EL SECRETO CAPITULO IV

26.10.2014 18:19

CAPITULO IV

EL ENCUENTRO


Los días han pasado tan rápido que casi no me he dado cuenta. El tío Juan, tal y como prometió ha ido a hablar con el alcalde. Dice que es un hombre altivo, acostumbrado a mandar. La gente del pueblo le tiene respeto, aunque yo creo que lo que le tienen es miedo. Es un Lobo, apellido marcado por el temor desde que yo recuerdo, pero no es Andrés. El alcalde se llama Germán y es el hermano mayor. Aun así, el tío Juan ha conseguido que nos ceda la vieja escuela, siempre que seamos nosotros quien la restauremos y arreglemos. Parece que no ve mucho futuro en el proyecto, dice que las gentes del pueblo y de los alrededores bastante tienen con intentar llevarse un trozo de pan a la boca. No cree que pueda tener  ningún alumno. Los niños mayores y pequeños se van a las minas y las niñas trabajan en las casas más pudientes o ayudan en las labores del campo.

Nada de todo lo que me ha contado me ha amilanado. Estoy segura de lo que hago, darles una oportunidad de ser algo más que animales de carga, es todo lo que deseo. Y si entre todos ellos consigo que uno, sólo uno, aproveche la oportunidad me sentiré satisfecha.

La abuela nos acompañó hasta el pueblo. La antigua escuela está muy cerca de la plaza y la verdad en muy mal estado, sin embargo aún conservaba  los pupitres de madera y la pizarra aunque muy deteriorada.

El edificio es de ladrillo rojo, conserva las ventanas y algunas contraventanas. A penas tiene cristales pero eso es lo que menos importa. En la parte trasera tiene un amplio patio con un castaño y varios fresnos, hay que segarlo y matar las malas hierbas pero cuando esté arreglado va a quedar muy bonito. Allí los niños volverán a ser niños, al menos eso espero. Dentro está lleno de cascotes, nada que no se pueda arreglar con una buena limpieza, y una vieja chimenea que me alegró el día. Si no teníamos cristales, podríamos calentarnos, "si es que
tira" - como dijo la abuela refunfuñona.

En cuanto tuvimos el permiso del alcalde, el tío Juan y la tía Mercedes regresaron a Madrid. Sé que harán todo lo posible para que mi sueño salga adelante. Y yo....

Yo me he levantado esta mañana temprano, he desayunado con mi abuela y he salido corriendo hacia el pueblo.

- ¡Guaja, -a veces así me decía, era como se llamaba a los niños y no tan niños por aquellos lugares- no llegues tarde a comer! ¡Y no quieras hacerlo todo hoy!

- ¡No te preocupes, -contesto desde la antojana de la casa- estaré aquí a la hora!

Me siento feliz, dejo que la brisa de la mañana acaricie mi rostro. Los árboles del camino parecen saludarme a mi paso, me dan ánimos para seguir adelante. Les oigo decir: "Adelante, puedes hacerlo". Y sonrío y agito mi cabello. Nada puede dañarme, me siento fuerte y libre. Libre como desde hace tiempo no me siento.

En mis manos llevo un cubo de cinc, unos trapos, jabón de trozo y una vieja escoba. Sin embargo cualquiera que me viera en ese momento creería que me dirigía a una fiesta. En el camino me he encontrado con algunos conocidos de la abuela que han preguntado a donde iba tan dispuesta, a todos les he contestado lo mismo.

- ¡Voy a limpiar la escuela!

- ¡Ah, entonces es verdad que quieres abrirla!

Y sonrío y sigo caminando. Al llegar al pueblo todo me ha parecido más limpio, más hermoso que nunca y me he dirigido al viejo edificio llena de expectación.

Lo primero que voy a hacer es retirar los cascotes que hay, botellas y excrementos de animales y de no animales. El cuarto de baño es algo escaso en la mayoría de los hogares y cada uno busca el mejor rincón para aliviarse. Me alegro de haber traído guantes y unos viejos sacos. Me van a hacer falta.

- Buenos días -la voz llega desde mi espalda.

Me vuelvo sorprendida, no he podido evitar el sobresalto, tan absorta estoy en mis pensamientos.

- Perdón, no quería asustarla.

No puedo distinguir su rostro está a contraluz. Es un hombre alto y su voz me resulta familiar, me acerco despacio.

- Déjeme que me presente -dice alargándome su mano- Mi nombre es Andrés, Andrés Lobo.

Me he quitado el guante atropelladamente y he estrechado su mano.

- Yo soy Mara, Mara Álvarez -y no sé por qué sonrío como una niña- Creo que nos conocemos. ¿Verdad?

- Me temo que no. En el sepelio de su madre no pude presentarles nuestro respeto.

Le he mirado asombrada, luego me he repuesto. Tal vez él no recordara nuestro encuentro de niños.

- Disculpe mi insistencia. Ha dicho que se llama Andrés, Andrés Lobo ¿no es cierto? -porfío a sabiendas que es algo que no debe hacer una señorita.

- Así es. -responde acercándose más. Efectivamente es el joven de la estación y me ruborizo.

- Entonces debo darle las gracias por no dejarme caer cuando iban a enterrar a mi madre.

Me trago mi rubor y me atrevo a mirarle a los ojos y en ellos veo la misma soledad, el mismo miedo del niño que conocí hace ya tanto tiempo. Sin embargo, sus modales y su gesto desprenden seguridad.

- No hay de qué. Vi como palidecía, estaba cerca y llegué a tiempo. -Su voz es cálida, amigable.

- Aun así acepte mi gratitud.

- Me han dicho que quiere abrir la escuela. - Ha cambiado de conversación y se ha acercado a una de las ventanas- Va a tener que trabajar mucho para dejarla limpia.

- ¡Oh, no importa! -Replico colocándome de nuevo los guantes- No me asusta el trabajo.

- Quizá necesite que le echen una mano -se ha colocado enfrente de mí con una sonrisa.

- La gente ya tiene bastante con la mina y las labores del campo. No seré yo quien les pida más.

- Bueno, yo no trabajo en la mina y sólo un poco en el campo. Soy médico y aunque no siempre dispongo de tiempo me gustaría echarle una mano aquí..., si a usted no le molesta, claro.

Casi imperceptiblemente una nota de sarcasmo en sus palabras, como aquella primera vez...

- ¡Claro que no me molestaría!  Al contrario... -ha sido tanto mi entusiasmo ante su proposición que él ha soltado una carcajada haciendo que de nuevo el rubor subiese a mis mejillas.

- Estaré encantado de venir a ayudarla.

Ha estrechado de nuevo mi mano, esta vez con los guantes puestos, lo que ha contribuido a azorarme más y ha retirado de mi rostro un pequeño mechón rebelde que se ha escapado bajo el pañuelo de mi cabeza. Su gesto es dulce como el de un niño con su madre. Por unos segundos sus ojos se han clavado en los míos...luego los ha retirado como culpable.

- Esta tarde vendré, si le parece bien -su voz se ha vuelto dura, ¿por qué?

- Gracias, de nuevo sr. Lobo.

- Por favor, llámeme Andrés.

Y ha salido deprisa, sin dejar que yo pudiera contestar. ¿Por qué me ha dado la sensación de que se sentía culpable?

No podía imaginar que por la tarde regresaría. Al verle entrar por la puerta he sentido que el corazón me daba un vuelco. Y no ha venido solo, le acompañan un grupo de niños y algunas mujeres.

- ¿Llegamos tarde? -pregunta con una amplia sonrisa.

- ¡Claro que no! -respondo alisando las arrugas de mi vestido.

- Estos vecinos, algunos me imagino que ya los conocerás, quieren echarnos una mano.

Allí estaban todos los hijos de María, la amiga de mi abuela, mujeres a las que había saludado pero de las que no sabía su nombre, niños y niñas, todos ellos mirándome expectantes.

Miré a Andrés y luego me dirigí  a ellos:

- Gracias a todos por venir. - Andrés me hace un gesto con la cabeza y continuo- Lo más importante es que consigamos sacar toda la basura que hay aquí dentro. Si lo conseguimos -digo esbozando una sonrisa- Todo lo demás será fácil.

¿Cómo describir cómo ha sido la tarde? No tengo palabras para hacerlo. Poco a poco entre las canciones de algunas mujeres y la algarabía de los niños, la escuela ha ido quedando limpia de cascotes, envases y excrementos. Verla por fin vacía, ha sido como un sueño. Podía imaginarme como llegaría a ser. Cortinas de suaves colores que dejaran pasar la luz en los días grises de invierno, dibujos de los niños colgados en las paredes, una planta con flores encima de mi mesa y el familiar olor a lápices y gomas de borrar. Los niños sentados en sus pupitres lijados y barnizados mientras yo escribía las letras en la pizarra...

- Mara -Fina, una de las hijas de María, me ha sacado de mi ensueño- Nosotras debemos irnos ya. Está oscureciendo y madre nos espera en casa.

- Perdonad, he abusado de vuestro tiempo sin darme cuenta. -He acariciado su mejillas suaves y sonrojadas por el esfuerzo- Creo que es hora de que todos regresemos a casa. Habéis sido de mucha ayuda, sin vosotros no hubiera podido dejarlo así en tan poco tiempo. Gracias, gracias a todos.

- La escuela hace falta, señorita. Nos hace falta a todos - me ha dicho una señora que había visto por el pueblo- ¿Podrá enseñarnos también a los mayores?

- ¡Estaría encantada de poder hacerlo! Discúlpeme, hace mucho que me fui de aquí y no recuerdo su nombre...

- Candelaria, me llamo Candelaria -contesta tímidamente.

- La enseñaré si me promete no llamarme de usted. Soy yo la que debería hacerlo.

La mujer ha sonreído y ha asentido con la cabeza. Uno a uno se han ido despidiendo prometiendo regresar al día siguiente.

Sólo quedamos Andrés y yo. El silencio se ha hecho molesto a nuestro alrededor después del alboroto y las voces que nos habían acompañado. He empezado a recoger los cubos y las bayetas evitando mirarle. Me siento un poco intimidada por su presencia, es una sensación rara, entre abrumadora y cálida. Sin darme cuenta hago un gesto como si esas palabras se las dijese a una amiga. Y él se da cuenta y yo me muero de vergüenza.

- A veces los pensamientos aflorar como las palabras -dice Andrés cogiendo los cubos  de mis manos- A mí también me pasa. Será mejor que salgamos, o las malas lenguas hablarán de nosotros.

Sonríe y yo le devuelvo la sonrisa como una tonta.

- Nunca me ha importado el qué dirán. Me he llevado muchas reprimendas por ese motivo.

- ¿Otra vez le han traicionado sus pensamientos? -no sé qué cara he puesto pero ha soltado una gran carcajada.

- Parece que le resulto divertida -le digo cogiendo el cesto y saliendo por la puerta.

- No pretendo molestarla. Aquí es todo tan previsible... Es una de las pocas mujeres que conozco capaz de ser tal y como es, aunque sea por unos minutos.

- Le sigue gustando tomarme el pelo, como de niña -digo sin saber cómo han brotado esas palabras de mi boca.

No le he mirado pero sé que le han sorprendido mis palabras. Se ha puesto la gorra y ha encendido un cigarrillo.

- La acompañaré hasta el camino de su casa -su voz es fría de nuevo.

- No es necesario, puedo volver sola.

- No es conveniente.

Entonces me vuelvo y le miro desafiante.

- De pequeña conocí a un niño. Se escondía en los arbustos de cerca del río. Llevaba gorra como usted.  Quizás le conozca.

Aparta la mirada y tira el cigarrillo pisándolo suavemente.

- Tenía la esperanza de que no se acordara -las palabras le salen pausadas, cansadas.

- ¿Por qué? -Le miro y vuelvo a hundirme en la profundidad de su tristeza- ¿No fuimos amigos?

Se ha vuelto a instalar el silencio y me acompaña callado hasta la baranda del prado de la casa. Las sombras empiezan a hacerse largas. El sol está bajando por el horizonte y la luz dorada lo invade todo.

- Hasta mañana.

- No ha contestado mi pregunta....- ya, ya lo sé soy muy cabezona pienso, mientras me detengo frente a él.

- No ha pensado que tal vez yo no quiera contestar.

Me mira a los ojos, luego aparta la mirada y la dirige hacia la casa. Ahora mira al suelo y se quita la gorra mesando su cabello.

- Sí. Nos conocimos de niños -contesta por fin sin levantar los ojos- Ahora debe irse a casa. -abre la portilla.

- Gracias. Muchas gracias por todo.

Entro en el prado sin volver la cabeza. ¡Qué hombre tan complicado! Estoy enfadada y mi enfado va en aumento. ¡Ni que le hubiese preguntado algo íntimo y personal! ¡Claro que la culpa es mía por ser tan empecinada! ¿Qué importa si nos conocimos de niños o no? ¡Vaya tontería! ¿Y si es una tontería, porque se
molesta por la pregunta? La abuela no está, dejo los cubos y el cesto a la entrada de la casa y subo hasta el desván.

¡El diario, me había olvidado el de él! Miro en el baúl, si sigue allí y lo abro temblorosa. Sé que hay algo, algo que ocurrió cuando era una niña, algo que todos se empeñan en ocultar y que yo voy a descubrir.

El sol se está escondiendo, y apenas entra luz por la vieja claraboya. La abuela aún no ha llegado y decido bajar a mi cuarto. Esta noche, cuando la abuela se duerma empezaré de nuevo a leer, no debo olvidar coger una vela y los fósforos de la cocina.

Sí, esta noche espero empezar a entender mi vida.

El viejo diario.....Por el supe que los Lobo siempre habían sido amigos de mi familia. Lisardo y Jacinta eran los padres de Isidro y de Pedro. Este último era el pequeño de la familia y un gran admirador de mi padre. Le acompañaba allá a donde fuera. Isidro era el mayor y mi madre contaba que estuvo enamorado de ella, pero nunca fue correspondido. Isidro se casó antes que ellos con Elisa, una mujer, según describía mi madre, muy hermosa y dulce. Contaba de ella que parecía un ángel con sus rubios cabellos ondulados y sus grandes ojos verdes. Mamá escribía que se habían hecho grandes amigas y que compartían largas tardes de café en los jardines de su casa, la más grande y bonita de todo el concejo. Porque los Lobo eran la familia más acaudalada de los alrededores.

Mis padres nunca tuvieron casa propia allí. Papá era huérfano y le criaron unos tíos de un pueblo cercano que nunca le tuvieron mucho aprecio, además era un chico de salud delicada, nunca creyeron que pudiera llegar a cumplir los catorce años. Sin embargo llego a la pubertad y entonces le dijeron que ya era hora de que se buscase la vida el sólo y tuvo que abandonar su casa. Siempre fue un hombre muy inteligente al que le gustaba leer y escribir, le apasionaban los libros y tenía un gran afán de aprender.  Se fue a Oviedo y allí con gran esfuerzo y mucho trabajo consiguió sacarse la carrera de Derecho. Sí, mi padre era abogado y siempre estuvo del lado de los que no tenían nada como él.

Allí conoció a Lisardo Lobo que le propuso ir a Villar a llevar sus asuntos legales y ahí comenzó todo. Pero me estoy alejando del diario con mis propios pensamientos, recordando las cosas que contaban la abuela y mamá de él.

En fin, como digo la relación era estrecha, casi familiar, porque mis abuelos eran también de clase acomodada así que mi padre era el que venía de clase humilde y fue el que poco a poco fue ablandando los corazones de los demás. Hablaba de no oprimir a la gente del pueblo que ya de por sí sufría a diario. Que era necesario reformar las instituciones políticas para que todos pudieran tener un pedazo de pan que echarse a la boca. No era comunista como decían algunos, ni de derechas como decían otros. Era demócrata desde lo más profundo de su ser y creía firmemente  que todos podían vivir en paz.

Ese intenso respeto que sentía por todo y por todos hizo que muchos le quisieran de corazón. De ahí nació la admiración de Pedro por mi padre y la de mi padre por él. Su delicado estado de salud y sus ideas tan puras le hicieron ignorar las peticiones de ingresar en las listas de ningún partido en las primeras elecciones de la República. Cuando estalló la guerra yo tenía casi cinco años y mi padre, a pesar de los ruegos de mi madre, se alistó en el ejército republicano,  pero no pudo estar mucho tiempo. Su corazón le jugó una mala pasada y tuvo que regresar a casa. Pedro, su gran amigo, estuvo a su lado hasta que pudieron convencerle de que abandonara España y se fuese con nosotras a Portugal.

Mama escribía: "....cuando cruzamos la frontera en Caminha, José rompió a llorar como un niño. Nunca le he visto tan hundido, tan roto... He comprendido que nunca será el mismo y yo debo tomar las riendas de nuestra nueva vida. Mara, gracias a dios, es muy pequeña para darse cuenta de nada. Para ella son unas vacaciones, para nosotros el exilio. No sé si volveremos a ver nuestra casa, nuestras costas, a nuestros amigos y vecinos.
Esta guerra cruel acabará con el ideal democrático de José, gane quien gane, habrá vencedores y vencidos y la brecha puede que nunca vuelva a cerrarse. Consolándolo en mis brazos como si fuera un niño, mientras acariciaba sus cabellos y secaba sus lágrimas, he sentido que mi amor hacia él es cada día más grande. De todas las decisiones buenas o malas que he tomado en mi vida, decidir pasar la vida junto a él ha sido la más hermosa, la más plena, la que volvería a tomar si volviese a nacer mil veces. Sé que una parte de él acaba de
morir y nosotras ahora debemos aliviar su pérdida..."

Mientras he leído estas líneas no he podido dejar de llorar, nunca hubiera podido imaginar que el amor que les unía era tan grande, tan sólido. Ese amor que parece que sólo existe en las novelas. Quizás algún día yo pueda sentir un amor así...

Después mi madre empezó a escribir más de tarde en tarde, se ocupaba de todo y apenas tenía tiempo para sí misma y luego lo dejó.

No hay nada sobre la muerte de mi padre, ni el tortuoso camino de regreso a España, tampoco de nuestra vida en Villar con la abuela. Sólo una anotación:

Villar, 8 de julio de 1941

Hoy Mara ha regresado de su paseo. Le gusta perderse por la orilla del río entre los avellanos y los fresnos. No le dan miedo los artos, las ortigas o arañas, ella es feliz aquí. Como si fuera una rama perdida que ha encontrado el tronco que la alimenta. Es dulce y cabezota, tan parecida a su padre....Hoy he visto en sus ojos que ha comprendido. Hasta ahora todo lo que nos rodea, el hambre, la miseria, el miedo no habían hecho presa en ella. Cuando la he visto llegar he visto que su alma ha sufrido un duro golpe, ha sentido la soledad del que no puede hablar por miedo, no sé qué ha sido lo que ha provocado su dolor, pero ha anidado en ella..."

Sí, ese era el día que había conocido a Andrés y a su padre. El día que supe que había hombres que cazaban
hombres, cuando entendí por qué la gente andaba con la vista baja sin atreverse a mirar de frente por miedo a ser detenidos, inculpados, castigados. Ese día en el que, por fin supe porque la abuela María no quería que nos acercáramos a los Lobo.

Cerré los ojos, hacía de eso tanto tiempo y sin embargo lo tenía impregnado en mi alma. Por eso mi afán de
volver, de recuperar mi inocencia y mi felicidad.

No había nada más escrito, parecía que habían arrancado unas cuantas páginas. Eso era todo.

Mi desilusión ha sido muy grande. Tenía tantas esperanzas en encontrar algo que me ayudara a saber de mi pasado....
En mi memoria, sólo retazos de juegos en los campos y en el río, me atrevería a decir que Andrés me acompañaba en todos esos momentos pero no podía asegurarlo y él no parecía tener deseos de hablar de aquella época.

La abuela me llama desde la cocina, la cena está preparada. En mi mente surge una idea, debo ponerla en práctica muy sutilmente o todo se irá al traste.

Bajo las escaleras como si acabara de recibir una sorpresa, sonriente entro en la cocina con el diario en la mano y doy un beso en la mejilla a mi abuela.

- ¿Sabes? He encontrado el diario de mamá -digo alegre mientras me lavo las manos- ¡Que felices erais! ¿Verdad?

Me siento a la mesa y lo abro, la abuela lo mira sin sorpresa.

- Empezó a escribirlo en día de su boda. -Continuo mientras espero que la abuela tome asiento- Debía estar tan bonita con su traje de satén....

A la abuela se le iluminan los ojos y medio sonríe. Es el momento.

- El abuelo todavía vivía, ¿no? Anda, cuéntame cómo fue ese día -pido entusiasmada.

La abuela sirve la sopa pausadamente.

- Eran otros tiempos, nena. Todo era distinto entonces.... -me mira y la sonrío. Ella mueve la cabeza-  Esta casa no estaba tan desvencijada y triste -se le iluminan los ojos- Los muebles entonces eran nuevos y los habían
limpiado y pulido. En las ventanas colgaban cortinas blancas bordadas para la ocasión. Ese día amaneció precioso, la luz entraba a raudales haciendo que todo resplandeciese. Las flores adornaban todos los cuartos y el salón estaba lleno de los regalos que habían ido llegando. El ajuar de tu madre estaba expuesto ocupando  los sofás y sillones. Entonces teníamos a gente trabajando para nosotros. En el prado habían colocado una gran pérgola y bajo su sombra las mesas donde íbamos a comer, vestidas con blancos manteles almidonados. Centros de flores en cada una de ellas, la cristalería fina, los cubiertos de plata.... Guirnaldas de flores adornaban la entrada de casa...

Se ha callado un momento, estaba muy lejos en aquel día, después ha continuado:

- Tu madre estaba preciosa, debo reconocerlo, a pesar de haberme opuesto a su vestido de satén que me parecía poco decoroso. Sin embargo ella lo lucía de tal forma que parecía un hada saliendo de un bello cuento. Tu abuelo ya estaba muy enfermo, por eso adelantamos la boda, pero esa mañana se levantó eufórico, parecía un hombre más joven y fuerte....

- ¿Y tu abuela como ibas? -pregunto con interés.

- Está mal decirlo, pero por lo que decían todos debía ir muy elegante. Era más joven, más espigada y sin tanto dolor en mi alma -sus ojos se oscurecen.

-¿Y cómo era el vestido? -quiero que continúe, que no se pierda en los recuerdos amargos.

- Era de seda de gazar en rosa palo. Los zapatos estaban forrados de la misma tela. Creo que todavía andan por el desván. Estábamos todos muy guapos. -dijo riendo.

- ¿Y vino mucha gente?

- Estás muy preguntona.

- Es que tuvo que ser un día tan bonito....

- Si vinieron todos los amigos de la familia. Fue un día hermoso.

- Mamá habla de su amiga Elisa. Dice que era muy hermosa, la describe como un ángel.

- A sí, Elisa -la abuela no se da cuenta pero yo suspiro de alivio cuando ella contesta a mi pregunta- Una mujer preciosa, con aquellos cabellos dorados y sus grandes ojos verdes. No me extraña que la describa como un ángel, era lo que parecía. Una mujer tan bella por dentro como por fuera. Nada tenía que no compartiese con los demás. Fue una gran amiga de Lara, pasaban muchas tardes juntas, reían sin parar...

Ahora la pregunta delicada, ¿contestaría la abuela?

- ¿Y qué ha sido de ella? No recuerdo haberla visto nunca.

- No podrías reconocerla. Ella era un ángel y su marido el mismo diablo. - su tono ha cambiado. Hasta aquí el interrogatorio, tendré que esperar a que pasen unos días antes de volver a preguntar- Ahora a cenar, que se enfría la sopa.

La conversación durante la cena se centró en el trabajo de la escuela, qué habíamos hecho quienes habían ido, como había regresado a casa...

- No te preocupes abuela, me ha acompañado Andrés. ¿Te acuerdas de él? -pregunto sin levantar los ojos de la sopa.

- ¡Vaya por Dios! -Exclama la abuela- Ya estamos a vueltas con ese chico.

- Parece buen hombre,  muy educado y amable. Gracias a él he tenido mucha ayuda.

- Sí, ya. No lo discuto, es hijo de Elisa, su misma bondad, no como...- La abuela se interrumpe- ¡Bueno, sea como sea no me gusta que  te vean con él a solas! Ya sabes las malas lenguas...

- Pierde cuidado, no creo que esté interesado en mí. Pero ¿sabes?, algunas veces parece tan atormentado...como si guardase un secreto, algo que le hace sentirse culpable...

- ¡Anda, come y calla! ¡Cómo os gusta a las muchachas inventaros novelas! -Siento algo en su voz, ¿pena?

En mi cuarto entre las suaves sábanas desgastadas, arropada por el viejo cobertor cierro los ojos. Puedo imaginar el bullicio y la alegría, las risas que impregnaron esta vieja casa y no sé por qué me siento feliz.

El amanecer me ha sorprendido acurrucada entre las sábanas, empapada en sudor con las manos agarrotadas alrededor de mi almohada. Creía que me libraría de estas pesadillas una vez en casa, pero no ha sido así. Sigo corriendo por el bosque, sin aliento, sudorosa, asustada y sin dejar de llorar. En esta ocasión, y por primera vez, escucho la voz de mi madre aterrorizada: "¡Corre hija, corre! ¡No mires atrás! ¡Corre!" Y yo la obedezco hasta llegar a un risco. Ahí tropiezo y caigo al suelo, entonces me despierto con el corazón en un puño, encogida en forma fetal como esperando lo inevitable...

Intento tranquilizarme, sujetar mi corazón. Estoy en casa, con la abuela, no tengo nada que temer, es sólo una pesadilla. Poco a poco me voy relajando, suelto mis manos de la almohada, mi mandíbula se distiende y soy capaz de razonar. Estiro mi cuerpo he intento dormirme pero no puedo. Esperaré un ratito, en cuanto oiga a la abuela me levantaré. No quiero asustarla ya ha sufrido bastante.

Esta tarde acabaré pronto en la escuela, sí, e iré a hacer una visita a Elisa, la amiga de mamá, la madre de Andrés...

La abuela ha insistido en acompañarme esta mañana.

- Quiero ver cómo está quedando la escuela -ha dicho mirándome a los ojos por si tenía algo que esconder.

- Muy bien -he contestado sin retirar la mirada- Aunque todavía queda mucho por hacer.

Y nos hemos ido del brazo hacia el pueblo, como antes cuando era niña y me llevaba de su mano. Siento su aroma a limpio y su dulce calor a mi lado y me olvido de todo lo demás. Al llegar al viejo edificio y abrir la puerta se ha sorprendido.

- ¡Vaya, hija! Sí  que trabajasteis ayer -ha exclamado emocionada- No parece la misma.

Me ha dado un beso en la mejilla y unas palmadas en mi mano.

- ¡No se te ocurra barrer sin echar agua primero en el suelo! - Dice remangándose las mangas- ¡Vamos allá!

Cojo el cubo y voy a la pequeña fuente que hay tras la escuela. El agua cae cantarina, y forma un pequeño arcoíris. Me pregunto cómo puedo sentirme tan feliz con algo tan sencillo, no está mamá, se ha ido y sin embargo el olor a campo, el sonido de los pájaros, las hojas moviéndose en los viejos árboles me consuela. Es curioso, no añoro mi vida en Madrid, quizá porque siempre pensé que era un castigo.

- ¡Mara, que se sale el agua del cubo! -grita la abuela desde la ventana.

- ¡Qué tonta! -exclamo riendo- ¡Ya lo llevo!

Sin querer he empezado a tararear una canción y al llegar me ha reñido la abuela.

- Hija has de tener mucho cuidado, hace muy poco que se ha muerto tu madre. La gente puede pensar que no eres buena cristiana y que no  la querías...

- Tú sabes que no es así. No me he dado ni cuenta. Perdona -digo excusándome.

- Tu corazón por un momento se ha sentido feliz, es normal niña, eres muy joven. Pero no toda la gente es buena y les gusta ir con chismes de un lado a otro. Hasta el correo cuando llega a casa ya ha sido leído. No has de tenérselo en cuenta, les cuesta mucho salir adelante y en algo tienen que entretenerse. Eso sí, -dice acercándose a mi oído-  algunos lo hacen de mala fe.

La mañana la pasamos solas, todos los demás estaban ocupados en sus labores. Tampoco Andrés se pasó por allí y me he sentido un poco decepcionada, miraba a la puerta esperando que apareciese en cualquier momento pero no ha sido así.

La abuela María ha dicho que era mejor que dejásemos que el polvo se asentase y no volver esa tarde. No he protestado, eso me dejaría más tiempo para escribir unas cartas a mis amigas Elvira y Candela. Gracias a su información ya sabía que no debía ser muy expresiva en mis  misivas, no vaya a ser que sean leídas. Después iré a visitar a Elisa.

Y ahora, voy por el camino, he dicho que me iba a dar un paseo y que regresaría pronto. He pensado en recoger unas flores y llevárselas, no me parece bien llegar con las manos en los bolsillos. Al salirme del camino he encontrado madreselva, mimosas, algunas anémonas,  margaritas y dos sanjuanes. Bueno ahora que lo miro mi ramo no es de lujo, pero ha quedado muy bonito y huele muy bien. Según me voy acercando va apareciendo la casa, ¡qué bien escribía mi madre porque es tal y como describía en su diario! Es la casa más bonita de todo el valle, toda de piedra clara, no oscura como las demás, con un gran escudo encima de la puerta. A un lateral una galería de madera sostenida por unos pies derechos, la fachada salpicada por unos pequeños balcones de
madera y rodeada toda de un hermoso jardín. La rodea una alta muralla también de piedra y unas enormes puertas de madera que, gracias a dios están abiertas.

Entro un poco temerosa, no sé si querrá recibirme.

- Señorita, ¿cómo usted por aquí?

¡Qué alivio escuchar una voz conocida! Me vuelvo y encuentro a Fina, la hija de María.

- Buenas tardes Fina -contesto acercándome a ella- No sabía que trabajases en esta casa.

- La señora es muy amable, nos dio trabajo a mi hermana Pilar y a mí.

- Yo he venido a ver a Doña Elisa, pero no sé si querrá recibirme.

-¡Claro que sí! La señora se pone muy contenta cuando viene alguna visita - dice Fina alegre- Sígame.

La sigo por un pequeño camino empedrado que lleva a otro lateral de la casa, está flanqueado por rosales
bajos, rojos, blancos, amarillos y naranjas. Al fondo hay una pérgola blanca y debajo de ella una mesa de jardín blanca con varias sillas y sillones alrededor.

- Señora, tiene visita -Fina me ha señalado y ella me ha mirado. Sus ojos verdes se han clavado en mí y ha sonreído.

- Perdone que la moleste -he empezado a decir recordando todas las formas de cortesía que me ha enseñado la tía Mercedes- Estaba dando un paseo y he pensado en visitarla. Me llamo Mara...

- .... Álvarez Portillo, te pareces mucho a tu madre. ¿Esas flores son para mí?

- Si -contesto con una gran sonrisa- No son tan hermosas como las de su jardín...

- Las flores son todas hermosas y las silvestres mucho más. Ven y siéntate a mi lado.

- Gracias. -contesto modestamente mientras tomo asiento.

- Sentí mucho la pérdida de tu madre, mucho.

- Lo sé. Mi madre escribía un diario, en él hablaba de usted. Era su mejor amiga.

- Sí, cierto. Fuimos grandes amigas hasta que la vida nos separó.

La miro y asiento, su rostro todavía guarda la hermosura de antaño y sus ojos brillan de curiosidad, pero su cuerpo está maltrecho, deformado. Sólo sus manos parecen haber mantenido la frescura de su juventud.

- En su diario, mamá decía que pasaban aquí muchas tardes...

- ¡Qué tiempos aquellos! Tu madre era muy hermosa y tu padre muy apuesto. ¿Sabes? Eran tal para cual.

- Yo apenas conocí a mi padre -digo bajando los ojos.

- Era encantador, tan risueño y bromista. Era muy abierto y amable. Tan distinto a su hermano... ¿Cómo está tu tío Juan? No pude hablar con él el día del sepelio.

- Bien,  como siempre.

- Me parece mentira que sean tan distintos -dice Doña Elisa perdida en sus pensamientos- Debe de ser porque cada uno se educó con gente distinta. Fíjate a pesar de que Juan fue cuidado por otros tíos más cultos y pudientes que tu padre, siempre fue más triste, más apagado. Sin embargo tu padre que sufrió tanto, era alegre y lleno de vida...

- Sí. Son muy distintos pero....

- Ambos tienen un gran corazón. -Ha sonreído y tomado mi mano- Perdona que te interrumpa tantas veces, que maleducada soy. Cuéntame cosas de ti. Me han dicho que quieres abrir la escuela.

- Sí, así es. Mi tío me está ayudando desde Madrid, su hijo Germán nos dio el permiso y Andrés estuvo ayudándonos a quitar los escombros.

- Andrés... Es un buen chico, muy cariñoso conmigo. A veces puede parecerte duro pero esconde un gran corazón, que en estos malos tiempos hay que saber esconder. Shhh -dice llevándose un dedo a los labios- Ahí está.

- Buenas tardes, madre -dice llegando y besando dulcemente su mejilla- Veo que estás acompañada. Buenas tardes Mara.

Y se sienta entre medias de las dos. En ese momento llega Fina secándose sus manos.

- ¿Qué les sirvo a los señores?

- Yo tomaré un café sólo -dice Doña Elisa, guiñándome uno de sus hermosos ojos.

- Madre, no debes tomar café -le reprocha Andrés con cariño.

- Lo sé, lo sé. Pero hoy es un día especial. Mara ha encontrado el diario de su madre y ha descubierto que Lara y yo éramos grandes amigas.

¿Ha sido apreciación mía o Andrés ha palidecido por un momento? Sea como sea se ha repuesto enseguida y ha sonreído.

- ¿Y usted? -pregunta dirigiéndose a mí.

Me siento azorada, me intimida su presencia. Fina me mira con afecto esperando mi respuesta.

- Yo también tomaré café, pero con un poquito de leche -respondo al fin bajando los ojos.

- Acompañaré a las señoras, Fina. -Se vuelve hacia mí- ¿Así qué encontró el diario de su madre?

- Sí. Estaba en un viejo baúl, pensé que podría conocerla un poco mejor. -mi mirada se dirige a Fina que se aleja con andares garbosos.

- A veces es mejor no saber. Se sufre menos -Dña. Elisa saca un pequeño pañuelo blanco y bordado de su bolsillo,secándose unas pequeñas lágrimas de sus ojos.

- Mi madre se emociona siempre con los viejos recuerdos -Andrés posa su mano en las de ella y ésta sonríe.

- ¡Cierto! Empiezo a ser una vieja tonta...

- ¿Mi madre nunca vino a visitarla cuando regresó? -pregunto inocentemente.

- No hubiera podido recibirla. Nuestras familias se alejaron durante la guerra. Mis suegros perdieron a un hijo y todo se desmoronó. Ella lo sabía por eso no vino. -Dña. Elisa da un suspiro- La vida nos separó físicamente pero no nuestros corazones. Siempre pensé en ella y sé que ella en mí.

- ¿Y leyendo su diario ha satisfecho su curiosidad? -pregunta Andrés mirándome fijamente a los ojos.

En ese momento llega Fina con el café y lo sirve despacio, cuidadosamente, en finas tazas de porcelana, como las que tiene la tía Mercedes en Madrid. Espero paciente a que Doña Elisa tome su taza, me muero por probar de nuevo el amargo líquido negro, la abuela sólo tiene achicoria.

- La verdad -respondo retirándome el pelo de mi cara- es que en parte sí y en parte no. He conocido el tiempo en el que todo parecía más fácil, cuando mis padres eran felices y todos parecían serlo. También he sabido de su llegada a Lisboa y de su tristeza. Pero luego dejó de escribir y faltan algunas páginas del cuaderno.

- Al menos le dejó un bonito recuerdo -Andrés toma su taza y la lleva a sus labios- ¡Mmmm! Delicioso, ¡qué bien hace Pilar el café!

- Si pero me hubiese gustado averiguar qué enfermedad tuve y por qué me alejaron de aquí...

Me ha dado la sensación que a Andrés no le ha gustado lo que he dicho. Casi se tira el café por encima.

- Seguramente la tuberculosis -dice Doña Elisa tranquila- En esos días había mucha gente enferma.

- Posiblemente fuera eso, sí. He leído que hubo un gran número de casos. Se consideró una epidemia.

Andrés se ha secado la comisura de sus labios con una pequeña servilleta y ha recuperado su gesto plácido.

La conversación ha ido girando por unos y otros derroteros hasta que el sol ha empezado a ponerse.

- Creo que es hora de que regrese a casa -digo con una sonrisa mientras me levanto. Andrés ha imitado mi gesto- A mi abuela no le gusta que llegue tarde. Han sido muy amables conmigo.

- Espero que vuelvas a visitarme otro día. Es como tener un trocito de tu madre a mi lado. Me alegra que hayas venido. -Doña Elisa ha tomado mi mano y yo he besado su mejilla.- Deberías acompañarla a casa, Andrés.

- Por supuesto madre.

- No es necesario, ya he abusado demasiado de su hospitalidad.

- De ninguna manera. No son los caminos para andarlos sola. Andrés irá contigo.

Hemos salido del precioso jardín y nos hemos dirigido de vuelta a la gran puerta. Andrés me ha cedido el paso y comenzamos a andar silenciosos. Yo estiro distraídamente las arrugas de mi vestido negro, abotonado hasta el cuello como manda la costumbre en tiempo de luto, y miro la punta de mis alpargatas también negras como mis medias. Siempre me ha gustado el negro pero tener que llevarlo por imposición, se me hace cuesta arriba. El dolor de mi pérdida no es mayor ni menor por el color de mi vestido, madre ya no está y ese vacío no lo lleno con nada pero parece ser que las normas dicen que la pena hay que llevarla escrita en la vestimenta, no vale con tenerla grabada a fuego en el alma.

- Srta. Mara...

- Perdone. ¿Me decía? -contesto distraída.

- Ya veo que está a muchos kilómetros de distancia. ¿Tal vez en Madrid? -dice un poco jocoso Andrés.

- No, no tan lejos. Pensaba en mi madre...

- Lo siento. Ha de ser muy duro para usted y yo he sido muy descortés.

- No, no se preocupe. La vida tiene que seguir, ella siempre lo decía. "La vida, hija, siempre sigue su marcha. Por mucho que queramos detenernos se encarga de seguir tirando de nosotros hasta el final del camino". Pero es tan difícil a veces seguir...

- La mía dice que "la vida no es como nosotros desearíamos que fuese, sino como nos ha tocado vivirla. El secreto está en intentar ser feliz a pesar de todo".

- Tiene una madre encantadora. ¡Qué pena que dos buenas amigas tuvieran que separarse! ¿Verdad?

- Sí. Pero la amistad siempre estuvo viva. Gracias.

- ¿Por qué? -pregunto sorprendida.

- Por su gesto de ir a visitarla. Le ha dado una gran alegría. Hacía mucho tiempo que no la veía así. Es como si su llegada la hubiera rejuvenecido por dentro y por fuera.

- No debe dármelas. Tenía gran curiosidad por conocerla después de leer el diario. Siento que conozco tan poco de mi propia familia. A penas retazos de recuerdos de mis padres, de mi vida aquí...Pensé que conociendo a su madre podría conocer un poco más a la mía.

- Su madre fue una gran mujer. Fuerte, como no he conocido a ninguna.

- ¿Entonces por qué me separó de su lado? -pregunto plantándome frente a él. ¿Por qué dejó que su única hija se criara lejos?

- ¿Nunca ha pensado que hizo lo que creía mejor para usted? -Su mirada es triste de nuevo y me siento culpable. -¿Quiénes somos para juzgar las decisiones de los demás?

- Tiene razón, discúlpeme. A veces soy muy terca. -respondo mientras comienzo de nuevo a caminar- Pero me parece injusto que una etapa de mi vida esté tan vacía, sin recuerdos... Hay noches que me pregunto qué fue lo que hice mal para recibir un castigo tan cruel.

Él se ha parado y me ha tomado por los hombros, me mira a los ojos fijamente.

- Usted era una niña. Enfermó y su madre decidió mandarla fuera. - Me miente, en sus ojos veo que miente. Andrés sabe, sabe algo que oculta celosamente- Ella sólo pretendía que tuviera una oportunidad que de otra manera quizás nunca hubiera tenido.

- Tal vez... Todos dicen lo mismo. Es como una lección aprendida, "España limita al norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos que nos separan de Francia". Sólo busco la verdad.

Me suelto de sus manos. Echo andar sin esperar que me siga.

- ¿Qué verdad? -pregunta alcanzándome. - Parece una niña caprichosa a la que no han dado un dulce. Ya sabe la verdad, lo que no quiere es aceptarla. En un país desolado por la guerra y el hambre una madre hizo lo que tuvo que hacer.

Siento que esa ira que a veces recorre mi cuerpo me invade. Intentar controlarla en tarea inútil, ha llegado a mi boca.

- ¿Y usted? ¿No me ocultó que nos conocimos de niños? -Sé que me arrepentiré, seguro- ¡Estabas escondido en el bosque, te ocultabas de tu padre! ¡Él te buscaba enfadado y yo te pregunté por qué! ¡Me dijiste que cazaba hombres!

Andrés intenta calmarme, que poco me conoce si piensa que con suaves palabras puede hacerlo. Pretende coger mis brazos y yo le aparto con fuerza. No quiero que esté a mi lado, quiero que se vaya, que se vaya con todos los que me han mentido, los que aún me mienten. Y se lo grito sin piedad, como si hubiera perdido el juicio.

Entonces el por fin me sujeta, cruza mis brazos por delante de mí, y me estrecha contra él.

- Mara, Mara -susurra en mis oídos- Tranquilízate, todo está bien, todo está bien.

Esas palabras resuenan en mi mente, como algo lejano, palabras escuchadas hace tiempo por los mismos labios, con la misma voz...Entonces rompo a llorar, con todo el desconsuelo que albergo en mi corazón, sabiendo la inutilidad de mi llanto.

 - ¿No lo entiendes? -Acierto a decir entre sollozos- Es lo último que recuerdo...., eso y el dolor en la mirada de mi madre al llegar a casa y darse cuenta que al fin yo había entendido el horror de la guerra.

El afloja su presión y yo aprovecho para soltarme.

- ¿Sabes lo duro que es no recordar? -Pregunto frente a él- Tener pesadillas en las que corro sin saber de qué huyo, retazos de juegos en el río, en los prados, sin saber quién me acompaña. Una mancha oscura que amaneció en un lugar extraño con gente que apenas conocía.

- Mara -dice acercándose- Yo...

- Tú también me mientes. - Estoy más calmada, estiro de nuevo mi vestido e intento recobrar la compostura. - Ha sido muy amable en acompañarme, salude a su madre de mi parte.

Y tonta de mí, echo andar sin mirar atrás sin escuchar sus palabras, erguida como una vara, como me enseñó la tía Mercedes. Me avergüenzo de mi comportamiento, tan poco apropiado y fuera de lugar. "Niña tonta -me regaño a mi misma- te has comportado como una loca ¿Ahora como volverás a mirarle a la cara? No importa, no quiero volver a verlo nunca más".

- ¡Escucha! -Andrés no se da por vencido.

- ¿Va a decirme la verdad? -Pregunto volviéndome -Si no, no me interesa.

- No sé qué verdad quieres oír -dice tomando mi mano.- Sí, era yo quien jugaba de niño contigo, íbamos juntos a todas partes. Nos ocultábamos de la mayoría de los adultos, porque yo soy un Lobo. Nadie quería estar a mi lado. Todos tenían miedo, todos menos tú. Mi padre era un salvaje maltratador, no tenía corazón, ni piedad. Me avergonzaba de él, era un asesino que se amparaba en su uniforme. ¿Te has dado cuenta de que ni siquiera has preguntado por él?

Me habla con rabia, con dolor contenido. Niego con la cabeza.

- Te empecinas en recordar algo, que yo intento olvidar. -Se pasa los dedos por su cabello con gesto desesperado- Intento olvidar las palizas a mi madre, sus abusos continuos... Mi madre es la mujer más dulce que nunca he conocido y ahora ya la ves, apenas puede caminar sola, tiene el cuerpo marcado con la rabia de mi padre. No se atrevía ni a respirar, sólo lo hizo el día que le comunicaron que su marido había muerto. Ese día, todos volvimos a ser personas. A veces recordar el pasado no te trae el alivio buscado, sino la más amarga de las pesadillas.

¿Qué he hecho? He abierto la caja de Pandora y todos los fantasmas parecen estar sueltos.