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Hace mucho que no visito la escuela. Ha cambiado, sus ventanas y contraventanas están lijadas y pintadas. Los cristales rotos han sido sustituidos por nuevos y a través de ellos se ven unas cortinas de alegres colores. Germán pasa primero saludando a Juan y a Mercedes. Yo me quedo un poco rezagado esperando que terminen los cumplidos iniciales. Los tíos de Mara se acercan a mí y detrás los sigue ella. Acabadas las cortesías, hablamos del aspecto de la escuela, de lo bonita que está quedando, de que falta arreglar la chimenea y sería bueno arreglar el suelo, ahora de tierra, para que no se forme tanto polvo. Mi hermano amablemente se presta a proporcionar el material y a los albañiles necesarios y Juan se muestra muy contento con el apoyo. Germán siempre haciendo política, llegará lejos, seguro.
Sin prisa, me voy acercando a Mara, aprovechando el devenir de la conversación la tengo a mi lado. Percibo su
turbación en sus mejillas sonrosadas, evita mirarme a los ojos y disfruto con este juego del gato y el ratón, yo la busco y ella me evita. Al fin la tengo para mí sólo, sé que serán únicamente unos minutos y debo aprovecharlos.
- Necesito hablar contigo -digo casi en un susurro.
- Ahora no puedo -contesta mirando hacia sus tíos.
- ¿Cuándo? - pregunto impidiéndole el paso.
- No sé, no sé... -me mira a los ojos y sonrío- ...esta tarde o mañana...
- ¿Cuándo? -insisto
- Esta tarde - responde aturdida.
- ¿Dónde? -sé que apenas queda tiempo y necesito su respuesta.- ¿En nuestro lugar secreto? ¿A las cinco?
- Sí, si... - afirma abriéndose paso hacia su tía Mercedes.
- Le comentaba a Mara que le facilitaré un botiquín de primeros auxilios -me acerco a su tío Juan que sonríe satisfecho.
- Bueno debemos irnos tengo el coche estropeado. Vamos a ver que nos dice Jacinto, siento que nos dejen tan
pronto. -Dice Germán dirigiéndose a la puerta- Espero que vuelvan pronto a visitarnos y que acepten nuestro ofrecimiento de cenar en casa con mi madre.
- Volveremos para la inauguración de la escuela. ¡Habrá que celebrarlo! -dice Mercedes agarrando el brazo de su sobrina.
Germán me hace un gesto cómplice y salimos de allí.
- Bueno parece que has podido hablar con ella. -Dice mi hermano poniéndose el sombrero.
- Le he presentado mis respetos...
- Y un botiquín -Germán interrumpe mis palabras con voz socarrona- ¿Sabes que pudo estar involucrada en
la muerte de padre? Bueno eso lo sabrás tu mejor que nadie...
- No digas tonterías. Ella era una niña ¿Qué poder tenía sobre él? -contesto poniéndome en guardia- ¿Por qué
dices eso?
- ¡Vamos Andrés! Sé que la encontraste en el bosque y la llevaste a su casa. Madre no hizo preguntas
cuando vinieron a decir que había aparecido muerto. Y por lo que he sabido él había estado antes con los regulares en casa de su abuela. - camina despacio mirando al infinito- Todos sabemos lo que hacían cuando entraban en una casa y había mujeres solas.
- ¿Nunca podremos olvidarnos de eso? -pregunto. Y mi voz suena amarga y triste- ¿No nos libraremos nunca del lastre de su apellido?
- Quizá nuestros tataranietos -contesta irónico- O tal vez mis hijos, si alguna vez los tengo, porque no los
tendré aquí, sino lejos muy lejos donde nadie sepa de nosotros.
Le doy un golpe afectuoso en la espalda y seguimos. Algo ronda mi mente aunque no consigo darle forma.
Al llegar a casa me dirijo al despacho de padre. No suelo entrar, sigo sintiendo escalofríos sólo con pasar
por delante de la puerta. Está cerrado, la llave está en la cajita que hay en la consola que hay junto a la entrada. Despacio abro, está en penumbras, como a él le gustaba y parece estar impregnada del olor a los habanos que fumaba. Me estremezco cuando cruzo el umbral, le veo sentado en su sillón escribiendo en su
cuadernillo de pastas oscuras, entonces levantaba la vista y la clavaba en mí. Se me helaba la sangre, no podía sentarme si no me daba permiso asi que permanecía de pie frente a él intentando no mover ni un solo músculo para no despertar su ira. A veces me permitía tomar asiento y hablaba y hablaba de cosas que para mí no tenían sentido. En otras ocasiones sus frustraciones se reflejaban en mi espalda, se quitaba el cinturón y me daba una y otra vez...
Alejo de mi esos pensamientos, su fantasma nos persigue sin embargo él no está aquí. Descorro las cortinas con rabia, ¡que entre la luz del sol y se lleve todas las sombras! Por primera vez en mi vida me siento en su sillón y empiezo a abrir cajones: documentos, informes...
Uno de ellos no se abre y tienta mi curiosidad, rebusco entre los recipientes de su escritorio, donde aún se encuentran las plumas con las que escribía. No veo nada, asique cojo el abrecartas e intento forzar la cerradura.
Me cuesta un poco pero al fin escucho como cede y abro despacio. Dentro hallo una de sus pistolas con la culata de nácar y debajo varios cuadernos con las pastas negras. Los saco con cuidado para no tocar el arma, y los deposito encima del escritorio.
Continuará....