piensa mucho -Me ha agarrado de la cintura y ha apoyado su cabeza en mi hombro. Nunca me había percatado de lo menuda que era. Siempre me ha parecido una mujer alta, fuerte y ahora.... Al sentirla a mi lado me doy cuenta de lo frágil que es.

- Estoy bien, abuela. ¿Y tú cómo estás? - Es una pregunta de cortesía sé que está deshecha.

- Vacía. Estoy vacía, mi niña. Se fue la alegría de mi vida. He ido perdiendo poco a poco a mis seres queridos pero no es justo enterrar a una hija. No es justo...

La abrazo contra mi pecho acariciando su pelo canoso recogido en su perpetuo moño.

- Me tienes a mí -procuro que mi voz no tiemble y sea serena.

- Mara, tú tienes que volver a Madrid. -Se ha separado de mí y me mira preocupada- Aquí no haces nada.

- No, abuela. No voy a volver a Madrid. Hace mucho tiempo que tomé la decisión de regresar y quedarme.

- ¡Eso no puede ser! ¿De qué habría valido entonces el sacrificio de tu madre?

Nunca la había visto tal alterada, se retuerce nerviosa las manos y su mirada se clava en el macizo de hortensias.

- Abuela ¿Por qué siempre habéis querido alejarme de aquí? Desde que vine de Lisboa ha sido el único lugar donde he querido estar y vosotras me apartasteis de vuestro lado. ¿No entiendes que todo lo que he hecho, mis estudios, mi vida ha sido para conseguir volver a casa? -No he podido evitarlo y mis palabras han sonado a reproche.

- Tú no sabes... No tienes ni idea.... ¿Qué harías en un pueblo como este? -La abuela ha aminado por el prado llevándose las manos a la cabeza- ¿No ves que aquí no hay nada más que pobreza y desolación? ¡Eres una mujer preparada que puede elegir su vida y lo echas todo por la borda!

- ¿Qué puedo elegir mi vida? -He soltado una carcajada- Nunca he podido elegir, no me habéis dejado. Yo sólo deseo estar aquí. Vaya a donde vaya estaré sujeta a unas estúpidas normas sociales. Misa los domingos, rosario por las tardes, costura y saber estar; ejercer mi profesión hasta que me case, que no debe de ser tarde para poder llenarme de hijos. Y si no tengo la suerte de engatusar a un hombre me convertiré en una solterona a ojos de todos que para evitar el qué dirán no saldrá de la iglesia. ¡Vamos abuela, elegir mi vida!

Me he escuchado decir todas esas cosas como si no fuera yo la que hablara. Tanta rabia y resentimiento han explotado en mi pecho con la fuerza de un volcán.

- Eres una desagradecida. ¿Acaso Mercedes y Juan no te han tratado como a una hija? ¿No se han desvivido por ti? -Me ha cogido de los hombros y me ha zarandeado- ¡Te mereces una buena azotaina, niña caprichosa!

- Sí, tienes razón. Es la única familia que he conocido. Los únicos que me han abrazado, me han cuidado y mimado, los que han secado mis lágrimas en esas negras noches de pesadilla. -me he soltado de ella con rabia contenida- Los que me han dado un futuro. ¡Bien! Soy una mujer preparada que puede elegir su vida ¿no? Elijo quedarme en este pueblo, en Villar. Con tu ayuda o sin ella, abriré una escuela y me dedicaré a todos aquellos que lo perdieron todo en esta estúpida guerra. Es mi decisión.

La abuela se ha quedado entre las flores mirando cómo me alejaba. Yo he contenido mis lágrimas y mi impotencia. No me he dirigido a mi cuarto sino al desván ¿Por qué? ¿Qué hice para que no me quisieran a su lado?

He subido, como cuando era niña y me cobijaba los días de lluvia intensa, o cuando me escondía después de una regañina de mamá. Ese olor familiar de humedad y polvo me ha envuelto en su abrazo y he roto a llorar. ¿Era tan extraño querer volver a casa?

He mirado con cariño los muebles desvencijados, la luz que entra por las rendijas del tejado iluminando las telas de araña, haciéndolas parecer encajes bordados. En un rincón, abandonada, mi muñeca de trapo, Rafaela. No sé porque ese nombre pero en su momento me pareció muy apropiado. Ahora viéndola sucia y desgastada
me parece mucho nombre para tan poco cuerpo.

Más allá, el viejo baúl que nunca me dejaron abrir, "el misterioso e intrigante baúl". Siempre me imaginé que estaría lleno de cosas maravillosas, fotos, recuerdos, cartas de enamorados, mi mente de niña podía volar a cualquier sitio y soñar con cualquier mundo. He intentado abrirlo pensando que como siempre estaría cerrado, pero esta vez no, he apretado el cierre y se ha abierto con toda facilidad. Ha sido tan grande mi asombro que mis lágrimas han dejado de caer por mi rostro. Las he limpiado torpemente y he levantado la tapa. ¡Por fin, el misterio iba a resolverse!

El traje de novia de mamá es lo primero que he visto. Tiene el color de las perlas gastadas, entre blanco y marfil. Es tan suave..., de satén de seda. Ahora eso es casi imposible de conseguir y tampoco apropiado para una boda, marca demasiado el cuerpo de la mujer que debe de esconderse según manda el recato y las
formas.

Debajo del vestido hay unas fotos de papá y mamá. He sentido una punzada de nostalgia. ¡Papá está tan guapo con su traje negro y su camisa blanca, con una pequeña flor en el ojal! Mi padre era "casi rubio", como le decía mi madre para provocarle. Él sonreía, con esa sonrisa tan suya, tan cautivadora y especial y replicaba "pero con los ojos azules". Entonces los dos reían como hacían en aquellas fotos que acababan de caer en mis manos. Ella llevaba una mantilla anudada a la cabeza como un pequeño casquete y la tela le caía sobre el cuerpo fruncida por un pequeño camafeo de piedras brillantes bajo el pecho. Encontré la mantilla, los guantes y una pequeña flor seca entre las páginas de un viejo libro de poesía.

Dejé escapar una sonrisa cuando vi dos paquetes de cartas anudados con cinta de raso, uno blanco y otro rojo. En mi mente de niña lo había imaginado tal y como era, como encontrar un cofre lleno de piedras preciosas. La vida de mis padres encerrada en un viejo baúl. Al final del todo entre viejos recortes de periódicos, un cuaderno de tapas duras con diminutas flores verdes y moradas. Una goma hacía que se mantuviese cerrado. Cuidadosamente lo abrí. Sus hojas amarillas desprendían un suave aroma, ese que siempre llevaba mamá antes de regresar a España. En la primera página, su letra alargada y clara.

"Villar, 20 de abril de 1930"

Quizás este pequeño cuaderno pueda desvelarme el motivo de mi abandono.

Mamá había empezado el diario cuando se casó con papá. ¡Hablaba con tanta dulzura de él! Describía el día de su boda de tal manera que me parecía verla vestida con su traje de satén agarrada del brazo de papá y sonriendo en todo momento. Las lágrimas de la abuela María; como entregó el ramo a la tía Mercedes;  de los Hevia, María y José que asistieron con sus hijos; de los Viejo; de los Carmoneo; de los Lobo...

Al leer ese apellido siento un escalofrío y a mi mente viene el día que me crucé con Andrés junto al río, el día que su padre salía de caza. ¿Qué habría sido de él? A penas tenía recuerdos después de aquel día...

Las voces que provenían de la cocina me han sacado de mis pensamientos. He dejado el diario guardado en el baúl, no quiero que sepan que lo he encontrado y bajo las escaleras descalza sin hacer apenas ruido. Me detengo en el mismo lugar en el que de niña me sentaba para poder escuchar las conversaciones de mamá y la
abuela. Agudizo mi oído. Creo que la abuela está llorando, los tíos intentan consolarla, pero ella sigue gimiendo, me asomo un poco y puedo llegar a verlos.

- María, tranquilícese -dice la tía Mercedes, tan cariñosa como siempre- Es decisión de la niña. ¿Cree que a nosotros no nos duele? -su voz se trunca pero enseguida se repone- Tarde o temprano sabíamos que esto podía pasar.

- El sacrificio de Lara ha sido en vano... -repetía una y otra vez la abuela.

- No ha sido en vano -el tío Juan se ha acercado a la abuela y le ha tomado las manos- La niña se ha puesto bien, ha crecido sana, ha tenido una vida tranquila, ha sacado una carrera. Pero nunca entendió porque la dejasteis allí cuando sanó. Desde siempre ha sido su deseo regresar, en su mirada a veces distante podíamos leer cuanto añoraba este lugar. Hemos hecho todo lo que hemos podido y sabes que para nosotros es una hija...

- Lo sé, lo sé... -ha contestado la abuela dando suaves golpes en las manos del tío- No es vuestra culpa, nunca podremos..., podré agradecéroslo lo suficiente.

- Es la hija de mi hermano, no hemos hecho más que lo que debíamos hacer. Y ella nos ha compensado con su cariño y respeto. Ahora debemos dejar que vuele un poco sola, si nos empecinamos en que no debe quedarse en Villar puede que recaiga otra vez. Está muy afectada por la muerte de Lara.

La tía Mercedes se ha sentado junto a la abuela y la ha abrazado.

- ¿Sabe cuánto la vamos a echar  de menos? Es la alegría de nuestra casa, su parloteo, sus preguntas, sus indignaciones, su buen corazón. ¿Sabe que se escapaba por las tardes a cuidar de los más necesitados al extrarradio de Madrid? -Casi dejo escapar un grito de asombro, y tapo mi boca con las manos- Ella cree que no lo sabemos pero a distancia la protegíamos, comprendimos que ella es así...

- Como su padre -termina de decir el tío Juan- Cuando se propone algo no hay nada que la pueda parar. Si ahora ha decidido ser profesora aquí, removerá cielo y tierra hasta conseguirlo. Es mejor que la echemos una mano. Dios dirá si nos equivocamos o no...

- ¡Dios nos abandonó hace mucho tiempo! -replica la abuela indignada.

Entro interrumpiendo la conversación, todos me miran y se callan. Voy dando un beso a cada uno y dándoles los buenos días. Me detengo ante la abuela y me arrodillo ante ella. Beso sus manos.

- Perdóname, no quería hablarte así. Tú también has sido joven y has tenido sueños, deja que yo intente cumplir los míos. - La abuela María ha mirado a los tíos y luego a mí.

- Está bien. -Contesta acariciando mis mejillas- Podemos intentarlo. Pero yo me he convertido en una vieja gruñona difícil de tratar.

-¡Gracias, gracias! No seré un estorbo. Te ayudaré con las labores del campo y los animales. - Me he vuelto hacia los tíos y me he levantado hacia ellos- No quiero que penséis que no os quiero. Ahora tendréis que venirme a ver y yo cuando pueda iré a pasar unos días con vosotros a nuestra casa.

Es extraño me he sentido feliz, pero una felicidad agridulce. La ausencia de mamá se ha instalado en mí y aunque sonrío y mi corazón se alegra, la pena me acompaña.

Nos hemos sentado a la mesa a desayunar. Hay leche fresca, mantequilla y pan. En el fogón de la cocina hay achicoria y su olor me trae tantos buenos recuerdos....
Hemos hablado de ir al pueblo y buscar un lugar donde poder abrir la escuela. El tío Juan va a hablar con el  alcalde y cuando regrese a Madrid se reunirá con algunos amigos que dice que podrán echarnos una mano.

- Por cierto, abuela ¿tú te acuerdas de Andrés? -ella ha buscado la mirada de  la tía Mercedes y luego ha cogido su tazón.

- ¿Qué Andrés? -pregunta sin levantar la vista.

- Era un niño del pueblo. Bueno ahora puedo decírtelo. -Remoloneo un poco,  aunque ha pasado mucho tiempo era algo que había prometido no contar-  Es un Lobo.  Ya..., ya sé que me dijisteis que no me acercara a esa familia pero lo encontré en el río y me pareció que estaba tan asustado, y tan solo...

La abuela ha dejado el tazón en la mesa y se ha limpiado pausadamente la comisura de los labios manchados de leche. Me ha parecido que intentaba encontrar las palabras correctas para contestarme. Entonces como si una luz se hubiera prendido en mi mente, me he dado cuenta. Andrés era el hombre con el que había visto hablar a la abuela en la estación, el mismo que había ido al cementerio con, supongo su madre, el mismo que había impedido que cayera al suelo cuando me desmayé...

- ¡Ah, ese Andrés! -Responde fríamente la abuela- No sé mucho de él. Estudió fuera, en Santander creo. Anda por el pueblo.

- ¿No estuviste hablando con él en la estación del tren cuando llegué? -No sé si ha sido cosa mía pero la abuela ha palidecido como si la hubiera cogido en falta.- ¿No estuvo en el entierro de mamá?

-Es posible, niña, vino mucha gente. Y ahora vamos a ponernos manos a la obra.Tengo que atender a los animales. No puedo esperar más tiempo.

Se ha levantado dando por acabada la conversación.

- ¡Me visto en un momento y voy en tu busca! - exclamo levantándome de un salto con una rebanada de pan en la boca.

- ¡Tú aquí! -Responde tajante- Ayuda a tus tíos a instalarse y enséñales la casa. Ya habrá tiempo para lo demás.






 


EL SECRETO CAPITULO IV

26.10.2014 18:19

CAPITULO IV

EL ENCUENTRO


Los días han pasado tan rápido que casi no me he dado cuenta. El tío Juan, tal y como prometió ha ido a hablar con el alcalde. Dice que es un hombre altivo, acostumbrado a mandar. La gente del pueblo le tiene respeto, aunque yo creo que lo que le tienen es miedo. Es un Lobo, apellido marcado por el temor desde que yo recuerdo, pero no es Andrés. El alcalde se llama Germán y es el hermano mayor. Aun así, el tío Juan ha conseguido que nos ceda la vieja escuela, siempre que seamos nosotros quien la restauremos y arreglemos. Parece que no ve mucho futuro en el proyecto, dice que las gentes del pueblo y de los alrededores bastante tienen con intentar llevarse un trozo de pan a la boca. No cree que pueda tener  ningún alumno. Los niños mayores y pequeños se van a las minas y las niñas trabajan en las casas más pudientes o ayudan en las labores del campo.

Nada de todo lo que me ha contado me ha amilanado. Estoy segura de lo que hago, darles una oportunidad de ser algo más que animales de carga, es todo lo que deseo. Y si entre todos ellos consigo que uno, sólo uno, aproveche la oportunidad me sentiré satisfecha.

La abuela nos acompañó hasta el pueblo. La antigua escuela está muy cerca de la plaza y la verdad en muy mal estado, sin embargo aún conservaba  los pupitres de madera y la pizarra aunque muy deteriorada.

El edificio es de ladrillo rojo, conserva las ventanas y algunas contraventanas. A penas tiene cristales pero eso es lo que menos importa. En la parte trasera tiene un amplio patio con un castaño y varios fresnos, hay que segarlo y matar las malas hierbas pero cuando esté arreglado va a quedar muy bonito. Allí los niños volverán a ser niños, al menos eso espero. Dentro está lleno de cascotes, nada que no se pueda arreglar con una buena limpieza, y una vieja chimenea que me alegró el día. Si no teníamos cristales, podríamos calentarnos, "si es que
tira" - como dijo la abuela refunfuñona.

En cuanto tuvimos el permiso del alcalde, el tío Juan y la tía Mercedes regresaron a Madrid. Sé que harán todo lo posible para que mi sueño salga adelante. Y yo....

Yo me he levantado esta mañana temprano, he desayunado con mi abuela y he salido corriendo hacia el pueblo.

- ¡Guaja, -a veces así me decía, era como se llamaba a los niños y no tan niños por aquellos lugares- no llegues tarde a comer! ¡Y no quieras hacerlo todo hoy!

- ¡No te preocupes, -contesto desde la antojana de la casa- estaré aquí a la hora!

Me siento feliz, dejo que la brisa de la mañana acaricie mi rostro. Los árboles del camino parecen saludarme a mi paso, me dan ánimos para seguir adelante. Les oigo decir: "Adelante, puedes hacerlo". Y sonrío y agito mi cabello. Nada puede dañarme, me siento fuerte y libre. Libre como desde hace tiempo no me siento.

En mis manos llevo un cubo de cinc, unos trapos, jabón de trozo y una vieja escoba. Sin embargo cualquiera que me viera en ese momento creería que me dirigía a una fiesta. En el camino me he encontrado con algunos conocidos de la abuela que han preguntado a donde iba tan dispuesta, a todos les he contestado lo mismo.

- ¡Voy a limpiar la escuela!

- ¡Ah, entonces es verdad que quieres abrirla!

Y sonrío y sigo caminando. Al llegar al pueblo todo me ha parecido más limpio, más hermoso que nunca y me he dirigido al viejo edificio llena de expectación.

Lo primero que voy a hacer es retirar los cascotes que hay, botellas y excrementos de animales y de no animales. El cuarto de baño es algo escaso en la mayoría de los hogares y cada uno busca el mejor rincón para aliviarse. Me alegro de haber traído guantes y unos viejos sacos. Me van a hacer falta.

- Buenos días -la voz llega desde mi espalda.

Me vuelvo sorprendida, no he podido evitar el sobresalto, tan absorta estoy en mis pensamientos.

- Perdón, no quería asustarla.

No puedo distinguir su rostro está a contraluz. Es un hombre alto y su voz me resulta familiar, me acerco despacio.

- Déjeme que me presente -dice alargándome su mano- Mi nombre es Andrés, Andrés Lobo.

Me he quitado el guante atropelladamente y he estrechado su mano.

- Yo soy Mara, Mara Álvarez -y no sé por qué sonrío como una niña- Creo que nos conocemos. ¿Verdad?

- Me temo que no. En el sepelio de su madre no pude presentarles nuestro respeto.

Le he mirado asombrada, luego me he repuesto. Tal vez él no recordara nuestro encuentro de niños.

- Disculpe mi insistencia. Ha dicho que se llama Andrés, Andrés Lobo ¿no es cierto? -porfío a sabiendas que es algo que no debe hacer una señorita.

- Así es. -responde acercándose más. Efectivamente es el joven de la estación y me ruborizo.

- Entonces debo darle las gracias por no dejarme caer cuando iban a enterrar a mi madre.

Me trago mi rubor y me atrevo a mirarle a los ojos y en ellos veo la misma soledad, el mismo miedo del niño que conocí hace ya tanto tiempo. Sin embargo, sus modales y su gesto desprenden seguridad.

- No hay de qué. Vi como palidecía, estaba cerca y llegué a tiempo. -Su voz es cálida, amigable.

- Aun así acepte mi gratitud.

- Me han dicho que quiere abrir la escuela. - Ha cambiado de conversación y se ha acercado a una de las ventanas- Va a tener que trabajar mucho para dejarla limpia.

- ¡Oh, no importa! -Replico colocándome de nuevo los guantes- No me asusta el trabajo.

- Quizá necesite que le echen una mano -se ha colocado enfrente de mí con una sonrisa.

- La gente ya tiene bastante con la mina y las labores del campo. No seré yo quien les pida más.

- Bueno, yo no trabajo en la mina y sólo un poco en el campo. Soy médico y aunque no siempre dispongo de tiempo me gustaría echarle una mano aquí..., si a usted no le molesta, claro.

Casi imperceptiblemente una nota de sarcasmo en sus palabras, como aquella primera vez...

- ¡Claro que no me molestaría!  Al contrario... -ha sido tanto mi entusiasmo ante su proposición que él ha soltado una carcajada haciendo que de nuevo el rubor subiese a mis mejillas.

- Estaré encantado de venir a ayudarla.

Ha estrechado de nuevo mi mano, esta vez con los guantes puestos, lo que ha contribuido a azorarme más y ha retirado de mi rostro un pequeño mechón rebelde que se ha escapado bajo el pañuelo de mi cabeza. Su gesto es dulce como el de un niño con su madre. Por unos segundos sus ojos se han clavado en los míos...luego los ha retirado como culpable.

- Esta tarde vendré, si le parece bien -su voz se ha vuelto dura, ¿por qué?

- Gracias, de nuevo sr. Lobo.

- Por favor, llámeme Andrés.

Y ha salido deprisa, sin dejar que yo pudiera contestar. ¿Por qué me ha dado la sensación de que se sentía culpable?

No podía imaginar que por la tarde regresaría. Al verle entrar por la puerta he sentido que el corazón me daba un vuelco. Y no ha venido solo, le acompañan un grupo de niños y algunas mujeres.

- ¿Llegamos tarde? -pregunta con una amplia sonrisa.

- ¡Claro que no! -respondo alisando las arrugas de mi vestido.

- Estos vecinos, algunos me imagino que ya los conocerás, quieren echarnos una mano.

Allí estaban todos los hijos de María, la amiga de mi abuela, mujeres a las que había saludado pero de las que no sabía su nombre, niños y niñas, todos ellos mirándome expectantes.

Miré a Andrés y luego me dirigí  a ellos:

- Gracias a todos por venir. - Andrés me hace un gesto con la cabeza y continuo- Lo más importante es que consigamos sacar toda la basura que hay aquí dentro. Si lo conseguimos -digo esbozando una sonrisa- Todo lo demás será fácil.

¿Cómo describir cómo ha sido la tarde? No tengo palabras para hacerlo. Poco a poco entre las canciones de algunas mujeres y la algarabía de los niños, la escuela ha ido quedando limpia de cascotes, envases y excrementos. Verla por fin vacía, ha sido como un sueño. Podía imaginarme como llegaría a ser. Cortinas de suaves colores que dejaran pasar la luz en los días grises de invierno, dibujos de los niños colgados en las paredes, una planta con flores encima de mi mesa y el familiar olor a lápices y gomas de borrar. Los niños sentados en sus pupitres lijados y barnizados mientras yo escribía las letras en la pizarra...

- Mara -Fina, una de las hijas de María, me ha sacado de mi ensueño- Nosotras debemos irnos ya. Está oscureciendo y madre nos espera en casa.

- Perdonad, he abusado de vuestro tiempo sin darme cuenta. -He acariciado su mejillas suaves y sonrojadas por el esfuerzo- Creo que es hora de que todos regresemos a casa. Habéis sido de mucha ayuda, sin vosotros no hubiera podido dejarlo así en tan poco tiempo. Gracias, gracias a todos.

- La escuela hace falta, señorita. Nos hace falta a todos - me ha dicho una señora que había visto por el pueblo- ¿Podrá enseñarnos también a los mayores?

- ¡Estaría encantada de poder hacerlo! Discúlpeme, hace mucho que me fui de aquí y no recuerdo su nombre...

- Candelaria, me llamo Candelaria -contesta tímidamente.

- La enseñaré si me promete no llamarme de usted. Soy yo la que debería hacerlo.

La mujer ha sonreído y ha asentido con la cabeza. Uno a uno se han ido despidiendo prometiendo regresar al día siguiente.

Sólo quedamos Andrés y yo. El silencio se ha hecho molesto a nuestro alrededor después del alboroto y las voces que nos habían acompañado. He empezado a recoger los cubos y las bayetas evitando mirarle. Me siento un poco intimidada por su presencia, es una sensación rara, entre abrumadora y cálida. Sin darme cuenta hago un gesto como si esas palabras se las dijese a una amiga. Y él se da cuenta y yo me muero de vergüenza.

- A veces los pensamientos aflorar como las palabras -dice Andrés cogiendo los cubos  de mis manos- A mí también me pasa. Será mejor que salgamos, o las malas lenguas hablarán de nosotros.

Sonríe y yo le devuelvo la sonrisa como una tonta.

- Nunca me ha importado el qué dirán. Me he llevado muchas reprimendas por ese motivo.

- ¿Otra vez le han traicionado sus pensamientos? -no sé qué cara he puesto pero ha soltado una gran carcajada.

- Parece que le resulto divertida -le digo cogiendo el cesto y saliendo por la puerta.

- No pretendo molestarla. Aquí es todo tan previsible... Es una de las pocas mujeres que conozco capaz de ser tal y como es, aunque sea por unos minutos.

- Le sigue gustando tomarme el pelo, como de niña -digo sin saber cómo han brotado esas palabras de mi boca.

No le he mirado pero sé que le han sorprendido mis palabras. Se ha puesto la gorra y ha encendido un cigarrillo.

- La acompañaré hasta el camino de su casa -su voz es fría de nuevo.

- No es necesario, puedo volver sola.

- No es conveniente.

Entonces me vuelvo y le miro desafiante.

- De pequeña conocí a un niño. Se escondía en los arbustos de cerca del río. Llevaba gorra como usted.  Quizás le conozca.

Aparta la mirada y tira el cigarrillo pisándolo suavemente.

- Tenía la esperanza de que no se acordara -las palabras le salen pausadas, cansadas.

- ¿Por qué? -Le miro y vuelvo a hundirme en la profundidad de su tristeza- ¿No fuimos amigos?

Se ha vuelto a instalar el silencio y me acompaña callado hasta la baranda del prado de la casa. Las sombras empiezan a hacerse largas. El sol está bajando por el horizonte y la luz dorada lo invade todo.

- Hasta mañana.

- No ha contestado mi pregunta....- ya, ya lo sé soy muy cabezona pienso, mientras me detengo frente a él.

- No ha pensado que tal vez yo no quiera contestar.

Me mira a los ojos, luego aparta la mirada y la dirige hacia la casa. Ahora mira al suelo y se quita la gorra mesando su cabello.

- Sí. Nos conocimos de niños -contesta por fin sin levantar los ojos- Ahora debe irse a casa. -abre la portilla.

- Gracias. Muchas gracias por todo.

Entro en el prado sin volver la cabeza. ¡Qué hombre tan complicado! Estoy enfadada y mi enfado va en aumento. ¡Ni que le hubiese preguntado algo íntimo y personal! ¡Claro que la culpa es mía por ser tan empecinada! ¿Qué importa si nos conocimos de niños o no? ¡Vaya tontería! ¿Y si es una tontería, porque se
molesta por la pregunta? La abuela no está, dejo los cubos y el cesto a la entrada de la casa y subo hasta el desván.

¡El diario, me había olvidado el de él! Miro en el baúl, si sigue allí y lo abro temblorosa. Sé que hay algo, algo que ocurrió cuando era una niña, algo que todos se empeñan en ocultar y que yo voy a descubrir.

El sol se está escondiendo, y apenas entra luz por la vieja claraboya. La abuela aún no ha llegado y decido bajar a mi cuarto. Esta noche, cuando la abuela se duerma empezaré de nuevo a leer, no debo olvidar coger una vela y los fósforos de la cocina.

Sí, esta noche espero empezar a entender mi vida.

El viejo diario.....Por el supe que los Lobo siempre habían sido amigos de mi familia. Lisardo y Jacinta eran los padres de Isidro y de Pedro. Este último era el pequeño de la familia y un gran admirador de mi padre. Le acompañaba allá a donde fuera. Isidro era el mayor y mi madre contaba que estuvo enamorado de ella, pero nunca fue correspondido. Isidro se casó antes que ellos con Elisa, una mujer, según describía mi madre, muy hermosa y dulce. Contaba de ella que parecía un ángel con sus rubios cabellos ondulados y sus grandes ojos verdes. Mamá escribía que se habían hecho grandes amigas y que compartían largas tardes de café en los jardines de su casa, la más grande y bonita de todo el concejo. Porque los Lobo eran la familia más acaudalada de los alrededores.

Mis padres nunca tuvieron casa propia allí. Papá era huérfano y le criaron unos tíos de un pueblo cercano que nunca le tuvieron mucho aprecio, además era un chico de salud delicada, nunca creyeron que pudiera llegar a cumplir los catorce años. Sin embargo llego a la pubertad y entonces le dijeron que ya era hora de que se buscase la vida el sólo y tuvo que abandonar su casa. Siempre fue un hombre muy inteligente al que le gustaba leer y escribir, le apasionaban los libros y tenía un gran afán de aprender.  Se fue a Oviedo y allí con gran esfuerzo y mucho trabajo consiguió sacarse la carrera de Derecho. Sí, mi padre era abogado y siempre estuvo del lado de los que no tenían nada como él.

Allí conoció a Lisardo Lobo que le propuso ir a Villar a llevar sus asuntos legales y ahí comenzó todo. Pero me estoy alejando del diario con mis propios pensamientos, recordando las cosas que contaban la abuela y mamá de él.

En fin, como digo la relación era estrecha, casi familiar, porque mis abuelos eran también de clase acomodada así que mi padre era el que venía de clase humilde y fue el que poco a poco fue ablandando los corazones de los demás. Hablaba de no oprimir a la gente del pueblo que ya de por sí sufría a diario. Que era necesario reformar las instituciones políticas para que todos pudieran tener un pedazo de pan que echarse a la boca. No era comunista como decían algunos, ni de derechas como decían otros. Era demócrata desde lo más profundo de su ser y creía firmemente  que todos podían vivir en paz.

Ese intenso respeto que sentía por todo y por todos hizo que muchos le quisieran de corazón. De ahí nació la admiración de Pedro por mi padre y la de mi padre por él. Su delicado estado de salud y sus ideas tan puras le hicieron ignorar las peticiones de ingresar en las listas de ningún partido en las primeras elecciones de la República. Cuando estalló la guerra yo tenía casi cinco años y mi padre, a pesar de los ruegos de mi madre, se alistó en el ejército republicano,  pero no pudo estar mucho tiempo. Su corazón le jugó una mala pasada y tuvo que regresar a casa. Pedro, su gran amigo, estuvo a su lado hasta que pudieron convencerle de que abandonara España y se fuese con nosotras a Portugal.

Mama escribía: "....cuando cruzamos la frontera en Caminha, José rompió a llorar como un niño. Nunca le he visto tan hundido, tan roto... He comprendido que nunca será el mismo y yo debo tomar las riendas de nuestra nueva vida. Mara, gracias a dios, es muy pequeña para darse cuenta de nada. Para ella son unas vacaciones, para nosotros el exilio. No sé si volveremos a ver nuestra casa, nuestras costas, a nuestros amigos y vecinos.
Esta guerra cruel acabará con el ideal democrático de José, gane quien gane, habrá vencedores y vencidos y la brecha puede que nunca vuelva a cerrarse. Consolándolo en mis brazos como si fuera un niño, mientras acariciaba sus cabellos y secaba sus lágrimas, he sentido que mi amor hacia él es cada día más grande. De todas las decisiones buenas o malas que he tomado en mi vida, decidir pasar la vida junto a él ha sido la más hermosa, la más plena, la que volvería a tomar si volviese a nacer mil veces. Sé que una parte de él acaba de
morir y nosotras ahora debemos aliviar su pérdida..."

Mientras he leído estas líneas no he podido dejar de llorar, nunca hubiera podido imaginar que el amor que les unía era tan grande, tan sólido. Ese amor que parece que sólo existe en las novelas. Quizás algún día yo pueda sentir un amor así...

Después mi madre empezó a escribir más de tarde en tarde, se ocupaba de todo y apenas tenía tiempo para sí misma y luego lo dejó.

No hay nada sobre la muerte de mi padre, ni el tortuoso camino de regreso a España, tampoco de nuestra vida en Villar con la abuela. Sólo una anotación:

Villar, 8 de julio de 1941

Hoy Mara ha regresado de su paseo. Le gusta perderse por la orilla del río entre los avellanos y los fresnos. No le dan miedo los artos, las ortigas o arañas, ella es feliz aquí. Como si fuera una rama perdida que ha encontrado el tronco que la alimenta. Es dulce y cabezota, tan parecida a su padre....Hoy he visto en sus ojos que ha comprendido. Hasta ahora todo lo que nos rodea, el hambre, la miseria, el miedo no habían hecho presa en ella. Cuando la he visto llegar he visto que su alma ha sufrido un duro golpe, ha sentido la soledad del que no puede hablar por miedo, no sé qué ha sido lo que ha provocado su dolor, pero ha anidado en ella..."

Sí, ese era el día que había conocido a Andrés y a su padre. El día que supe que había hombres que cazaban
hombres, cuando entendí por qué la gente andaba con la vista baja sin atreverse a mirar de frente por miedo a ser detenidos, inculpados, castigados. Ese día en el que, por fin supe porque la abuela María no quería que nos acercáramos a los Lobo.

Cerré los ojos, hacía de eso tanto tiempo y sin embargo lo tenía impregnado en mi alma. Por eso mi afán de
volver, de recuperar mi inocencia y mi felicidad.

No había nada más escrito, parecía que habían arrancado unas cuantas páginas. Eso era todo.

Mi desilusión ha sido muy grande. Tenía tantas esperanzas en encontrar algo que me ayudara a saber de mi pasado....
En mi memoria, sólo retazos de juegos en los campos y en el río, me atrevería a decir que Andrés me acompañaba en todos esos momentos pero no podía asegurarlo y él no parecía tener deseos de hablar de aquella época.

La abuela me llama desde la cocina, la cena está preparada. En mi mente surge una idea, debo ponerla en práctica muy sutilmente o todo se irá al traste.

Bajo las escaleras como si acabara de recibir una sorpresa, sonriente entro en la cocina con el diario en la mano y doy un beso en la mejilla a mi abuela.

- ¿Sabes? He encontrado el diario de mamá -digo alegre mientras me lavo las manos- ¡Que felices erais! ¿Verdad?

Me siento a la mesa y lo abro, la abuela lo mira sin sorpresa.

- Empezó a escribirlo en día de su boda. -Continuo mientras espero que la abuela tome asiento- Debía estar tan bonita con su traje de satén....

A la abuela se le iluminan los ojos y medio sonríe. Es el momento.

- El abuelo todavía vivía, ¿no? Anda, cuéntame cómo fue ese día -pido entusiasmada.

La abuela sirve la sopa pausadamente.

- Eran otros tiempos, nena. Todo era distinto entonces.... -me mira y la sonrío. Ella mueve la cabeza-  Esta casa no estaba tan desvencijada y triste -se le iluminan los ojos- Los muebles entonces eran nuevos y los habían
limpiado y pulido. En las ventanas colgaban cortinas blancas bordadas para la ocasión. Ese día amaneció precioso, la luz entraba a raudales haciendo que todo resplandeciese. Las flores adornaban todos los cuartos y el salón estaba lleno de los regalos que habían ido llegando. El ajuar de tu madre estaba expuesto ocupando  los sofás y sillones. Entonces teníamos a gente trabajando para nosotros. En el prado habían colocado una gran pérgola y bajo su sombra las mesas donde íbamos a comer, vestidas con blancos manteles almidonados. Centros de flores en cada una de ellas, la cristalería fina, los cubiertos de plata.... Guirnaldas de flores adornaban la entrada de casa...

Se ha callado un momento, estaba muy lejos en aquel día, después ha continuado:

- Tu madre estaba preciosa, debo reconocerlo, a pesar de haberme opuesto a su vestido de satén que me parecía poco decoroso. Sin embargo ella lo lucía de tal forma que parecía un hada saliendo de un bello cuento. Tu abuelo ya estaba muy enfermo, por eso adelantamos la boda, pero esa mañana se levantó eufórico, parecía un hombre más joven y fuerte....

- ¿Y tu abuela como ibas? -pregunto con interés.

- Está mal decirlo, pero por lo que decían todos debía ir muy elegante. Era más joven, más espigada y sin tanto dolor en mi alma -sus ojos se oscurecen.

-¿Y cómo era el vestido? -quiero que continúe, que no se pierda en los recuerdos amargos.

- Era de seda de gazar en rosa palo. Los zapatos estaban forrados de la misma tela. Creo que todavía andan por el desván. Estábamos todos muy guapos. -dijo riendo.

- ¿Y vino mucha gente?

- Estás muy preguntona.

- Es que tuvo que ser un día tan bonito....

- Si vinieron todos los amigos de la familia. Fue un día hermoso.

- Mamá habla de su amiga Elisa. Dice que era muy hermosa, la describe como un ángel.

- A sí, Elisa -la abuela no se da cuenta pero yo suspiro de alivio cuando ella contesta a mi pregunta- Una mujer preciosa, con aquellos cabellos dorados y sus grandes ojos verdes. No me extraña que la describa como un ángel, era lo que parecía. Una mujer tan bella por dentro como por fuera. Nada tenía que no compartiese con los demás. Fue una gran amiga de Lara, pasaban muchas tardes juntas, reían sin parar...

Ahora la pregunta delicada, ¿contestaría la abuela?

- ¿Y qué ha sido de ella? No recuerdo haberla visto nunca.

- No podrías reconocerla. Ella era un ángel y su marido el mismo diablo. - su tono ha cambiado. Hasta aquí el interrogatorio, tendré que esperar a que pasen unos días antes de volver a preguntar- Ahora a cenar, que se enfría la sopa.

La conversación durante la cena se centró en el trabajo de la escuela, qué habíamos hecho quienes habían ido, como había regresado a casa...

- No te preocupes abuela, me ha acompañado Andrés. ¿Te acuerdas de él? -pregunto sin levantar los ojos de la sopa.

- ¡Vaya por Dios! -Exclama la abuela- Ya estamos a vueltas con ese chico.

- Parece buen hombre,  muy educado y amable. Gracias a él he tenido mucha ayuda.

- Sí, ya. No lo discuto, es hijo de Elisa, su misma bondad, no como...- La abuela se interrumpe- ¡Bueno, sea como sea no me gusta que  te vean con él a solas! Ya sabes las malas lenguas...

- Pierde cuidado, no creo que esté interesado en mí. Pero ¿sabes?, algunas veces parece tan atormentado...como si guardase un secreto, algo que le hace sentirse culpable...

- ¡Anda, come y calla! ¡Cómo os gusta a las muchachas inventaros novelas! -Siento algo en su voz, ¿pena?

En mi cuarto entre las suaves sábanas desgastadas, arropada por el viejo cobertor cierro los ojos. Puedo imaginar el bullicio y la alegría, las risas que impregnaron esta vieja casa y no sé por qué me siento feliz.

El amanecer me ha sorprendido acurrucada entre las sábanas, empapada en sudor con las manos agarrotadas alrededor de mi almohada. Creía que me libraría de estas pesadillas una vez en casa, pero no ha sido así. Sigo corriendo por el bosque, sin aliento, sudorosa, asustada y sin dejar de llorar. En esta ocasión, y por primera vez, escucho la voz de mi madre aterrorizada: "¡Corre hija, corre! ¡No mires atrás! ¡Corre!" Y yo la obedezco hasta llegar a un risco. Ahí tropiezo y caigo al suelo, entonces me despierto con el corazón en un puño, encogida en forma fetal como esperando lo inevitable...

Intento tranquilizarme, sujetar mi corazón. Estoy en casa, con la abuela, no tengo nada que temer, es sólo una pesadilla. Poco a poco me voy relajando, suelto mis manos de la almohada, mi mandíbula se distiende y soy capaz de razonar. Estiro mi cuerpo he intento dormirme pero no puedo. Esperaré un ratito, en cuanto oiga a la abuela me levantaré. No quiero asustarla ya ha sufrido bastante.

Esta tarde acabaré pronto en la escuela, sí, e iré a hacer una visita a Elisa, la amiga de mamá, la madre de Andrés...

La abuela ha insistido en acompañarme esta mañana.

- Quiero ver cómo está quedando la escuela -ha dicho mirándome a los ojos por si tenía algo que esconder.

- Muy bien -he contestado sin retirar la mirada- Aunque todavía queda mucho por hacer.

Y nos hemos ido del brazo hacia el pueblo, como antes cuando era niña y me llevaba de su mano. Siento su aroma a limpio y su dulce calor a mi lado y me olvido de todo lo demás. Al llegar al viejo edificio y abrir la puerta se ha sorprendido.

- ¡Vaya, hija! Sí  que trabajasteis ayer -ha exclamado emocionada- No parece la misma.

Me ha dado un beso en la mejilla y unas palmadas en mi mano.

- ¡No se te ocurra barrer sin echar agua primero en el suelo! - Dice remangándose las mangas- ¡Vamos allá!

Cojo el cubo y voy a la pequeña fuente que hay tras la escuela. El agua cae cantarina, y forma un pequeño arcoíris. Me pregunto cómo puedo sentirme tan feliz con algo tan sencillo, no está mamá, se ha ido y sin embargo el olor a campo, el sonido de los pájaros, las hojas moviéndose en los viejos árboles me consuela. Es curioso, no añoro mi vida en Madrid, quizá porque siempre pensé que era un castigo.

- ¡Mara, que se sale el agua del cubo! -grita la abuela desde la ventana.

- ¡Qué tonta! -exclamo riendo- ¡Ya lo llevo!

Sin querer he empezado a tararear una canción y al llegar me ha reñido la abuela.

- Hija has de tener mucho cuidado, hace muy poco que se ha muerto tu madre. La gente puede pensar que no eres buena cristiana y que no  la querías...

- Tú sabes que no es así. No me he dado ni cuenta. Perdona -digo excusándome.

- Tu corazón por un momento se ha sentido feliz, es normal niña, eres muy joven. Pero no toda la gente es buena y les gusta ir con chismes de un lado a otro. Hasta el correo cuando llega a casa ya ha sido leído. No has de tenérselo en cuenta, les cuesta mucho salir adelante y en algo tienen que entretenerse. Eso sí, -dice acercándose a mi oído-  algunos lo hacen de mala fe.

La mañana la pasamos solas, todos los demás estaban ocupados en sus labores. Tampoco Andrés se pasó por allí y me he sentido un poco decepcionada, miraba a la puerta esperando que apareciese en cualquier momento pero no ha sido así.

La abuela María ha dicho que era mejor que dejásemos que el polvo se asentase y no volver esa tarde. No he protestado, eso me dejaría más tiempo para escribir unas cartas a mis amigas Elvira y Candela. Gracias a su información ya sabía que no debía ser muy expresiva en mis  misivas, no vaya a ser que sean leídas. Después iré a visitar a Elisa.

Y ahora, voy por el camino, he dicho que me iba a dar un paseo y que regresaría pronto. He pensado en recoger unas flores y llevárselas, no me parece bien llegar con las manos en los bolsillos. Al salirme del camino he encontrado madreselva, mimosas, algunas anémonas,  margaritas y dos sanjuanes. Bueno ahora que lo miro mi ramo no es de lujo, pero ha quedado muy bonito y huele muy bien. Según me voy acercando va apareciendo la casa, ¡qué bien escribía mi madre porque es tal y como describía en su diario! Es la casa más bonita de todo el valle, toda de piedra clara, no oscura como las demás, con un gran escudo encima de la puerta. A un lateral una galería de madera sostenida por unos pies derechos, la fachada salpicada por unos pequeños balcones de
madera y rodeada toda de un hermoso jardín. La rodea una alta muralla también de piedra y unas enormes puertas de madera que, gracias a dios están abiertas.

Entro un poco temerosa, no sé si querrá recibirme.

- Señorita, ¿cómo usted por aquí?

¡Qué alivio escuchar una voz conocida! Me vuelvo y encuentro a Fina, la hija de María.

- Buenas tardes Fina -contesto acercándome a ella- No sabía que trabajases en esta casa.

- La señora es muy amable, nos dio trabajo a mi hermana Pilar y a mí.

- Yo he venido a ver a Doña Elisa, pero no sé si querrá recibirme.

-¡Claro que sí! La señora se pone muy contenta cuando viene alguna visita - dice Fina alegre- Sígame.

La sigo por un pequeño camino empedrado que lleva a otro lateral de la casa, está flanqueado por rosales
bajos, rojos, blancos, amarillos y naranjas. Al fondo hay una pérgola blanca y debajo de ella una mesa de jardín blanca con varias sillas y sillones alrededor.

- Señora, tiene visita -Fina me ha señalado y ella me ha mirado. Sus ojos verdes se han clavado en mí y ha sonreído.

- Perdone que la moleste -he empezado a decir recordando todas las formas de cortesía que me ha enseñado la tía Mercedes- Estaba dando un paseo y he pensado en visitarla. Me llamo Mara...

- .... Álvarez Portillo, te pareces mucho a tu madre. ¿Esas flores son para mí?

- Si -contesto con una gran sonrisa- No son tan hermosas como las de su jardín...

- Las flores son todas hermosas y las silvestres mucho más. Ven y siéntate a mi lado.

- Gracias. -contesto modestamente mientras tomo asiento.

- Sentí mucho la pérdida de tu madre, mucho.

- Lo sé. Mi madre escribía un diario, en él hablaba de usted. Era su mejor amiga.

- Sí, cierto. Fuimos grandes amigas hasta que la vida nos separó.

La miro y asiento, su rostro todavía guarda la hermosura de antaño y sus ojos brillan de curiosidad, pero su cuerpo está maltrecho, deformado. Sólo sus manos parecen haber mantenido la frescura de su juventud.

- En su diario, mamá decía que pasaban aquí muchas tardes...

- ¡Qué tiempos aquellos! Tu madre era muy hermosa y tu padre muy apuesto. ¿Sabes? Eran tal para cual.

- Yo apenas conocí a mi padre -digo bajando los ojos.

- Era encantador, tan risueño y bromista. Era muy abierto y amable. Tan distinto a su hermano... ¿Cómo está tu tío Juan? No pude hablar con él el día del sepelio.

- Bien,  como siempre.

- Me parece mentira que sean tan distintos -dice Doña Elisa perdida en sus pensamientos- Debe de ser porque cada uno se educó con gente distinta. Fíjate a pesar de que Juan fue cuidado por otros tíos más cultos y pudientes que tu padre, siempre fue más triste, más apagado. Sin embargo tu padre que sufrió tanto, era alegre y lleno de vida...

- Sí. Son muy distintos pero....

- Ambos tienen un gran corazón. -Ha sonreído y tomado mi mano- Perdona que te interrumpa tantas veces, que maleducada soy. Cuéntame cosas de ti. Me han dicho que quieres abrir la escuela.

- Sí, así es. Mi tío me está ayudando desde Madrid, su hijo Germán nos dio el permiso y Andrés estuvo ayudándonos a quitar los escombros.

- Andrés... Es un buen chico, muy cariñoso conmigo. A veces puede parecerte duro pero esconde un gran corazón, que en estos malos tiempos hay que saber esconder. Shhh -dice llevándose un dedo a los labios- Ahí está.

- Buenas tardes, madre -dice llegando y besando dulcemente su mejilla- Veo que estás acompañada. Buenas tardes Mara.

Y se sienta entre medias de las dos. En ese momento llega Fina secándose sus manos.

- ¿Qué les sirvo a los señores?

- Yo tomaré un café sólo -dice Doña Elisa, guiñándome uno de sus hermosos ojos.

- Madre, no debes tomar café -le reprocha Andrés con cariño.

- Lo sé, lo sé. Pero hoy es un día especial. Mara ha encontrado el diario de su madre y ha descubierto que Lara y yo éramos grandes amigas.

¿Ha sido apreciación mía o Andrés ha palidecido por un momento? Sea como sea se ha repuesto enseguida y ha sonreído.

- ¿Y usted? -pregunta dirigiéndose a mí.

Me siento azorada, me intimida su presencia. Fina me mira con afecto esperando mi respuesta.

- Yo también tomaré café, pero con un poquito de leche -respondo al fin bajando los ojos.

- Acompañaré a las señoras, Fina. -Se vuelve hacia mí- ¿Así qué encontró el diario de su madre?

- Sí. Estaba en un viejo baúl, pensé que podría conocerla un poco mejor. -mi mirada se dirige a Fina que se aleja con andares garbosos.

- A veces es mejor no saber. Se sufre menos -Dña. Elisa saca un pequeño pañuelo blanco y bordado de su bolsillo,secándose unas pequeñas lágrimas de sus ojos.

- Mi madre se emociona siempre con los viejos recuerdos -Andrés posa su mano en las de ella y ésta sonríe.

- ¡Cierto! Empiezo a ser una vieja tonta...

- ¿Mi madre nunca vino a visitarla cuando regresó? -pregunto inocentemente.

- No hubiera podido recibirla. Nuestras familias se alejaron durante la guerra. Mis suegros perdieron a un hijo y todo se desmoronó. Ella lo sabía por eso no vino. -Dña. Elisa da un suspiro- La vida nos separó físicamente pero no nuestros corazones. Siempre pensé en ella y sé que ella en mí.

- ¿Y leyendo su diario ha satisfecho su curiosidad? -pregunta Andrés mirándome fijamente a los ojos.

En ese momento llega Fina con el café y lo sirve despacio, cuidadosamente, en finas tazas de porcelana, como las que tiene la tía Mercedes en Madrid. Espero paciente a que Doña Elisa tome su taza, me muero por probar de nuevo el amargo líquido negro, la abuela sólo tiene achicoria.

- La verdad -respondo retirándome el pelo de mi cara- es que en parte sí y en parte no. He conocido el tiempo en el que todo parecía más fácil, cuando mis padres eran felices y todos parecían serlo. También he sabido de su llegada a Lisboa y de su tristeza. Pero luego dejó de escribir y faltan algunas páginas del cuaderno.

- Al menos le dejó un bonito recuerdo -Andrés toma su taza y la lleva a sus labios- ¡Mmmm! Delicioso, ¡qué bien hace Pilar el café!

- Si pero me hubiese gustado averiguar qué enfermedad tuve y por qué me alejaron de aquí...

Me ha dado la sensación que a Andrés no le ha gustado lo que he dicho. Casi se tira el café por encima.

- Seguramente la tuberculosis -dice Doña Elisa tranquila- En esos días había mucha gente enferma.

- Posiblemente fuera eso, sí. He leído que hubo un gran número de casos. Se consideró una epidemia.

Andrés se ha secado la comisura de sus labios con una pequeña servilleta y ha recuperado su gesto plácido.

La conversación ha ido girando por unos y otros derroteros hasta que el sol ha empezado a ponerse.

- Creo que es hora de que regrese a casa -digo con una sonrisa mientras me levanto. Andrés ha imitado mi gesto- A mi abuela no le gusta que llegue tarde. Han sido muy amables conmigo.

- Espero que vuelvas a visitarme otro día. Es como tener un trocito de tu madre a mi lado. Me alegra que hayas venido. -Doña Elisa ha tomado mi mano y yo he besado su mejilla.- Deberías acompañarla a casa, Andrés.

- Por supuesto madre.

- No es necesario, ya he abusado demasiado de su hospitalidad.

- De ninguna manera. No son los caminos para andarlos sola. Andrés irá contigo.

Hemos salido del precioso jardín y nos hemos dirigido de vuelta a la gran puerta. Andrés me ha cedido el paso y comenzamos a andar silenciosos. Yo estiro distraídamente las arrugas de mi vestido negro, abotonado hasta el cuello como manda la costumbre en tiempo de luto, y miro la punta de mis alpargatas también negras como mis medias. Siempre me ha gustado el negro pero tener que llevarlo por imposición, se me hace cuesta arriba. El dolor de mi pérdida no es mayor ni menor por el color de mi vestido, madre ya no está y ese vacío no lo lleno con nada pero parece ser que las normas dicen que la pena hay que llevarla escrita en la vestimenta, no vale con tenerla grabada a fuego en el alma.

- Srta. Mara...

- Perdone. ¿Me decía? -contesto distraída.

- Ya veo que está a muchos kilómetros de distancia. ¿Tal vez en Madrid? -dice un poco jocoso Andrés.

- No, no tan lejos. Pensaba en mi madre...

- Lo siento. Ha de ser muy duro para usted y yo he sido muy descortés.

- No, no se preocupe. La vida tiene que seguir, ella siempre lo decía. "La vida, hija, siempre sigue su marcha. Por mucho que queramos detenernos se encarga de seguir tirando de nosotros hasta el final del camino". Pero es tan difícil a veces seguir...

- La mía dice que "la vida no es como nosotros desearíamos que fuese, sino como nos ha tocado vivirla. El secreto está en intentar ser feliz a pesar de todo".

- Tiene una madre encantadora. ¡Qué pena que dos buenas amigas tuvieran que separarse! ¿Verdad?

- Sí. Pero la amistad siempre estuvo viva. Gracias.

- ¿Por qué? -pregunto sorprendida.

- Por su gesto de ir a visitarla. Le ha dado una gran alegría. Hacía mucho tiempo que no la veía así. Es como si su llegada la hubiera rejuvenecido por dentro y por fuera.

- No debe dármelas. Tenía gran curiosidad por conocerla después de leer el diario. Siento que conozco tan poco de mi propia familia. A penas retazos de recuerdos de mis padres, de mi vida aquí...Pensé que conociendo a su madre podría conocer un poco más a la mía.

- Su madre fue una gran mujer. Fuerte, como no he conocido a ninguna.

- ¿Entonces por qué me separó de su lado? -pregunto plantándome frente a él. ¿Por qué dejó que su única hija se criara lejos?

- ¿Nunca ha pensado que hizo lo que creía mejor para usted? -Su mirada es triste de nuevo y me siento culpable. -¿Quiénes somos para juzgar las decisiones de los demás?

- Tiene razón, discúlpeme. A veces soy muy terca. -respondo mientras comienzo de nuevo a caminar- Pero me parece injusto que una etapa de mi vida esté tan vacía, sin recuerdos... Hay noches que me pregunto qué fue lo que hice mal para recibir un castigo tan cruel.

Él se ha parado y me ha tomado por los hombros, me mira a los ojos fijamente.

- Usted era una niña. Enfermó y su madre decidió mandarla fuera. - Me miente, en sus ojos veo que miente. Andrés sabe, sabe algo que oculta celosamente- Ella sólo pretendía que tuviera una oportunidad que de otra manera quizás nunca hubiera tenido.

- Tal vez... Todos dicen lo mismo. Es como una lección aprendida, "España limita al norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos que nos separan de Francia". Sólo busco la verdad.

Me suelto de sus manos. Echo andar sin esperar que me siga.

- ¿Qué verdad? -pregunta alcanzándome. - Parece una niña caprichosa a la que no han dado un dulce. Ya sabe la verdad, lo que no quiere es aceptarla. En un país desolado por la guerra y el hambre una madre hizo lo que tuvo que hacer.

Siento que esa ira que a veces recorre mi cuerpo me invade. Intentar controlarla en tarea inútil, ha llegado a mi boca.

- ¿Y usted? ¿No me ocultó que nos conocimos de niños? -Sé que me arrepentiré, seguro- ¡Estabas escondido en el bosque, te ocultabas de tu padre! ¡Él te buscaba enfadado y yo te pregunté por qué! ¡Me dijiste que cazaba hombres!

Andrés intenta calmarme, que poco me conoce si piensa que con suaves palabras puede hacerlo. Pretende coger mis brazos y yo le aparto con fuerza. No quiero que esté a mi lado, quiero que se vaya, que se vaya con todos los que me han mentido, los que aún me mienten. Y se lo grito sin piedad, como si hubiera perdido el juicio.

Entonces el por fin me sujeta, cruza mis brazos por delante de mí, y me estrecha contra él.

- Mara, Mara -susurra en mis oídos- Tranquilízate, todo está bien, todo está bien.

Esas palabras resuenan en mi mente, como algo lejano, palabras escuchadas hace tiempo por los mismos labios, con la misma voz...Entonces rompo a llorar, con todo el desconsuelo que albergo en mi corazón, sabiendo la inutilidad de mi llanto.

 - ¿No lo entiendes? -Acierto a decir entre sollozos- Es lo último que recuerdo...., eso y el dolor en la mirada de mi madre al llegar a casa y darse cuenta que al fin yo había entendido el horror de la guerra.

El afloja su presión y yo aprovecho para soltarme.

- ¿Sabes lo duro que es no recordar? -Pregunto frente a él- Tener pesadillas en las que corro sin saber de qué huyo, retazos de juegos en el río, en los prados, sin saber quién me acompaña. Una mancha oscura que amaneció en un lugar extraño con gente que apenas conocía.

- Mara -dice acercándose- Yo...

- Tú también me mientes. - Estoy más calmada, estiro de nuevo mi vestido e intento recobrar la compostura. - Ha sido muy amable en acompañarme, salude a su madre de mi parte.

Y tonta de mí, echo andar sin mirar atrás sin escuchar sus palabras, erguida como una vara, como me enseñó la tía Mercedes. Me avergüenzo de mi comportamiento, tan poco apropiado y fuera de lugar. "Niña tonta -me regaño a mi misma- te has comportado como una loca ¿Ahora como volverás a mirarle a la cara? No importa, no quiero volver a verlo nunca más".

- ¡Escucha! -Andrés no se da por vencido.

- ¿Va a decirme la verdad? -Pregunto volviéndome -Si no, no me interesa.

- No sé qué verdad quieres oír -dice tomando mi mano.- Sí, era yo quien jugaba de niño contigo, íbamos juntos a todas partes. Nos ocultábamos de la mayoría de los adultos, porque yo soy un Lobo. Nadie quería estar a mi lado. Todos tenían miedo, todos menos tú. Mi padre era un salvaje maltratador, no tenía corazón, ni piedad. Me avergonzaba de él, era un asesino que se amparaba en su uniforme. ¿Te has dado cuenta de que ni siquiera has preguntado por él?

Me habla con rabia, con dolor contenido. Niego con la cabeza.

- Te empecinas en recordar algo, que yo intento olvidar. -Se pasa los dedos por su cabello con gesto desesperado- Intento olvidar las palizas a mi madre, sus abusos continuos... Mi madre es la mujer más dulce que nunca he conocido y ahora ya la ves, apenas puede caminar sola, tiene el cuerpo marcado con la rabia de mi padre. No se atrevía ni a respirar, sólo lo hizo el día que le comunicaron que su marido había muerto. Ese día, todos volvimos a ser personas. A veces recordar el pasado no te trae el alivio buscado, sino la más amarga de las pesadillas.

¿Qué he hecho? He abierto la caja de Pandora y todos los fantasmas parecen estar sueltos.

EL SECRETO CAPITULO V

26.10.2014 18:17


CAPÍTULO V

ANDRES

Estoy tentado a contarle toda la verdad, pero no puedo. Ella parece haberlo olvidado todo, entiendo su frustración, sus miedos, son los mismos que he sentido desde que regresó.

De niño estaba enamorado de ella, tan alegre, tan fuerte, tan libre...Luego se la llevaron de aquí y yo más tarde también me marché. Con el transcurso de los días creí que podría olvidar lo ocurrido; Encontrar otra chica, casarme, tener hijos... El tiempo ha ido pasando, las cicatrices parecen dormidas sin embargo lo que sentía por Mara, lo que yo creía cosa de niños, ha vuelto con ella. La primera vez que la vi apunto de desmayarse por el dolor, no pude más que echar a correr y sostenerla entre mis brazos, entonces fui consciente de que era a ella y sólo  a ella a quien necesitaba.

Una parte de mi intenta alejarse y sin embargo mis pasos se encaminan hacia ti. En la escuela cuando te descubrí entre los escombros, envuelta en tu vestido negro, con tu pañuelo en la cabeza, me pareciste la mujer más hermosa del mundo. Quería conquistarte, desde el principio como si nunca nos hubiéramos visto, como si nunca hubiéramos compartido nuestros juegos, nuestras lágrimas o nuestro primer beso.

Pero tú, pequeña, llevabas ese recuerdo dentro, y rompiste el hechizo. Tuve miedo a que recordaras todo lo demás y tu alma volviera a quebrarse.

Sin darme cuenta doy un hondo suspiro, cansado y resignado. No puedo decirte más, no debo aunque eso signifique que te alejes de mí.

Tus ojos siguen clavados en los míos, ahondando en mi alma, buscando... y yo extiendo una cortina de humo, nublo mi mirada para que no seas capaz de leer en mi corazón. Aún tengo tu mano en la mía, siento el latir acelerado de tu corazón, intento sonreír, sólo una mueca se dibuja en mis labios.

- ¿Estas mejor? -preguntó con voz ronca.

- Lo siento -dices por respuesta, sin soltarme.- Lo siento mucho... No debí hurgar en tus heridas, he sido una egoísta. Sólo he pensado en mí, en mi
desconsuelo, sin pensar que otros podían salir dañados con mis preguntas. ¿Sabes? Mi madre podía leer en mi padre y en mí sólo con mirarnos. Yo he podido
hacerlo contigo. Saber que no me decías toda la verdad me ha enfurecido y no he medido mis palabras. ¿Podrás perdonarme?

- Mara, no te sientas culpable. No lo eres -siento deseos de estrecharla contra mí pero sólo beso su mano- nunca lo has sido. La guerra convierte a las personas en seres horribles, el hambre y el miedo se aferran en nuestras gargantas y nos ahogan. Tu madre tuvo miedo por ti y a pesar de su dolor te llevó a Madrid. Tú ahora no lo ves así, pero te dio la oportunidad que aquí no hubieras tenido. Tu padre muerto en el exilio, era motivo suficiente para que fueras una apestada. Tal vez por eso éramos tan buenos amigos, dos seres a los que los demás no querían acercarse, dos almas perdidas que hubieran desaparecido de quedarnos aquí.

Ella me mira con los ojos bañados en lágrimas y asiente.

- Vamos se hace tarde -suelto su mano con pesar.

Caminas a mi lado, callada, con la mirada baja, te sientes tan avergonzada como yo. No sé por dónde se han escapado tus pensamientos y sin darnos cuenta hemos llegado a la portilla del camino de tu casa.

- ¿Volveremos a vernos? -preguntas con cierta ansiedad.

- Hemos de terminar la escuela, ¿no? -respondo con una sonrisa.

Y te acercas a mí y posas tus labios en mi mejilla, cálidos y dulces. Me miras y echas a correr por el prado. Veo cómo te alejas de mí como una sombra y cierro los ojos.

Ahora te veo de niña, envuelta en ti, como un feto en el seno de su madre, allí en lo alto del risco. He corrido todo lo que he podido, pensando en no llegar demasiado tarde, sin miedo por primera vez en mucho tiempo. Estás sola, intento abrazarte pero gritas como un animal herido, me asomo al precipicio y allí está él, entre las zarzas y las rocas con su cabeza rota y ensangrentada. Lo único que soy capaz de sentir es alivio, un gran alivio que relaja mis músculos me acerco a ti y te susurro suaves palabras. Te vas dejando guiar y te tomo en brazos. Pareces un pequeño pájaro con las alas rotas.

Despacio, caminando entre los árboles del bosque te llevo a casa. No hablas, sólo me miras y veo el terror en tus ojos.

Sin darme apenas cuenta he llegado a casa. Unos segundos antes de que cerraran el gran portón, Fina me saluda cariñosa, la sonrío. Otra familia destruida por la guerra y por mi padre. A pesar de ello, su hermana y ella trabajan aquí y nosotros intentamos, al menos, hacerles la vida un poco más fácil. Al entrar me quedo un rato remoloneando en el jardín, hace fresco pero necesito la paz y la quietud de los árboles callados, de las flores silenciosas de los pájaros dormidos. Enciendo un cigarrillo y me siento en una de las sillas frente a la mesa, bajo la pérgola. Mis pensamientos vuelan, de niño me escondía en este mismo jardín cuando sentía la voz de mi padre. Sentía pavor y rabia contenida cuando el regresaba a casa, siempre dando voces a todo el mundo, riendo a carcajadas si le acompañaba algún amigo o algún hombre de los que estaban bajo su mando. Contaba sin pudor, cómo habían apresado a un hombre, una mujer o un niño. Se vanagloriaba de las torturas antes del tiro de gracia, de sus súplicas o de cómo se hacían sus necesidades encima. Mamá bajaba los ojos para que no viera su indignación y callaba. Si era tarde y nos veía levantados nos azotaba con el cinturón, así que siempre procurábamos estar en la cama bien pronto, con la luz apagada, "la luz encendida era cosa de niñas y de maricones", decía con voz ronca y tono despectivo. La única vez que mamá intentó interceder por nosotros la pegó tal paliza que estuvo más de una semana sin poder levantarse, ni salir de su habitación. Procurábamos no enfadarle, todos éramos silenciosos, sólo hablábamos si nos preguntaba directamente y pocas veces le mirábamos a los ojos.

Mamá siempre fue la más perjudicada, no podía esconderse ni acostarse y hacerse la dormida. Ella siempre tenía que estar allí para él, con la cena o la comida caliente, sin poder sentarse a la mesa antes de que el llegara. Así, no era raro que no hiciese alguna de las comidas o que estuviese cenando a las cuatro de la
madrugada.

Cierro los ojos y tiro el cigarrillo con violencia. No puedo creer que en la casa aún existan fotografías de mi padre, yo las hubiera quemado todas, pero Germán insistió en que permanecieran es su sitio. Le importa mucho "el qué dirán" de la gente "importante" del pueblo que nos visitan, ahora más que ha sido nombrado alcalde. No puedo decir que nos llevemos bien, sólo nos toleramos por respeto a nuestra madre. Nuestra forma de pensar es totalmente distinta, a él le interesa la posición social, el poder... como a mi padre. A mí, sin embargo, no me interesa lo más mínimo. Soy feliz ayudando a la gente, me interesa más curar a uno de los muchos niños que enferman de desnutrición que visitar a uno de los nuevos ricos enfermos por una indigestión.

Sí, la vida es así de injusta.... Y sólo puedo hablar de ello con Mamá, que sonríe y me dice "eres igual que tu tío Pedro, pero cuidado ahora no somos libres".

Debo entrar, me estarán aguardando para cenar. Espero que no tengamos visita, no estoy de humor, Mara ha revuelto mis recuerdos y mis heridas sangran. Lo que siento por ella es... ¿Cómo explicarlo?  No puedo, aún no. Me levanto pesaroso y abandono mi refugio para dirigirme a casa.

Al entrar sólo escucho la radio, Mamá está en el saloncito. Me acerco despacio y sin apenas ruido beso su frente.

- Me has  asustado -dice dando un respingo- No te he oído llegar. Hoy cenamos solos, tu hermano cena con los Hernández.

- Entonces tendremos una cena tranquila -replico sentándome en un sillón enfrente de ella.

- Eres incorregible. Debes ser un poco más tolerante con él -me mira con sus ojos brillantes y me desarma- No es mal chico, ambicioso sí, pero no malo.

- Tienes razón madre, disculpa.

- ¿Te apetece que cenemos aquí? Me da tanta pereza moverme...

- Perfecto -contesto risueño- algo informal. Me gusta.

- ¿Has acompañado a Mara hasta su casa? -pregunta clavando sus ojos en los míos.

- Claro, como un perfecto caballero. La he dejado en la portilla del prado de su casa.

- ¿No la has acompañado hasta la puerta?

- Madre, sabes que a su abuela María no le hace gracia que ronde por la casa.

- Ya, tienes razón... Me ha hecho muy feliz con su visita, ha sido como si el tiempo hubiera ido hacia atrás...

- Me agrada escuchar eso. Te hacía falta un poco de alegría.

- Es hermosa, ¿no te parece? -sonríe.

- Sí, lo es.

Mis palabras salen más sinceras de lo que yo hubiera deseado pero ya es tarde para enmendarlo.

- Ja, ja, ja, -mamá ríe llevándose las manos a la cara- No creo que haga falta que te pregunte si te gusta -me ruborizo como de niño- Ya, ya veo que sí.

Muevo la cabeza ligeramente para que no vea mi amplia sonrisa.

- Anda, ven aquí. -Me dice cariñosa.

La obedezco y me acerco a ella poniéndome de cuclillas ante ella, acaricia mi pelo y sonríe.

- Siempre has estado enamorado de Mara. - Dice con rotundidad-  Si no hubiese sido así, habrías vuelto con alguna bonita chica. Seguro que conociste
a muchas ¿no?

- Alguna, madre, alguna -contesto algo incómodo.

- Si ninguna "alguna" fue capaz de llenar tu corazón es porqué ya lo tienes ocupado. Me gusta esa chica, Andrés, pero ha sufrido tanto...

- ¿Por qué dices eso madre?

- Cosas de vieja, hijo, cosas de vieja. Anda avisa para que nos traigan la cena.

He dormido inquieto, una y otra vez venían a mi mente las imágenes enterradas, la  desolación en la casa de Mara cuando la llevé. Las muestras de los estragos realizados por mi padre, los ojos llenos de terror que me miraban al entrar... ¿Alguna vez seremos capaces de superar el pasado?


La mañana ha amanecido brumosa, como tantas otras, a pesar de estar en el mes de julio. Mi ánimo se ha levantado igual de gris y cierro los ojos. A veces enfrentarte a un nuevo día es duro, los acontecimientos del día anterior aún pesan en mi alma.

Suspiro, he de levantarme a pesar de desear esconderme entre mis sábanas y olvidarme de todo. Hemos de ir a la iglesia, paso obligado si no quieres ser señalado con el dedo acusador de los vecinos, aquellos que seguro tienen más faltas que yo pero las esconden bajo el velo de la hipocresía.

Mamá y mi hermano Germán están esperándome abajo. El desayuno lo haremos a la vuelta tal y como mandan las costumbres. Nos subimos al coche que ha comprado Germán, uno de los pocos del pueblo, a él le gusta presumir de su estatus social. Yo sin embargo, siempre voy andando o en bicicleta, haga frío o calor. Me gusta disfrutar del paisaje y poder charlar con la gente que me encuentro por el camino, para ellos es también una buena forma de localizarme y avisarme si alguien necesita mi ayuda.

Ya hemos llegado. Ayudo a mamá a bajar mientras mi hermano deja el coche a un lado del camino. ¡Cuánto le cuesta caminar!  Ella dice que es al principio
de levantarse que luego los dolores se pasan y puede estirarse. Sé que me engaña, pero la miro con una sonrisa y acaricio su mano. Su enfermedad irá
progresando cada vez más hasta que acabe con su vida, y ella lo sabe y mira feliz al futuro. "No merezco estar aquí más que otros que ya se fueron -dice a
veces mirando al infinito- Sólo quiero irme despacio sin hacer ruido para no molestar a los que se quedan".

Mis pensamientos han sido rotos por la presencia de Mara.  La veo entrar del brazo de su abuela, envuelta en un vestido negro, con la mantilla cubriendo
su cabello. Ese cabello que somete bajo un moño bajo y discreto, que se escapa rebelde al menor movimiento. Contemplo el movimiento de sus caderas al caminar prudentes y veladas de chica educada en colegio de monjas. Yo la he visto caminar a mi lado y sonrío al pensar que olvida todo su recato para ser ella misma, aunque a veces me haga daño.

No he podido evitar mirarla durante toda la misa. Ella sabe que la observo pero no vuelve su cabeza. Me deleito con descaro en mi posición situada en la zona alta de la iglesia, como halcón que acecha a su presa. Me siento un poco canalla, e intento apartar la vista. Imposible, mis ojos vuelven una y otra vez a ella.

Lo que siento me aturde y desespera. Quisiera acercarme a ella, decirle lo que siento desde hace tanto tiempo, tomarla en mis brazos y besarla. ¿Cómo empezar una nueva vida asentada en palabras no dichas? Nuestro pasado nos persigue y....ni siquiera sé si ella querría estar a mi lado.

Antes o después recordará lo que todos nos hemos empeñado en ocultarle y entonces...

El descaro se disipa, soy el culpable de todas sus desdichas, no ella, si no yo. Si no hubiera vuelto a verla tal vez....

La ceremonia ha acabado, cabizbajo me dirijo a la salida. Germán ha ido a buscar a mamá al primer banco y saluda a todo el mundo mientras avanzan.

Mara está afuera mientras María, su abuela, conversa con algunas vecinas. Está rodeada de varias de las chicas que la ayudan en la escuela; Pilar, Celia, Maruja, Tita, Fina, Rosa... Hablan animadamente, me acerco disimuladamente y saludo a todas con una sonrisa.

Mara se ruboriza y baja los ojos, en otro momento me agradaría, se avergüenza y me pregunto si debería marcharme.

- Buenos días D. Andrés -contesta Celia, la pequeña de los Hevia- Estábamos hablando del baile de esta tarde en La Pachuca. ¿Irá usted?

Su hermana Fina, la da un suave codazo, reprochándole su osadía.

- ¡Ah, el baile! -Respondo cortésmente- Lo había olvidado. No creo que pueda asistir.

- ¡Qué pena! -Exclama Maruja- Nosotras iremos un rato después del trabajo, hasta las ocho.

Su madre las llama y se alejan.
Me quedo a solas con Mara y no sé cómo romper este silencio embarazoso.

- Algunos domingos hay baile. La gente joven aprovecha para salir un rato y divertirse con gente de su edad.

Me siento un poco torpe, fuera de sitio.

- Sí. Eso me contaban -su voz es dulce y siento alivio- Me gustaría verlas por un agujerito.

- Bueno eso no es tan difícil. Si paseas a la hora que salen, las verás en el camino. Con sus batas nuevas y las zapatillas en la mano. Andan descalzas hasta llegar allí para no marcharse las alpargatas.

- Tal vez lo haga. -dice mirándome a los ojos.

- Quizás nos encontremos...

Sonríe.

- Sería agradable.

Toco con mi mano el ala de mi sombrero y me despido.

Estaré allí, seguro que estaré allí.

Son las cinco. He llegado al camino que lleva a la Pachuca. Estoy nervioso, me da vergüenza reconocerlo, me siento como un adolescente esperando a que la chica de mis sueños pase por allí. Las dudas me asaltan, he dado por hecho que va a venir y tal vez no lo haga. Remoloneo encendiendo un cigarrillo, "si alguien me ve aquí parado ¿qué voy a decir? Ya se me ocurrirá algo". Las cinco y diez, las chicas estarán al pasar por aquí y Mara no ha llegado. ¡Qué tonto soy a veces, no se va a presentar! Levanto la vista y mi rostro se ilumina con una dilatada sonrisa. Ahí llega con su vestido negro y su pelo recogido, en sus manos lleva una pequeña rosa silvestre, sus ojos y esa rosa es el único toque de color en su vestimenta. Aun así se la ve hermosa, tan serena...La vereda está en sombra, los  magnos castaños la bordean. El sonido del río siempre presente vayas a donde vayas nos acompaña. Intento serenarme, mi mente soñadora vuela, podríamos estar en un lugar de ensueño, los helechos cubren parte del monte, los troncos de los árboles dibujan extrañas formas, como cuevas de hadas y de trasgos, el musgo y la hiedra  cubre las cepas cortadas y percibo como la vida fluye por el bosque.

Tiro el cigarrillo y salgo de mi ensoñación, mi xana está aquí en carne y hueso.

- Buenas tardes, Mara. -Me gusta pronunciar su nombre.

- Hola Andrés.

Veo que sus mejillas se ruborizan. Sonrío y miro hacia el infinito.

- Mi abuela quería acompañarme -dice mirándome de frente- No le gusta que pasee sola.

- Entonces le alegrará saber que nos hemos encontrado -replico con tono un poco sarcástico. Su abuela no quiere que nos tratemos.

Ella suelta una carcajada cristalina y siento deseos de besarla.

- ¡Sabes que no! -contesta con la sonrisa pintada en sus labios.

- ¡Yo que creía que ser médico me daría la oportunidad de acompañar a las señoritas sin ofender a sus abuelas...!

- ¡No contabas con mi abuela María! ¡Duro hueso has encontrado!

- Cierto, no lo había previsto. Ella es especial.

- Sí, sí que lo es. No sé qué sería de mí si no estuviera a mi lado.

- Es una gran mujer, aunque no sea su vecino preferido y sé que me aprecia a pesar de todo.

Mara me mira a los ojos y sonríe.

- No lo dudes. Diga lo que diga prefiere que seas tú quien me acompañe. Las relaciones con vuestra familia están rotas pero el cariño sigue vivo.

- Quizá... -decimos los dos a la vez y reímos.

A lo lejos se oyen las voces de las muchachas que van al baile.

- Preferiría que no nos vieran. Estoy de luto y la abuela no quiere que me convierta en la comidilla del lavadero.

- Ven, aquí hay un sendero que lleva al río podrás verlas pasar sin que nos vean.

La tomo del brazo y la llevo al sendero. Ella me sigue dócil, entre nosotros existe una intimidad que me asusta, como si el tiempo no hubiera pasado y fuésemos dos niños que juegan en el bosque. Me separo de ella para que no advierta mi turbación.

Nos sentamos en dos piedras grandes de la orilla... Cubiertos por los árboles nadie puede vernos pero nosotros divisamos el camino y las vemos pasar.

- Se ven tan hermosas con sus batas de flores, tan alegres... ¿Qué llevan en las manos? ¡Ah, son las alpargatas! Cómo tú decías. Parecen tan felices a pesar de todo...

En su tono distingo la nostalgia y la juventud. Ella debería ir del brazo de ellas, cantando y riendo, hablando de quién las sacará a bailar, a quién dirán que sí, a quien darán calabazas...

- Las costumbres, en muchos casos son crueles. El luto te obliga a dejar la vida en pausa, como si eso pudiese hacerse. Deberías poder estar con ellas, te ayudaría a sobrellevar el dolor.

- La escuela lo hará. Ya llegará el momento de salir a bailar y divertirme. Al menos no estoy sola y encerrada en casa.

Me mira y aparto la vista. Miro hacia el río, sus aguas bravas golpean la roca, lo cubren todo de pequeñas gotas de agua que el sol ilumina creando arcoíris por doquier.

- Andrés... -dice suavemente.

- Sí -contesto  volviéndome hacia ella.

- Te puedo decir algo, sin que te enfades -Sus ojos azules se clavan en los míos. Asiento intrigado.

- Sé que no te gusta hablar del pasado pero he recordado algo -lo dice atropelladamente para que no pueda interrumpirla- Nosotros teníamos un lugar secreto, ¿no es cierto?

- Sí...

- ¿Puedes llevarme? -pregunta esperanzada

- ¿Ahora? -no sé si hacerlo o no e intento ganar tiempo para pensarlo.

- ¿No es posible? Me gustaría poder verlo, sólo guardo retazos del paraje. Allí éramos felices ¿verdad?

- Los niños siempre lo son. Está bien iremos. -contesto confiado y sonríe con candidez.

Se levanta casi de un salto y me toma de la mano. La llevo a través del bosque, por caminos casi escondidos. Mara los conoce, aunque no es consciente de ello, las ramas están deshaciendo su moño y los rizos le caen por la cara. Está feliz y me alegro de ello. Al fin llegamos a "nuestro rincón". Un pequeño claro cerca del río, cubierto por las ramas de los avellanos, rodeado de zarzas de mora, accedemos a él por un pequeño hueco entre zarzas. Ella no lo sabe pero desde que regresé lo he visitado a menudo, por eso el bosque no se ha apoderado del lugar. Unos troncos cruzados nos servían de refugio cuando llovía y ahí...

- ¡Así es como lo recordaba! -Exclama exultante- Está tal y como entonces.

- Ahora parece más pequeño -digo sentándome sobre la hierba.

- No, no. Es perfecto. Aquí, en estas rocas nos poníamos a pescar. -Ríe feliz- Una vez pescaste una trucha chiquitita, sí... pero era tan pequeña que la dejamos marchar...

- "Vuelve  cuando seas grande y podamos comerte" -seguí diciendo yo- Eso se lo decías toda seria: "pero antes ten truchitos para que el río no muera"...

- "Imagínate que fuera la última trucha, pobre no podemos hacer eso"... Y tú la echaste al agua y se marchó nadando río abajo.

Los dos reímos recordando ese momento. Mara se sentó a mi lado y cruzó las piernas como cuando era niña.

- Gracias. -Dice mirando al frente.

- ¿Por...?

- Por traerme aquí, por preocuparte de mí, por aguantar mis tonterías. Por devolverme esos momentos tan bonitos.

Retiro un mechón de su cara, sus ojos brillan y rechazo el impulso de abrazarla.

- Éramos inseparables... -digo fijando mi vista en unas ramas que caen cerca de la orilla del río. Noto que mi voz suena ronca, entre dolida y soñadora- Eras la única que estaba junto a mí por ser Andrés, no el hijo del capitán Lobo. Me reñías si estaba triste, me animabas a subir a los árboles, a meterme en el río y hacer expediciones. Sabías escucharme y me enseñaste a escuchar. Decías que la naturaleza nos hablaba silenciosamente y que debía abrir mi corazón para entenderla. Nos tumbábamos en este mismo lugar y me hacías cerrar los ojos...

- Ahora no pienses en nada. -Continuó diciendo Mara suavemente- Deja que todo lo malo se hunda en la tierra y lleva tu pensamiento a lo alto de los árboles. Ellos te devuelven la paz.

- Y yo te llamaba sabionda y tú me hacías cosquillas o ibas a coger agua para tirármela por encima...

- Entonces echaba a correr y acababas cogiéndome y tirándome al río.

- Sí, no había día que no terminásemos empapados y con la ropa al sol.

Mara se ha ruborizado, para nosotros entonces no había tapujos, éramos niños. Ella siempre llevaba una combinación de algodón con lacitos y yo unos calzones blancos que eran casi más largos que los pantalones.

- Lo siento, he sido un poco indiscreto -digo echándome el pelo hacia atrás.

Entonces ella comienza a reírse.

- No te estarás acordando de... -me hago el enfadado.

- Perdona, pero eran tan largos y tú estabas tan delgadín y tan paliducho. -dice sin dejar de reírse.

- Disculpe señorita si no fuese porque no es apropiado, en estos momentos correría el peligro de acabar entre las algas del río.

- Perdón, perdón -replica entre carcajadas.

Entonces yo también rompo a reír, como hacía tiempo que no hacía. Me hace sentir bien, sigue teniendo el poder de hacerme olvidar, de relajarme y ser yo mismo. En mi interior hay algo que dice que debo ser más discreto, pero quiero disfrutar el momento. Somos niños que se divierten en un claro del bosque, sin miedos, sin temores, sin normas, libres de las etiquetas y de la compostura. Somos Mara y Andrés.

Nos hemos tendido en la hierba, recordando detalles casi olvidados, sorprendiéndonos de lo claros que podían ser los recuerdos. He tenido miedo pero ella sólo recordaba nuestras andanzas y travesuras, nada de aquel día y entonces he podido relajarme.

Quizá demasiado, sin darme cuenta estoy retirando una brizna de hierba de su cara, nuestros rostros casi pegados, sus ojos clavados en los míos, sus labios entreabiertos y suaves. Mi corazón ha empezado a latir aceleradamente y he podido sentir el suyo tan alocado como el mío. Mi deseo es tan abrumador que el dolor hace presa en mi cuerpo. "No debo, no debo" -me digo una y otra vez. La beso la frente sin poder esconder lo que siento por ella.

- Es hora de que regresemos -digo con gran esfuerzo, e intento sonreír.

Me separo de ella sin mirarla, si no lo hago sé que nada podrá pararme.

- Sí... pronto anochecerá - dice turbada.

Sé que está arreglándose el moño y yo me levanto sacudiéndome los pantalones.

Caminamos silenciosos de vuelta a casa. Nuestros corazones parecen serenarse, el uno al lado del otro hasta llegar a la portilla del prado de su casa.

- Buenas noches, Mara.

- Buenas noches, Andrés.

La veo alejarse despacio, balanceándose como una flor silvestre y desde mi interior ruego que se vuelva a mirarme. Parece leerme el pensamiento, se gira suavemente y me sonríe. Yo toco el ala de mi sobrero y regreso a casa.


 Ha pasado casi un mes desde nuestro último encuentro. A partir de entonces apenas nos hemos cruzado un par de veces. Instintivamente nos rehuimos, ella inmersa en los arreglos de la escuela, yo con mis pacientes. Se por los vecinos del pueblo, que estuvo unos días en Madrid con sus tíos arreglando papeles y que regresó con ellos. Su tío Juan contrató a varios obreros para arreglar el tejado, el suelo y las ventanas. Creo que está quedando muy bonita, los viejos pupitres han sido lijados y ahora está esperando a que el Ministerio le envíe los libros para empezar el curso en septiembre. Eso es todo lo que se de ella.

Aquí, ahora, en mi cuarto estoy sentado en una butaca de mi cuarto frente al corredor abierto. Mi reflejo en el cristal es desalentador: despeinado, la camisa desabrochada y remangadas las mangas, los tirantes caídos sobre los pantalones, descalzo y con una copa de coñac en la mano. La imagen contraria de lo que todos piensan de mí. El olor de las madreselvas llega hasta el cuarto envolviéndolo todo, doy otro sorbo a mi copa y dejo caer mi cabeza en la butaca, demasiadas noches en las que la soledad hace presa en mí. No puedo dejar de pensar en aquella tarde, su aroma parece regresar una y otra vez. Siento el calor de su cuerpo cerca del mío, sus ojos clavados en los míos, su boca...

He estrellado mi copa contra el suelo, la desesperación me invade y escondo la cabeza entre las manos. Aquella maldita tarde nos arruinó la vida. "Maldito seas padre, maldito seas una y mil veces" pienso mientras unas lágrimas recorren mi rostro que limpio torpemente. Sé que Mara siente algo por mí pero no estoy seguro que sea lo mismo que yo. En otras circunstancias la cortejaría y la visitaría a la vista de todos pero su abuela María no quiere verme cerca. No tengo culpa de los pecados de mi padre pero soy su vivo retrato, todos los que sufrieron bajo su mano me evitan a pesar que saben que no soy como él. Sin embargo Germán se parece a madre y eso le facilita las relaciones con los demás. No saben que su carácter es parecido al de padre, sólo espero que su buen corazón no deje escapar al animal que lleva dentro.

Me levanto cansado, de nada sirve darle vueltas a la misma historia una y otra vez. La culpa no es de nadie, sólo yo soy quien puede poner fin a esta situación; o me alejo de ella para siempre o dejo atrás todos los miedos y soy sincero con ella.

La corriente mueve ligeramente las suaves cortinas del cuarto, miro mi cama deshecha como tantas otras noches y decido salir. Me pongo las alpargatas que solo uso para mis paseos a solas y salto desde el corredor al jardín, como cuando era niño y no quería que nadie se enterase de mis escapadas nocturnas.

La brisa es cálida y el cielo está cubierto de estrellas, el perfume de las flores, el susurrar de las hojas de los árboles, me acompañan. Voy sin rumbo fijo, cualquier lugar es bueno para mí, quiero despejar mi mente de los vapores del alcohol, necesito sentir el aire sobre mi rostro. Camino despacio, dejando que la noche me impregne sin reparar en lo que hay a mi alrededor, abandono mis sentidos y estos escapan libres. Mi cuerpo camina, mi esencia vuela entre los helechos, las madreselvas, los castaños y nogales, entre las zarzas y las duras piedras, se desliza por las grietas de la tierra, se disuelve entre las aguas de las fuentes.

Estoy sonriendo y lo sé porque he llegado al prado de la casa de Mara. Furtivo me deslizo entre los árboles, la luz de su cuarto, si sigue siendo su cuarto, está encendida. Tras los visillos una silueta se mueve lánguidamente, mi corazón empieza a latir, puedo distinguir sus formas. Se suelta el pelo, y se acerca a la puerta abierta del corredor, echa a un lado los visillos y sale. Mirando hacia el infinito se cepilla del cabello pausadamente, así, bañada por la luz de las estrellas se asemeja a una xana de las fuentes, como los dibujos de los cuentos que me leía mi madre.

No puedo alejarme de ella, no quiero. Estoy harto de esperar, de sacrificarme, de mi infelicidad.

Mi mente la nombra y ella mira hacia donde yo me encuentro, estoy seguro de que no puede verme sin embargo no aparta la mirada. Se acerca a la baranda del corredor y apoya sus manos y a mí me parece escuchar entre los sonidos de la noche mi nombre.


Esta mañana estoy completamente decidido. Voy a ir a ver  a María, la abuela de Mara y voy a contarle mis intenciones. Sé que va a hacer todo lo posible por evitarlo, apelará a mi buen juicio para intentar hacerme cambiar de opinión. Esta vez no dejaré que su buen corazón ablande el mío.

Desde los árboles veo como Mara y sus tíos salen hacia la escuela, espero un poco antes de adentrarme en el prado, a estas horas María está detrás de la casa, en su pequeño huerto. Mi madre cuenta que siempre fue una gran señora, le gustaba los jardines y sus prados pero nunca había trabajado la tierra. Ahora lo hacía desde que acabó la guerra. Cuidaba su ganado, no mucho, un par de vacas y algún ternero que luego vendía en el mercado, cultivaba un huerto, cuidaba de sus gallinas y criaba un cerdo que los mantenía durante todo el año.

Tal y como pensaba estaba allí dando de comer a los animales, aun así, vestida con un sencillo vestido negro, su delantal anudado y su pañuelo en la cabeza seguía con ese porte de mujer elegante y fina.

- Buenos días María -saludo acercándome a ella. Da un respingo, la he sobresaltado, y se vuelve.

- Buenos días Andrés. ¿Cómo tu por aquí tan temprano? -se limpia las manos en el caldero y las seca despacio con su delantal.

- Venía a verla. Quiero hablar con usted.

- Hay muchacho, nosotros ya lo tenemos todo hablado. -se acerca a mí y me mira fijamente.

- Las cosas han cambiado.

- Me prometiste...

- Lo he intentado, pero todos mis pasos me llevan a ella -me siento en el tronco donde parte la leña.- Estoy enamorado, quise creer que lo que sentía era cosa de chiquillos pero no ha sido así. Llevo casi un mes sin hablar con ella más que un "hola" y un "adiós" y he creído volverme loco.- ella intenta hablar pero no la dejo- Tal vez Mara no sienta lo mismo que yo y todos mis esfuerzos sean inútiles pero debe darme su permiso para intentarlo. María, -tomo sus manos entre las mías-  me conoce desde niño sabe que digo la verdad.

- Andrés, hijo, tú conoces mi miedo -contesta sin soltar su mano- Recuerda como la trajiste a casa, lo que aquel beso de niños originó en esta familia. Tu padre llegó aquí totalmente trastornado, traía a sus hombres. Desvalijaron la casa y a mi hija Lara..., tú vistes los estragos.

Se separa de mí y mira hacia otro lado, veo que una lágrima recorre sus mejillas.

- Mara es lo único que me hace seguir adelante, no quiero que vuelva a revivir ese horror. Cada mañana me despierto pidiendo que jamás vuelva a ella ese recuerdo. Tu cercanía sé que le viene bien, eres un buen chico Andrés pero tenerte cerca es...

- No soy mi padre -digo ofuscado- Cargo con la culpa de algo que nunca compartí. Nosotros fuimos los primeros en sufrir sus desmanes, conoce del infierno de la vida en mi casa, cómo casi acaba destruyéndonos. Huía de él cuando salía  en busca de maquis, se empeñaba en que nunca sería un hombre si no le acompañaba. Quería que viera la muerte de cerca, el poder de quitar una vida, el pánico en los ojos de sus presas. Eso le fascinaba... Por eso escogí el camino contrario.

- Yo...

- Estoy cansado de expiar las culpas de mi padre. Tengo derecho a ser feliz o al menos intentarlo.

Me he levantado y la he tomado por los hombros.

- Lo intentaré con su permiso o sin él.

Ella ha asentido con la cabeza y me ha dado un beso en la mejilla.

- Lo que haya de ser será -dice mirándome a los ojos- Anda y ve.

- Gracias María, muchas gracias.

Beso sus manos agradecido. Me siento feliz y temeroso. Voy a buscar a Mara, a decirla lo que siento, a poner mi destino en sus manos. Entonces me detengo, estará acompañada de sus tíos y no podré acompañarla hasta casa, ¿cómo voy a hablar a solas con ella? "Andrés, Andrés piensa - me digo quitándome el sobrero- piensa..." Estoy tan ensimismado que no siento que alguien detrás de mí se acerca.

- ¿Qué haces por aquí hermano?

- ¡Germán! -exclamo sobresaltado.

- Parece que vieras un fantasma. ¿En qué mundo estabas? -pregunta riendo y dándome una palmada en la espalda.

- Pensaba en un paciente...

- ¿Y ese paciente tiene faldas? -dice burlón. Ve mi gesto de fastidio y sonríe- No te preocupes tu secreto estará a salvo conmigo.

- ¿Secreto? -replico colocándome el sombrero.

- Vamos, Andrés. Desde que regresó esa chica no sales de este camino. Andas absorto, como un alma en pena. ¿Crees que no me doy cuenta? Al fin y al cabo soy tu hermano mayor.

- He venido a ver a María.

- Ya, ya. Entonces no te apetecerá acompañarme hasta el pueblo, se ha estropeado el coche y me lo está arreglando Jacinto. Voy a ver si ya lo tiene y de paso a saludar a Mercedes y Juan que mañana regresan a Madrid. Han movido "Roma con Santiago" para conseguir la escuela, la verdad es que no sé para qué tanto esfuerzo, aquí la gente lo que quiere tener lleno es el estómago no la cabeza.

- Al menos ahora tendrán la oportunidad de llenar uno de los dos. -digo echando a andar.

- Eres un soñador Andrés y en los tiempos que corren los soñadores no llegan muy lejos.

- Estoy donde quiero estar Germán, este es mi sitio. Tú eres el que quiere marcharse de aquí.

- ¡No lo dudes! - Dice con un suspiro- Estoy harto de esto, la sombra de padre lo envuelve todo. Quiero salir y olvidarme de este sitio para siempre.

- ¡Hombre, gracias por lo que nos toca a madre y a mí!

- Andrés, el día que me vaya tendréis un sitio allá a donde esté, pero nunca regresaré a este pueblo. - Se detiene y me mira- Puedes quedarte con todo lo que tenemos, no hay nada que quiera llevarme.

- Entonces ¿por qué mantienes las fotos de padre por la casa?

- Para muchos es un héroe, ¡un héroe! ¡El muy cabrón que casi acaba con todos! Necesito buenas relaciones para irme a Oviedo y pueden ayudarme. Después podéis quemarlas todas. ¡Mira a eso sí que vendría! ¡Para ver cómo termina de quemarse en los infiernos!

Le paso el brazo por el hombro. No es perfecto, pero es mi hermano. Al fin y al cabo él también carga con el apellido Lobo.

- Te acompaño. Nos despediremos de los Álvarez y veremos esa escuela.

- Y tú a esa bonita señorita de ojos azules.

Le doy un golpe suave a su sombrero y le tapo los ojos. Los dos rompemos a reír a carcajadas.

Hace mucho que no visito la escuela. Ha cambiado, sus ventanas y contraventanas  están lijadas y pintadas. Los cristales rotos han sido sustituidos por nuevos y a través de ellos se ven unas cortinas de alegres colores. Germán pasa primero saludando a Juan y a Mercedes. Yo me quedo un poco rezagado esperando que terminen los cumplidos iniciales. Los tíos de Mara se acercan a mí y detrás los sigue ella. Acabadas las cortesías, hablamos del aspecto de la escuela, de lo bonita que está quedando, de que falta arreglar la chimenea y sería bueno arreglar el suelo, ahora de tierra, para que no se forme tanto polvo. Mi hermano amablemente se presta a proporcionar el material y a los albañiles necesarios y Juan se muestra muy contento con el apoyo. Germán siempre haciendo política, llegará lejos, seguro.

Sin prisa, me voy acercando a Mara, aprovechando el devenir de la conversación la tengo a mi lado. Percibo su turbación en sus mejillas sonrosadas, evita mirarme a los ojos y disfruto con este juego del gato y el ratón, yo la busco y ella me evita. Al fin la tengo para mí sólo, sé que serán únicamente unos minutos y debo aprovecharlos.

- Necesito hablar contigo -digo casi en un susurro.

- Ahora no puedo -contesta mirando hacia sus tíos.

- ¿Cuándo? - pregunto impidiéndole el paso.

- No sé, no sé... -me mira a los ojos y sonrío- ...esta tarde o mañana...

- ¿Cuándo? -insisto

- Esta tarde - responde aturdida.

- ¿Dónde? -Sé que apenas queda tiempo y necesito su respuesta.- ¿En nuestro lugar secreto? ¿A las cinco?

- Sí, si... - afirma abriéndose paso hacia su tía Mercedes.

- Le comentaba a Mara que le facilitaré un botiquín de primeros auxilios -me acerco a su tío Juan que sonríe satisfecho.

- Bueno debemos irnos tengo el coche estropeado. Vamos a ver que nos dice Jacinto, siento que nos dejen tan pronto. -Dice Germán dirigiéndose a la puerta- Espero que vuelvan pronto a visitarnos y que acepten nuestro ofrecimiento de cenar en casa con mi madre.

- Volveremos para la inauguración de la escuela. ¡Habrá que celebrarlo! -dice Mercedes agarrando el brazo de su sobrina.

Germán me hace un gesto cómplice y salimos de allí.

- Bueno parece que has podido hablar con ella. -Dice mi hermano poniéndose el sombrero.

- Le he presentado mis respetos...

- Y un botiquín -Germán interrumpe mis palabras con voz socarrona- ¿Sabes que pudo estar involucrada en la muerte de padre? Bueno eso lo sabrás tu mejor que nadie...

- No digas tonterías. Ella era una niña ¿Qué poder tenía sobre él? -contesto poniéndome en guardia- ¿Por qué dices eso?

- ¡Vamos Andrés! Sé que la encontraste en el bosque y la llevaste a su casa. Madre no hizo preguntas cuando vinieron a decir que había aparecido muerto. Y por lo que he sabido él había estado antes con los regulares en casa de su abuela. - Camina despacio mirando al infinito- Todos sabemos lo que hacían cuando entraban en una casa y había mujeres solas.

- ¿Nunca podremos olvidarnos de eso? -pregunto. Y mi voz suena amarga y triste- ¿No nos libraremos nunca del lastre de su apellido?

- Quizá nuestros tataranietos -contesta irónico- O tal vez mis hijos, si alguna vez los tengo, porque no los tendré aquí, sino lejos muy lejos donde nadie sepa de nosotros.

Le doy un golpe afectuoso en la espalda y seguimos. Algo ronda mi mente aunque no consigo darle forma.

Al llegar a casa me dirijo al despacho de padre. No suelo entrar, sigo sintiendo escalofríos sólo con pasar por delante de la puerta. Está cerrado, la llave está en la cajita que hay en la consola que hay junto a la entrada. Despacio abro, está en penumbras, como a él le gustaba y parece estar impregnada del olor a los habanos que fumaba. Me estremezco cuando cruzo el umbral, le veo sentado en su sillón escribiendo en su cuadernillo de pastas oscuras, entonces levantaba la vista y la clavaba en mí. Se me helaba la sangre, no podía sentarme si no me daba permiso así que permanecía de pie frente a él intentando no mover ni un solo músculo para no despertar su ira. A veces me permitía tomar asiento y hablaba y hablaba decosas que para mí no tenían sentido. En otras ocasiones sus frustraciones se reflejaban en mi espalda, se quitaba el cinturón y me daba una y otra vez...

Alejo de mi esos pensamientos, su fantasma nos persigue sin embargo él no está aquí. Descorro las cortinas con rabia, ¡que entre la luz del sol y se lleve todas las sombras! Por primera vez en mi vida me siento en su sillón y empiezo a abrir cajones: documentos, informes...

Uno de ellos no se abre y tienta mi curiosidad, rebusco entre los recipientes de su escritorio, donde aún se encuentran las plumas con las que escribía. No veo nada, asique cojo el abrecartas e intento forzar la cerradura. Me cuesta un poco pero al fin escucho como cede y abro despacio. Dentro hallo una de sus pistolas con la culata de nácar y debajo varios cuadernos con las pastas negras. Los saco con cuidado para no tocar el arma, y los deposito encima del escritorio.

Apenas llevo leído un par de cuadernillos y tengo la sangre helada.

He oído decir siempre que mi padre había cambiado a raíz de la muerte de su hermano Pedro, mi tío, al que dicen que me parezco tanto. He descubierto que nada más lejos de la realidad.

Siempre fue oscuro, de malas intenciones disfrazadas de amabilidad y buenas palabras. Según he ido pasando hojas he descubierto que siempre estuvo obsesionado con la madre de Mara, no podía entender por qué le rechazaba una y otra vez si él era el mejor partido de todo el concejo. Se consideraba atractivo, dominador e irresistible, por lo que cuenta debo de tener un buen puñado de hermanos perdidos por toda Asturias. No había mujer que no cayera en sus redes, y una vez conseguidas eran humilladas y olvidadas. En el cuadernillo reflejaba sus maniobras de conquista y como había sido la primera vez que las había poseído. Lo contaba todo con gran lujo de detalles que hacía que se me encendieran las mejillas. Eso sí, tenía gran cuidado de escogerlas lejos del pueblo para que no llegaran las malas lenguas hasta aquí y destrozara su impecable reputación.

No quería a nadie, salvo a su hermano Pedro.

De su padre hablaba pestes, de él decía que era "... un decrépito, nauseabundo y miserable viejo..." parece ser que mi abuelo le daba una asignación mensual, que gastaba rápidamente, y se negaba a ampliarla. Incluso le amenazaba con reducírsela si no hacía mejor uso de ella.

De la abuela, su madre, decía: "...es mujer, ¡qué puedo esperar! Estúpida y arrogante..." Hablaba de ella sin respeto ni consideración alguna, había sido educada para las relaciones sociales y según él, era para lo que servía. A pesar de sus sentimientos hacia ella, mi abuela "...era tan tonta..." que confiaba en él plenamente y siempre le apoyaba en sus decisiones.

De Pedro..., bueno era todo lo que amaba. Era su hermano pequeño, desdeñaba su dulzura pero siempre pensó que según se fuera haciendo mayor se endurecería,"...ya se encargaría él de enseñarle a ser fuerte y seguro como él..."

Todo se vino abajo cuando Lisardo contrató a José, el padre de Mara, y lo trajo a la casa. Simbolizaba todo lo que detestaba y... su padre le empleó para llevar sus asuntos legales. Un "don nadie" viviendo en su casa, sentándose en su misma mesa, durmiendo en sábanas de hilo... cuando "debería dormir en las pocilgas con los cerdos". Ahí no quedó todo, según mi padre, poco a poco fue conquistando "mezquinamente" el corazón de aquellos que le importaban: Lara y Pedro. Este se fue distanciando, acercándose a José que le hablaba de un nuevo mundo, donde todos pudieran opinar y tener los mismos derechos, en el que los niños ricos o pobres pudieran ir a la escuela y tener las mismas oportunidades. Un mundo que para mi padre eran "paparruchas de menesteroso". Le fue perdiendo poco a poco sin poder hacer nada para evitarlo.

Lara se enamoró de él, aquella "niña altanera" le había despreciado para unirse a un "picapleitos  de pacotilla". Su rabia no le dejaba vivir y su odio hacia ellos fue creciendo, un odio inconmensurable. Cuando supo que la relación iba en serio, salió en busca de una esposa. Por nada del mundo permitiría que alguien pudiera pensar que había sido desdeñado.

Y encontró a mi madre.

Nunca la amó. La eligió por su hermosura, por sus buenas maneras y su "falta de carácter". Buscaba una presa fácil de dominar que pudiese exhibir en los acontecimientos sociales, como una bella figura de porcelana. Alardeaba de lo enamorada que estaba de él menospreciando su cariño y entrega. Así en la boda de los padres de Lara ya iba con su flamante esposa, despertando la admiración de todos, dando ese día la noticia de que esperaban su primer hijo.

Si por un momento creyó que su obsesión, Lara, iba a sentirse dolida por su elección, se equivocó. Mi madre y ella congeniaron desde el primer momento, se volvieron inseparables. Llegaba a casa y las veía en el jardín, en la sala, en el cuarto de costura... riendo y compartiendo intimidades. Y eso le enfurecía.

Su rencor iba minándole cada día más. Sentía que su hermano Pedro quería más a su adversario que a él. Compartía sus ideas y desdeñaba las suyas. Defendía con pasión el mundo quimérico de José y hablaba de un mundo obsoleto y mediocre que era el suyo.

Aun así, mi padre seguía manteniendo la compostura, no dejando que todo ese resentimiento aflorase. Para todos era el esposo, el padre y el amigo perfecto.

Oigo ruido en el pasillo y guardo los libros en el cajón. Me levanto y empiezo a mirar distraídamente las estanterías llenas de libros que ahora sé que él nunca leyó. La puerta se abre despacio, casi diría que con miedo, y aparece la figura de mi madre que ahoga un suspiro de alivio.

- ¿Qué haces aquí Andrés? -pregunta dulcemente.

- ¡Ah, madre! -contesto acercándome a ella- No te había oído entrar. Estaba pensando que este despacho es una pena que no se aproveche. Germán ya tiene el suyo, Y yo te iba a proponer montar el mío aquí.

- ¿Aquí? -percibo que mi madre siente un escalofrío.

- Verás. Podemos pintarlo y volverlo a decorar. Seguro que tú me dejas un lugar bonito y acogedor para trabajar. -La tomo de las manos y miro sus ojos- Ya es hora de que dejemos de pasar por delante de esta puerta de puntillas. ¿Qué te parece? ¿Sí?

Ella parece dudar y luego sonríe.

- Está bien, tienes razón. Te dejaré un despacho luminoso y bonito. ¿Y qué haremos con sus cosas?

- No te preocupes de eso. Yo me encargaré de vaciarlo. -contesto tranquilo dándole un beso en la frente.

- ¡Ay, se me olvidaba, que cabeza la mía! Tienes visita -sonríe con picardía.

- ¿Quién?

- Es la señorita Álvarez Portillo.

- ¿Mara? -pregunto incrédulo. Habíamos quedado a las cinco en otro lugar.

- Sí. Y viene a verte a ti. Espero que luego pueda disfrutar de su compañía -dice saliendo de la habitación.

Estoy desconcertado, ¿habrá hablado con su abuela María?


EL SECRETO CAPITULO VI

18.10.2014 18:18

CAPITÚLO VI

LA PROPOSICIÓN

Estoy sentada en el jardín. Procuro mantenerme serena. Sé que le dije a Andrés que nos reuniríamos en
nuestro lugar pero no soy lo suficientemente fuerte. Cuando me llevó allí nos envolvió una intimidad que casi nos lleva a un punto sin retorno. Estaba tan perdida que no hubiera podido rechazarle, todo lo contrario me hubiera entregado a él sin reservas. Él se apartó de mí en el último momento y luego dejó de visitarme, antes se hacía en encontradizo en cualquier camino, sin embargo desapareció, dejándose ver en contadas ocasiones sin apenas dirigirnos la palabra. Una noche, mientras me cepillaba el pelo mi corazón empezó a latir
desesperadamente, salí al corredor para tomar el aire, aquel galope ofuscado me quitaba la respiración. Creo que esperaba verlo allí ante mi puerta, pero el prado estaba solitario, los animales callaban y sólo se oía el rumor de las hojas al enfrentarse al viento de la noche. Apoyé las manos en la barandilla y dejé que mis ojos y mi mente vagaran sin rumbo, de repente escuché mi nombre entre el suave devenir de los árboles. Y mi mirada se dirigió hacia la arboleda diciendo su nombre.

¡Qué tontería! Leer tantas novelas románticas me ha deshecho el cerebro.

A mi espalda advierto unos pasos firmes, es Andrés. "Mantén la calma, no te muevas" me digo colocando mis manos sobre la falda.

- ¿Qué tal Mara? ¡No te esperaba por aquí! ¿Ha ocurrido algo? -se le nota preocupado.

- Me dijiste que querías verme y hablar conmigo -respondo tranquila.

- Pensé que nos veríamos...

- Mi abuela me ha dicho que fuiste esta mañana a verla -le miro de frente y veo miedo en sus ojos.

- De eso quería hablarte, verás...

- Me hubiese gustado que primero me lo hubieses dicho a mí. -Mi tono es cariñoso pero firme.- Es curioso, ¿Por
qué a ella antes que a mí? -intenta hablar y no le dejo. Sé que me faltará el valor sino lo digo de carrerilla- Andrés sabes bien lo que siento por ti, creo que quedó patente aquella tarde -mis mejillas se sonrojan y él sonríe- Pero antes de dar ese paso y comprometernos quiero acabar con las mentiras. No sé el motivo pero entre todos intentáis protegerme de algo, lo siento, lo he visto en la preocupación de mi abuela al decirle que te correspondía. No podría vivir así y sea lo que sea prefiero afrontarlo antes de unirme a ti.

- Mara...

- No quiero remover viejas heridas, por nada quisiera hacerte daño, pero un matrimonio no puede edificarse
sobre arenas movedizas. -Suspiro- No tienes que contestarme ahora...

- Si ese es tu deseo, así será -dice apesadumbrado- No es lo que yo quiero para ti pero es mayor el miedo a
perderte. Te quiero desde que éramos unos chiquillos, dos mocosos que correteaban sin temor a nada ni nadie. El miedo anidaba en todos los corazones. Pero ¿qué íbamos a saber nosotros?

Se detiene y toma mis manos.

- Este no es el lugar apropiado para hablar de ello y creo que tu abuela y tus tíos deberían estar presentes.

- ¿Por qué? -pregunto sorprendida.

- Porqué tu abuela estaba allí. No quieres más mentiras pues empecemos por no ocultar esto a las personas que queremos.

- ¿Y tu madre?

- No,  no creo que sepa nada. -Contesta dubitativo- Dejémosla al margen de momento. ¿Te parece?

- Bien. -asiento con la cabeza. No creí que Andrés se prestara a ello tan rápidamente. De verdad le importo, es
cierto que me quiere. Una sonrisa ilumina mi cara.

- ¿Te parece que pase a las seis por tu casa? -Andrés me mira tan profundamente que siento pudor y de nuevo mis mejillas se sonrojan.

- Sí. Les diré que...

- ... que voy a pedir tu mano.

Me besa en los labios apenas un pequeño roce que hace que mi cuerpo se estremezca, ¡soy tan vulnerable a él!
Busca mis ojos, comprendo que le sucede lo mismo.

- Siento interrumpiros -dice Doña Elisa desde el camino empedrado, en su rostro se dibuja una sonrisa- ¿Querrás acompañarnos a comer?

- Gracias, es usted muy amable pero debo regresar a casa -contesto confusa y avergonzada.

- ¡Oh, qué lástima! Pensaba que podría disfrutar un rato de tu compañía... ¡este Andrés es un acaparador!
-Exclama sentándose a mi lado- ¿No te ha ofrecido algo para tomar?

- Madre, le estaba manifestando mi deseo de pedir su mano...

Le miro desconcertada, el rubor se hace dueño de toda mi cara, creo que hasta se me han encendido las pestañas.

Elisa ríe alegre.

- Entonces he llegado en el mejor momento. ¿Y ya le has contestado hija? -pregunta tomando mi mano,
acariciándola.

- Madre, la estás poniendo en un aprieto -contesta Andrés.

- No podría rechazarle -digo mirándole a los ojos.

- Siempre supe que sería así -Doña Elisa suspira- Al fin el círculo se cierra -pronostica enigmática- Hacéis
buena  pareja, os deseo la mayor felicidad. ¡Os dejo! Ya he interrumpido bastante.

Nos levantamos y ella besa mi mejilla.

- Has elegido bien, Mara. Es un buen hombre. -dice alejándose despacio por el sendero.

- Te acompaño hasta casa...

- No prefiero ir sola, déjame asimilar lo que ha ocurrido.

- Al menos hasta el portón. Mi madre se enfadaría si te viera salir sola.

- Está bien.

No sé si llorar o reír, o ambas cosas a la vez. Me siento feliz y asustada, soy un mar de contradicciones.
Vamos caminando hacia la puerta, nos encontramos con Fina y Pilar que nos saludan amablemente.

- Bueno, nos veremos esta tarde.

- A las seis -digo sin mirarle a los ojos.

Andrés me toma por la barbilla y suavemente me obliga a mirarle.

- ¿Estás segura? -pregunta con temor.

- Si lo estoy.

Y mi voz resuena serena y firme.

- Allí estaré.

Apenas doy unos pasos y vuelvo la cabeza. Sonrío feliz. Sin darme cuenta estoy tarareando una canción y cuando ya no puede verme, bailo, salto, grito, río y doy vueltas como si me hubiese vuelto loca.

Les he dicho a todos que Andrés venía estar tarde. Mi tío Juan y la tía Mercedes no estarán se van a Madrid y no pueden aplazar el regreso. Sienten no estar presentes y me desean lo mejor, la tía Mercedes me ha llenado de recomendaciones: "No debes salir sola con él, siempre debes llevar carabina. Mira que a la gente le gusta hablar, ten cuidado si te quedas a solas, no se te ocurra besarlo. Piensa que la noche de bodas es importante, no la estropees antes de tiempo..." ¡En fin! Una tortura. Estoy nerviosa, no porque se haga formal nuestra relación, eso no me asusta. Lo que me preocupa es ese temible secreto que ocultan.

Son casi las seis y con disimulo miro a través de la ventana para ver si llega por el camino. ¡Sí, ahí viene! Mi
corazón da un salto de alegría y vuelvo a mirar el libro que desde hace rato hago que leo. Su voz llega desde la puerta.

- ¿Se puede pasar?

La abuela me hace una señal para que permanezca sentada.

- Sí, Andrés, adelante. -La abuela se atusa su moño y se pasa las manos por su falda.

Andrés entra al salón. Lleva el sombrero blanco en la mano a juego con su traje de lino, el pelo lo lleva un poco
revuelto, nunca le he visto con la gomina que llevan tanto los hombres. ¡Está tan atractivo! No puedo evitar sonreír y se me encienden las mejillas.

- Buenas tardes María -saluda haciendo una inclinación de cabeza en dirección a mi abuela- Buenas tardes
Mara.

A mí me sonríe y me llena el corazón de alegría.

- Toma asiento -La abuela le indica que se siente en un sillón enfrente de ambas- Mara me ha dicho que querías
hablar con nosotros. Mercedes y Juan han tenido que partir a Madrid, te piden que les disculpes por su ausencia.

- Acepto las disculpas, sé que ha sido un poco precipitado pero era necesario que hablase con usted.

El rostro de Andrés se ha tornado preocupado, y se ha producido un pequeño silencio antes de continuar.

- Mara acepta mi proposición pero ha puesto una condición para seguir adelante. Quiere saber la verdad.

La abuela se ha puesto nerviosa, sus manos han empezado a jugar con un pliegue de su falda y ha mirado a Andrés casi con pavor.

- Abuela, necesito saber que pasó. Mamá no se hubiera desprendido de mí sin un motivo importante. El último
día de su vida repetía una y otra vez que había hecho todo lo que había podido para alejarme. Vosotros sabéis lo que ocurrió. No podría ser feliz con ese vacío que todos conocen menos yo.

Mi voz suena firme y decidida. La abuela duda pero asiente con la cabeza.

- Yo sólo puedo contarte lo que viví. Hay otra parte que Andrés conoce y otra que sólo conoces tú. Creo que tu
mente hizo que lo olvidaras para protegerte. No queríamos abrir la puerta de tus recuerdos.- Carraspea y su voz tiembla.- Una mañana, mientras tu jugabas por el bosque, llegaron los regulares. Al mando estaba el capitán Lobo, Isidro, el padre de Andrés.- Cierra los ojos y veo que una lágrima recorre sus mejillas- Venía como loco, entró dando golpes a todo lo que encontraba, revolvió la casa de arriba abajo buscando ¡no sé qué!, ya se lo habían llevado todo. Entonces preguntó por tu madre, no estaba había salido a lavar al río como otras veces. Le dije que no sabía y me abofeteó, me insultó con palabras que no puedo, ni quiero repetir. No me importaba ninguna de las dos personas más importantes en mi vida estaba allí. Creía que estabais seguras que cuando
volvierais ellos ya se habrían marchado. No fue así, tu madre llegó y me encontró en el suelo. Los hombres de Lobo me daban patadas y puñetazos.

Se tapa la cara con las manos y solloza amargamente. Andrés se levanta y la abraza.

- ¿Estas segura de querer seguir oyendo? -pregunta mirándome a los ojos.

Estoy decidida y con gesto demudado indico que sí con la cabeza. La abuela se seca torpemente las lágrimas y continúa:

- Lara se abalanzó sobre él increpándole. La sujetó con sus brazos y soltó una carcajada que me heló la
sangre. Las palabras soeces que pronunció se clavaron en mi alma. Intenté levantarme pero me sujetaron, intenté apelar a la amistad de nuestras familias. Aquello le enfureció más. Puedes imaginarte lo que pasó. La tomó allí mismo, delante de mí y después se la dio a sus hombres.

De mi boca sale un grito de dolor, nunca hubiera podido imaginar algo tan terrible. Corro a abrazarla, lloro junto a ella.

- Lo siento abuela, lo siento...

Andrés está consternado.

- María yo...

. Tú no tienes la culpa hijo. Ese hombre tenía demasiado veneno dentro. Nunca fue bueno y no supimos verlo. En medio de tanta brutalidad llegaste tú sonriendo. -Abre los ojos y me mira- Nunca olvidaré tu cara de terror, sostenías unas flores que cayeron de tus manos muertas. Te grité para que salieras de allí corriendo. Isidro salió tras de ti. Al cabo de unas horas te trajo Andrés, no hablabas, tu mirada estaba sin vida, perdida por completo. Avisamos a tus tíos y ellos decidieron llevarte a Madrid. Era el único lugar donde podrían hacer algo por ti. Alejarte de aquí era la única terapia que se nos ocurrió. Luego fuiste mejorando y Lara, tu madre, se negó a que volvieras. Tenía miedo a que recordaras, se sentía sucia y avergonzada.

Lo que estaba oyendo me dejó sin habla. Estaba horrorizada pero seguía sin recordar.

- En mis pesadillas corro por el bosque, angustiada, llena de temor. No sé de quién huyo ni porqué sólo que debo seguir corriendo -digo al fin entrecortadamente.

Miro a Andrés interrogante. En mi mente se forja una oscura idea que me empeño en rechazar.

- Todo empezó en el bosque -no se atreve a mirar a mi abuela- Esa mañana tú y yo jugábamos como siempre cerca del río. Éramos dos niños pero sentíamos algo especial el uno por el otro. No pude evitarlo y... te besé. Un beso inocente en los labios que alguien vio y que corrió a contárselo a mi padre. Creo que eso desencadenó su furia. De camino a casa, después de dejarte a ti en el cercado, me crucé con algunos vecinos que
comentaban a hurtadillas que mi padre había ido de escaramuza a tu casa. Me asusté tanto que eché a correr para avisaros. En mi carrera oí la voz de mi padre y supuse por sus palabras que iba tras de ti. Estaba lejos me daba la sensación de que mis piernas eran de plomo, cuanto más rápido quería ir, más despacio parecía que me movía. Escuché gritos e improperios de mi padre, al fin estaba cerca, al llegar al risco sólo te vi a ti. Estabas echa un ovillo sobre ti misma, no dejabas de llorar, no había rastro de mi padre. Entonces miré hacia el precipicio. - Tragó saliva- Estaba allí tirado, como un muñeco de trapo ensangrentado. Sentí alivio, un alivio infinito. Me arrodillé a tu lado y te acuné para tranquilizarte. Cuando dejaste de llorar te tomé en brazos y te
llevé a casa. Eso fue lo que pasó.

Un pesado silencio se apoderó de la estancia, mi abuela dejaba que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas,
Andrés me miraba con emociones encontradas.

- Yo... ¿yo maté a tu padre? -pregunté al fin rompiendo la quietud del momento.

- Mara, hija... -dice la abuela secando sus lágrimas con el dorso de la mano.

- No creo que pudieras hacerlo -contesta Andrés retirando un mechón de mis cabellos de la cara- Eras un niña,
con el peso de un pajarillo, es imposible que le empujaras. Lo más probable es que resbalara y cayera él solo.

No me atrevía a preguntarlo pero debía hacerlo.

- ¿Me forzó? -dije bajando la vista al suelo.

- No -contestó rotunda la abuela- Sólo te golpeó, traías moratones y la mejilla y los labios hinchados.

- No consigo recordar, no puedo... -digo rompiendo a llorar.

- Pediste la verdad y te la hemos dado -la abuela se acerca a mí y besa mi pelo- No te empecines ahora en
recordar lo que tu mente ocultó sabiamente.

- Mara el pasado debe quedar atrás. -dice Andrés suavemente.

Asiento con un leve movimiento de cabeza. Me levanto despacio.

- Andrés si tu madre supiera que quizá yo...

- Nadie de mi familia te reprocha nada. Lo que hizo mi padre fue lo que alejó a nuestras familias. Mi madre se sintió tan avergonzada que no fue capaz de acercarse a Lara ni a María por miedo a su rechazo pero siguió queriéndolas en la distancia. Al fallecer tu madre rompió a llorar tan desconsoladamente que creí que iba a enfermar. Tu primera visita la hizo renacer, la devolvió la sonrisa. Créeme Mara serás bienvenida en casa.

En mis labios se dibuja una media sonrisa. Estoy aturdida, las palabras golpean mi mente una y otra vez.

- Abuela, ¿das tu permiso? -pregunto apenas sin voz.

- Sí, mereces ser feliz hija.

- Andrés, acepto tu proposición. Ahora debéis perdonadme. Necesito descansar.

Y sin esperar respuesta salgo de la sala. Siento un gran peso y un gran vacío en mi alma. Al fin conozco la
verdad. Pero esta verdad es tan cruel... siempre culpando a mamá de su abandono sin siquiera sospechar lo que ella tuvo que sufrir. No me atrevo a imaginar lo que le supuso la vejación de esos animales, el miedo que sentiría al pensar que pudieran culparme de la muerte de Isidro... Andrés tenía razón hizo lo que tenía
que hacer, lo que yo misma hubiera hecho en su situación a pesar de que eso le rompiera el alma. Me echo en la cama y rompo a llorar. Lloro por mamá, por la abuela, por nuestra amarga existencia, por los reproches que una y otra vez las hice... por la dolorosa culpa que ha arrastrado Andrés durante tantos años.
Lloro, como si eso pudiese borrar todo el sufrimiento.

El día ha amanecido gris. Ha llovido y el paisaje que veo cuando me asomo a la ventana aparece limpio, bien
definido como si unas manos lo hubieran lavado y planchado para el disfrute de los que se paren a mirarlo. Los macizos de hortensias gotean aún finas gotas de agua que caen en la tierra. Esta tierra que acoge todos los llantos, la vida y la muerte. A lo lejos apenas puedo ver Peña Rueda, majestuosa como siempre pero
escondida entre la niebla, los manzanos, las higueras, los castaños todos parecen vestidos de fiesta. Lo que no deja ver el sol cuando brilla, lo muestra el agua que lo purifica todo.

Me siento cansada, me acompaña un gran sentimiento de pérdida. Ahora más que nunca quisiera que mamá estuviera aquí a mi lado, que acariciara mi rostro y me consolara como hacía con papá. Oír sus dulces palabras siempre acertadas que calmaban como un bálsamo un corazón roto. Suspiro, ya no está, puedo imaginármela sufriendo su desdicha en silencio, había perdido a papá y luego me había perdido a mí. La felicidad que
un día anidó en esta casa, en esta familia, se esfumó por una guerra inútil, por la envidia y el resquemor. La alegría fue sustituida por el dolor y el miedo. Y ahora..., ahora el vacío.

Me dejo caer en la cama, debería sentirme alegre, el hombre al que amo quiere unir su vida a la mía. La aflicción es más grande que el gozo. Mi madre decía que el tiempo ponía todo en su sitio, quizá ha llegado el momento de que las familias vuelvan a unirse... ¿y si no fuera así?, ¿podré vivir en la casa que albergó al causante de tanto sufrimiento?, ¿cuánto de él queda aún allí?

Me levanto, cojo un viejo chal de mi madre y me envuelvo en él. La casa está silenciosa, la abuela aún no se ha
levantado, como un fantasma me deslizo por las escaleras, abro silenciosa la vieja puerta y salgo. El frescor de la mañana rasga mi rostro y me despeja, recorro el jardín hasta la parte de atrás, allí ella no puede verme. La hierba mojada empapa mis pies que me guían al desgastado banco que casi se esconde entre los cinamomos abandonados. Se respira paz, mi alma encuentra consuelo en la soledad de la mañana, mis ojos se inundan de la inmensidad de la vista que me ofrece esta perturbadora tierra, dura, agreste y seductora que ha conquistado
mi corazón.

Una firme mano en mi hombro hace que me sobresalte.

- Vas a quedarte helada -dice Andrés a mis espaldas.

Me vuelvo despacio.

- Entendería que no quisieras seguir conmigo después de lo que hizo mi padre.

Me toma por los hombros y le miro a los ojos. Me veo reflejada en ellos, sé que no podría vivir sin él.

- Tu padre destrozó esta familia, sí, pero no permitiré que vuelva a hacerlo.

Sonríe y se ilumina su rostro. Luego suavemente, con un pequeño suspiro acerca sus labios a los míos y me
besa. Larga y profundamente, haciendo que me estremezca. Una mano rodea mi cintura y otra sujeta mi cabeza mientras acaricia mis cabellos. Me siento por primera vez, en mucho tiempo, segura.


Van pasando los días, el verano ha quedado atrás, y el otoño deja paso al invierno. Los árboles han cambiado
sus verdes hojas por pesados copos de nieve. El frío ha dejado un paisaje en blanco y negro, los caminos ahora son lodazales y sólo la pequeña carretera es transitable. Rescaté las madreñas de mamá perdidas entre las zapatillas y utensilios de labrar la tierra. Ha sido una sorpresa ver que puedo mantenerme en ellas sin romperme un tobillo. Llevo su viejo abrigo, aún conserva el olor de ella, a pesar de las regañinas de la abuela que se empeña en que debo ir mejor vestida ahora que estoy comprometida con Andrés.

A mi todas esas cosas me dan igual, creo que el abrigo de mamá es bonito a pesar de estar un poco ajado, y
abriga, lo más importante en estos días tan fríos. Aunque la fecha de la boda no está fijada, hemos decido esperar dos años para que la muerte de mi madre no esté tan reciente. "Cosas del qué dirán" a las que no consigo acostumbrarme, a veces me gustaría vivir en un monte y de verdad ser libre. Mi corazón está
lleno de tristezas y alegrías, empiezo a comprender que la vida es así, hermosa y amarga. No hay felicidad que no vaya de la mano de la tristeza, me case mañana o dentro de dos años la falta de mis padres será mi compañera y el punzante dolor de la pérdida se deslizará entre los pliegues de mi blanco vestido de novia.

Sonrío sin apenas darme cuenta, tampoco podré llevar el vestido de mamá, "demasiado escandaloso para estos
tiempos, el satén marca demasiado las formas de una mujer y no es decente". Sé que la abuela no piensa de verdad así, es una mujer liberal y abierta a nuevas ideas pero marcada por nuestro pasado de "rojos", no puede permitirse un mal paso. Todo ha de ser como mandan las nuevas costumbres. Y yo... cedo para verla feliz.

En primavera iremos a Oviedo a por telas para mi ajuar, y el tío Juan y la tía Mercedes se encargarán de
comprarme el vestido de novia. Quieren que lo encargue en Madrid.

Madrid, lo veo tan lejano..., a veces hasta lo añoro, su gente, su Gran Vía, el barrio de Lavapiés, la Latina
con su teatro de variedades.... A pesar de mi amor por esta tierra, Madrid y yo crecimos juntas. Juntas curamos nuestras heridas, me enseñó su lado bello y su rostro desconsolado y siempre la recordaré como a una vieja amiga.

Estoy llegando a la escuela, a lo lejos veo a los niños esperando a la puerta. Ahora en invierno vienen casi
todos, les saludo con el brazo y algunos echan a correr hacia mí. Los abrazo cuando llegan y beso sus frías mejillas. Me acompañan entre risas, preguntas y zarandeos. En la puerta todos me rodean como los polluelos a su gallina, me cuesta abrir con tanto alborozo y casi nos caemos al suelo al conseguirlo. Cada uno ya sabe lo que tiene que hacer: Matías reparte los cuadernos, Candela los babis colgados en las perchas, Gaspar me cuelga el abrigo mientras me dirijo a encender la chimenea. Sin ella nos moriríamos de frío. Cuando el calor empieza a notarse, los niños van quitándose el abrigo, se sientan en sus pupitres y abren sus cuadernos. Me miran con los ojos muy abiertos aguardando el comienzo de las clases. Yo también me coloco mi bata blanca y saco del bolsillo una tiza.

- Hoy niños empezaremos con un pequeño dictado -algunos protestan un poco- ya sé que todavía os cuesta. No os preocupéis cuando acabemos el curso en primavera lo haréis estupendamente bien. Vamos. "Mi... mamá... me.... ama... y.... yo.... amo.... a.... mi... mamá"

Viéndolos con sus caras concentradas intentando escribir las palabras que voy diciendo, esforzándose en
hacerlo bien, más por satisfacerme a mí que por ellos mismos, me doy cuenta de lo afortunada que soy. Estoy realizando mi sueño; intentar darles una oportunidad a estos niños, que son "mis niños" y mi alma se llena de gozo.

A veces el tiempo pasa a nuestro lado sin darnos apenas cuenta y otras se detiene revoloteando a nuestro alrededor posándose en nuestros hombros, levantando un suave rumor de faldas o meciendo suavemente el cabello.

Si he de decir la verdad, soy feliz. Pero..., siempre hay un pero, y en mi caso es que, efectivamente, la verdad no siempre te hace libre. Mi dolorosa historia familiar, descubierta su cara, libre de maquillajes y accesorios, me ha hecho ver lo despreciables que podemos llegar a ser. Pasé años angustiada por la falta de querencia de mi madre, culpándola de mi abandono. ¡Cuánto dolor en su corazón cuando me llevaron de su lado sin apenas hablar! ¡Cuánto el sufrimiento de no verme crecer! Y yo creciendo con el temor de haber cometido algún lejano pecado que sin conocerlo me había expulsado del paraíso.

Las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza "... la guerra saca lo peor de cada uno....", es cierto, la ira acumulada en años escapó un día arrasando todo lo bueno que quedaba y llevándoselo todo incluso al instigador de tanto horror. Sigo preguntándome si fui yo la que despeñó a ese lobo rabioso, o fue la providencia la que le empujó a su merecido final. Da igual, el daño ya está hecho.... y debo seguir adelante como todos, a veces dando traspiés.

En estos meses de tranquilidad y paseos junto a Andrés, hemos evitado hablar de ello. A ambos nos supone un gran dolor, nuestra nueva vida juntos llevará esa carga que espero vaya diluyéndose con el tiempo.

Hemos engañado a la tristeza con nuestros planes de futuro. Decidimos arreglar la casa de la abuela María e instalarnos allí. Andrés tendría su consulta en casa de su madre, así no notaría tanto su ausencia. Y así a pasito corto hemos iniciado nuestra andadura. Al regresar de la escuela me dedico a ayudar a la abuela con la restauración de la casa, ella sonríe al ver que vuelve a brillar como es sus mejores tiempos.

Nunca me he parado a describir esta casa que amo tanto. Es una casa grande toda de piedra, tiene dos plantas y mi adorado desván. Antes de llegar  te
encuentras con una vieja portilla, al cruzarla entras en un gran prado verde, un pequeño camino te conduce hasta ella. Como si se tratase de unas antiguas
columnas dos grandes macizos de hortensias coronan el camino abriendo paso a la antojana. En esta fachada está la antigua puerta de madera que conduce al interior. Ahí encontramos un amplio distribuidor, de frente las escaleras que suben a la planta de arriba donde yo me sentaba a escuchar hablar a mi madre y a mi abuela. A la izquierda la cocina, grande y luminosa. Tenía tres ventanas, una daba a la fachada principal y dos al prado que rodeaba la casa. En medio
una gran mesa de madera rodeada de sillas, que en algún tiempo estaría repleta de fruta fresca, y ahora sólo adornaba un florero de ramas secas. En uno de los laterales bajo una de las ventanas del prado estaba el fregadero de piedra con su grifo amarillento y una gran encimera de baldosas que la abuela mantenía limpias como el primer día. En otro lateral la cocina de carbón, negra y dorada, el resto del mobiliario lo componían dos alacenas blancas, una con
estanterías y otra con puertas acristaladas y en un rincón la despensa, ahora vacía y desdentada. Al lado derecho del distribuidor, el salón a la derecha con
toda una pared de ventanales y una puerta que da al jardín, ahora deshojado y marchito como todo lo que nos rodea. El salón es amplio con pocos muebles los justos para hacer acogedor el lugar. La escalera nos conduce a la planta de arriba todas las habitaciones dan a un amplio corredor que rodea casi toda la
morada.

Aquí es donde vamos a vivir y queremos que vuelva a ser alegre y colorida. La abuela y yo nos hemos puesto con el triste jardín. Hemos plantado narcisos, pensamientos, margaritas de todos los colores y algún rosal, aunque aquí no se crían muy bien. Andrés nos ha traído un pequeño árbol de lilas que hemos plantado tras el banco junto a los cinamomos, que parecen revivir tras su poda.

Esta es mi vida, a los ojos de los demás, sólo una muchacha que prepara todo para el día más feliz de su vida junto a los seres que ama.

Parece todo perfecto ¿verdad?, no hay nada perfecto, mi vida tampoco, si acaso pensé que este era el final de mi historia me equivoqué. Nunca hubiera podido imaginar, que lo peor aún quedaba por venir.

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